Breve antología poética
Poemas del libro Línea rota
Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, España, 1973
El arcón furioso
I
Canto en mi viejo balcón
y sólo hay noche afuera y adentro.
Mi amor me abandonó por otro,
y hoy también soy otro.
Tañen negras campanas.
A ese amor lo olvidaré algún día.
Lo que duele, que se cure...
pero hoy la noche es una dentellada amarga.
Hay una catedral de pinos en mis labios
y la vida tiembla en el árbol solitario.
Sueños y voces de amantes,
murmullos amargos como la tierra.
Canto en mi viejo balcón:
la lengua es una estría doliente,
y el silencio, el arcón del olvido.
II
Ráfagas metálicas
rasgan el vellón nocturno.
La ciudad duerme, dejada a sus propias maneras.
La vida es otra.
Yo también soy otro.
No espero sobre estas consideraciones oscuras
otra cosa que los delirios de la fábula.
Me sueño mago
y algún día amaneceré rodeado de conejos y palomas.
Ah, la prestidigitación
el oficio más cercano a la milagrería.
¿Pero qué viene a cuento?
Estoy cansado, más muerto que vivo.
¿Habrá que desportillarse el alma
como un voluntario idiota?
Esta danza se acaba.
Estoy solo en la cima de la cólera.
Hoy cenaré una ballena.
Sí una ballena, sin fábulas
una ballena entera y arrasar al mundo.
III
La melancolía es el asombro
cuando hombres como yo odian la soledad
y la soledad es la realidad del mundo.
Hay épocas
en que la vida es como una flor incinerada,
pero hay que armarse de un peinado diferente
y salir a la terquedad del aplauso público
o al cortejo raído.
Todo es una mueca
un paseo espectacular,
una risotada de hiena.
No hay bondad para los sentimientos ajenos.
Pero le lavaré las uñas a mi amor
aunque me sepa el café a chocolate.
Canto en mi viejo balcón
y sólo hay noche afuera y adentro.
Mi amor me abandonó por otro,
y hoy también soy otro.
Tañen negras campanas.
A ese amor lo olvidaré algún día.
Lo que duele, que se cure...
pero hoy la noche es una dentellada amarga.
Hay una catedral de pinos en mis labios
y la vida tiembla en el árbol solitario.
Sueños y voces de amantes,
murmullos amargos como la tierra.
Canto en mi viejo balcón:
la lengua es una estría doliente,
y el silencio, el arcón del olvido.
II
Ráfagas metálicas
rasgan el vellón nocturno.
La ciudad duerme, dejada a sus propias maneras.
La vida es otra.
Yo también soy otro.
No espero sobre estas consideraciones oscuras
otra cosa que los delirios de la fábula.
Me sueño mago
y algún día amaneceré rodeado de conejos y palomas.
Ah, la prestidigitación
el oficio más cercano a la milagrería.
¿Pero qué viene a cuento?
Estoy cansado, más muerto que vivo.
¿Habrá que desportillarse el alma
como un voluntario idiota?
Esta danza se acaba.
Estoy solo en la cima de la cólera.
Hoy cenaré una ballena.
Sí una ballena, sin fábulas
una ballena entera y arrasar al mundo.
III
La melancolía es el asombro
cuando hombres como yo odian la soledad
y la soledad es la realidad del mundo.
Hay épocas
en que la vida es como una flor incinerada,
pero hay que armarse de un peinado diferente
y salir a la terquedad del aplauso público
o al cortejo raído.
Todo es una mueca
un paseo espectacular,
una risotada de hiena.
No hay bondad para los sentimientos ajenos.
Pero le lavaré las uñas a mi amor
aunque me sepa el café a chocolate.
Poemas del libro Río de la memoria
Ediciones El Rehilete, México, 1980
Epígrafes
Y entre el humo de un tiempo de fantasmas
me encierro y hablo a solas,
y no sé con quien estoy hablando
Rubén Bonifaz Nuño
Los dedos salvajes
y los salvajes meses de marzo
son todo viento sobre su cabello
nutrido ya de polos.
César Dávila Andrade
Te mostraré lo que es el miedo
en un puñado de polvo.
T.S. Eliot
me encierro y hablo a solas,
y no sé con quien estoy hablando
Rubén Bonifaz Nuño
Los dedos salvajes
y los salvajes meses de marzo
son todo viento sobre su cabello
nutrido ya de polos.
César Dávila Andrade
Te mostraré lo que es el miedo
en un puñado de polvo.
T.S. Eliot
Embestida y declinante
Embestida y declinante esta hoja es cruel;
es una herida abierta en exceso descifrando
los mensajes de lo vivo entre fiebres oscuras.
Pero con un tañido se disipa
y anonadadas deidades borbotean
en sus minúsculas playas.
Mi yo delirante, entre filosas catedrales
baja sus peldaños, sube sus vértices,
se desborda en el umbral de sus sordinas,
cabalga inagotable sus rumores,
se despeña en su humeante océano.
Así se regocija como banda de música de pueblo
y descubre misterios que parecen palabras.
Embestida y declinante esta hoja es cruel
como un fruto mordido en otra estación,
como una angustia de pronto eterna y conocida;
o se aova de miedo, palpita de noche,
mezcla de mil sentidos, de extrañas formas.
es una herida abierta en exceso descifrando
los mensajes de lo vivo entre fiebres oscuras.
Pero con un tañido se disipa
y anonadadas deidades borbotean
en sus minúsculas playas.
Mi yo delirante, entre filosas catedrales
baja sus peldaños, sube sus vértices,
se desborda en el umbral de sus sordinas,
cabalga inagotable sus rumores,
se despeña en su humeante océano.
Así se regocija como banda de música de pueblo
y descubre misterios que parecen palabras.
Embestida y declinante esta hoja es cruel
como un fruto mordido en otra estación,
como una angustia de pronto eterna y conocida;
o se aova de miedo, palpita de noche,
mezcla de mil sentidos, de extrañas formas.
No puedo con una palabra
No puedo con una palabra reposada
acabar con el silencio
ni con una unívoca espiga permanecer
entre amasijos de sombra.
Se expanden cortejos de laminillas azules
en los pliegues de la aurora,
y abrigan, en soliloquios de brava ternura,
las desnudas manos.
No quiero con enardecidos desplazamientos
de tierra humeante y de carcoma
vivir la estación de un solo sol.
No puedo cercanamente ni de lejos.
Encumbrado en abanicos desprovistos,
mis ideas, planta al suelo, poco pueden.
Me rodeo de paseos, contengo los que fui
y no declina el estupor.
Apuntala el roedor de la mañana otras auroras.
No puedo acabar con las palabras
desfiladeros que se acodan en mis manos.
Otro yo, diferente a mí, mas cercano,
me lo impide.
No puedo con una palabra taciturna
reavivar a ceniza y comenzar de nuevo.
acabar con el silencio
ni con una unívoca espiga permanecer
entre amasijos de sombra.
Se expanden cortejos de laminillas azules
en los pliegues de la aurora,
y abrigan, en soliloquios de brava ternura,
las desnudas manos.
No quiero con enardecidos desplazamientos
de tierra humeante y de carcoma
vivir la estación de un solo sol.
No puedo cercanamente ni de lejos.
Encumbrado en abanicos desprovistos,
mis ideas, planta al suelo, poco pueden.
Me rodeo de paseos, contengo los que fui
y no declina el estupor.
Apuntala el roedor de la mañana otras auroras.
No puedo acabar con las palabras
desfiladeros que se acodan en mis manos.
Otro yo, diferente a mí, mas cercano,
me lo impide.
No puedo con una palabra taciturna
reavivar a ceniza y comenzar de nuevo.
Porque tú te apartas
Porque tú te apartas de las cosas
cuando llega el momento;
porque tú con un tiempo de otoño
detienes la torre de la sangre;
porque tú bajo los árboles atareas
el corazón de las raíces
y los nervios de la razón a tu placer se vierten;
porque enmiendas los temores con un beso
y miras la cama donde duermen
los ladrones su ternura
y miran los muertos su vacío como una flor;
porque tú, erguida y arrebatada de agua
disipas como un manantial la intemperie
y el amor perturba sus ahogos
y navega un áspero diluvio
en charcas más suaves que la hoja del sueño;
porque tú, fragante de perejil
tocas con sandalia coral adormilados vientos
y los puntos cardinales son pájaros corrientes;
porque en abandono encierras las últimas luces
de la espiga y tejes azabaches rodantes y bendices pueblos
y portales,
mi corazón se levanta de sus sombras
y amanece.
cuando llega el momento;
porque tú con un tiempo de otoño
detienes la torre de la sangre;
porque tú bajo los árboles atareas
el corazón de las raíces
y los nervios de la razón a tu placer se vierten;
porque enmiendas los temores con un beso
y miras la cama donde duermen
los ladrones su ternura
y miran los muertos su vacío como una flor;
porque tú, erguida y arrebatada de agua
disipas como un manantial la intemperie
y el amor perturba sus ahogos
y navega un áspero diluvio
en charcas más suaves que la hoja del sueño;
porque tú, fragante de perejil
tocas con sandalia coral adormilados vientos
y los puntos cardinales son pájaros corrientes;
porque en abandono encierras las últimas luces
de la espiga y tejes azabaches rodantes y bendices pueblos
y portales,
mi corazón se levanta de sus sombras
y amanece.
Bahía de la mala pelea
Aquí alguna vez paramos.
Solitario sitio donde el marasmo de la vida
emerge sobre las aguas.
Y los pescadores estaban ahí,
la voz apretada y ninguna esperanza.
¿Qué será hoy de aquél sitio
que por su pequeñez y su nombre
me impulsa a escribir estas palabras?
La verdad es que el paisaje casi lo olvido:
pobres chozas, palmas, caña y platanares,
dos o tres fondas y el servicio lento.
A la vista nadie se ufanaba de nadie.
Así todo marchaba en un oscuro bodegón frente a la bahía.
Algo de mí se quedó en ese húmedo pueblo.
Y algo de él llevo conmigo
porque en las mañanas el murmullo del día
me huele a mala pelea,
y me despierta el miedo por todas las cosas
y veo que todo es igual allá y aquí,
mientras soporto un sol ilimitado.
Solitario sitio donde el marasmo de la vida
emerge sobre las aguas.
Y los pescadores estaban ahí,
la voz apretada y ninguna esperanza.
¿Qué será hoy de aquél sitio
que por su pequeñez y su nombre
me impulsa a escribir estas palabras?
La verdad es que el paisaje casi lo olvido:
pobres chozas, palmas, caña y platanares,
dos o tres fondas y el servicio lento.
A la vista nadie se ufanaba de nadie.
Así todo marchaba en un oscuro bodegón frente a la bahía.
Algo de mí se quedó en ese húmedo pueblo.
Y algo de él llevo conmigo
porque en las mañanas el murmullo del día
me huele a mala pelea,
y me despierta el miedo por todas las cosas
y veo que todo es igual allá y aquí,
mientras soporto un sol ilimitado.
El teporocho*Acostado entre perros amarillos
silencioso y eterno, envoltorio en capa raída, asoma bajo su pelambre un solo ojo; y párpado duro el otro, gime infinitas visiones desenmascarando el harapo hasta fundir el repudio, la indolencia, el odio con el destino y la hierba. *Teporocho. Borracho y vagabundo.
Nombre que se le dio a este pintoresco y alcohólico personaje mexicano desde el siglo XIX y principios del siglo XX, quien para “curarse la cruda” tomaba en puestos callejeros un té por ocho centavos compuesto con alcohol de caña, generalmente. De ahí viene el nombre de: Teporocho… |
Viejas trompetas
No menos que la soledad
ni más que la verdad o la mentira,
los climas de mi cabeza me han confundido.
Ahora, justo en la tiniebla reverberante,
en el exilio de viejas trompetas,
acuso a esa línea empolvada y semicurva,
como maleza de corazones errantes,
que se difunde entre inciertos
remolinos azotados de luz.
Y entretanto el desfogue devasta los afortunados
signos que impulsan al amor en las torres desnudas.
Si miramos desde el ojo del colibrí el vado
propagaremos un alto humo marchando
desde los acantos hasta la espesura.
Solamente el doble oficio: amar y ser amado
como la primera navegación
será el acontecimiento puro.
Entonces habremos rodeado colinas
con la vanidad de un patio
sembrado por diez generaciones.
Infame el turbio soliloquio oscilante,
el fantasma trivial que nos revuelve la sangre
oculto y entre los huesos;
el éxodo de la pena con severos artificios donde se ocultan las aves migratorias;
o la caverna y la masacre con un ungüento parecido a la cal.
Recojo con los dedos ardientes la delgada mañana.
No dar la espalda a los más desolados
pensamientos; en la batalla perdida no creer.
En la cúspide alejar al perro monstruoso
y con la carroña sembrar de verde los jardines
de la casa abandonada.
ni más que la verdad o la mentira,
los climas de mi cabeza me han confundido.
Ahora, justo en la tiniebla reverberante,
en el exilio de viejas trompetas,
acuso a esa línea empolvada y semicurva,
como maleza de corazones errantes,
que se difunde entre inciertos
remolinos azotados de luz.
Y entretanto el desfogue devasta los afortunados
signos que impulsan al amor en las torres desnudas.
Si miramos desde el ojo del colibrí el vado
propagaremos un alto humo marchando
desde los acantos hasta la espesura.
Solamente el doble oficio: amar y ser amado
como la primera navegación
será el acontecimiento puro.
Entonces habremos rodeado colinas
con la vanidad de un patio
sembrado por diez generaciones.
Infame el turbio soliloquio oscilante,
el fantasma trivial que nos revuelve la sangre
oculto y entre los huesos;
el éxodo de la pena con severos artificios donde se ocultan las aves migratorias;
o la caverna y la masacre con un ungüento parecido a la cal.
Recojo con los dedos ardientes la delgada mañana.
No dar la espalda a los más desolados
pensamientos; en la batalla perdida no creer.
En la cúspide alejar al perro monstruoso
y con la carroña sembrar de verde los jardines
de la casa abandonada.
Poemas del libro Trazos de la serpiente
Joaquín Mortiz, México, 1992
De este libro se hizo un coedición Joaquín Mortíz/Ediciones Papeles Privados en pasta dura con un estuche.
(Fragmentos)
*
Hemos intentado cambiar el país.
Colocarlo en las vidrieras del soñador.
El país que se convulsiona
desde hace cientos de años.
Nuestros espíritus y nuestros alientos
han intentado cambiar el país.
Tenemos las lámparas encendidas
y tocamos la flauta en la plaza pública.
Tenemos la voluntad de la vigilancia
y la memoria guarda sus arcas de dolor.
Temibles nos parecen las noticias
de aquellos que tenían los ojos abiertos
las manos abiertas, abiertos sus corazones.
Aquellos que luchaban y conquistaban
y morían.
Perforadores de médulas del tiempo.
Soñamos al país en la fundación
de una gran escritura.
Pero hubo que luchar.
Hubo despojos de reinos y otros reinos.
Y en la vida: la muerte.
Un largo cordel nos ató
a las presencias agrestes,
a los páramos desolados,
al intento de cambiar el país.
Colocarlo en las vidrieras del soñador.
El país que se convulsiona
desde hace cientos de años.
Nuestros espíritus y nuestros alientos
han intentado cambiar el país.
Tenemos las lámparas encendidas
y tocamos la flauta en la plaza pública.
Tenemos la voluntad de la vigilancia
y la memoria guarda sus arcas de dolor.
Temibles nos parecen las noticias
de aquellos que tenían los ojos abiertos
las manos abiertas, abiertos sus corazones.
Aquellos que luchaban y conquistaban
y morían.
Perforadores de médulas del tiempo.
Soñamos al país en la fundación
de una gran escritura.
Pero hubo que luchar.
Hubo despojos de reinos y otros reinos.
Y en la vida: la muerte.
Un largo cordel nos ató
a las presencias agrestes,
a los páramos desolados,
al intento de cambiar el país.
*
…en las cavernas del mar la tripulación vio
o soñó y luchó con prodigiosas bestias
coronadas de relámpagos:
sumergidos tigres con máscara de condena,
alas voraces de ciegos espolones,
serpientes de consumación:
tembladerales.
Yo tenía el destino puesto en los mapas
y la mirada en la magnética aguja.
Por las noches suprimí leguas
para que el temple de mis hombres no menguara
por la fábula de la travesía.
En el fondo de mi abrigaba el privilegio
de tocar maravillosas tierras no pisadas jamás.
No ver convertidas las reales joyas
en huesos adornando las raíces marinas.
Los espectrales meteoros del trópico
como lenguas de luz entreabrían las sombras
más próximas, creando un vertical estupor.
Después de 60 temerarios días de
una geografía desconocida
como buen augurio voló el pájaro rabo de junto.
Ceremoniosas lianas y el pez verde de los esteros.
El Salve Regina se oía desde las proas a las popas.
o soñó y luchó con prodigiosas bestias
coronadas de relámpagos:
sumergidos tigres con máscara de condena,
alas voraces de ciegos espolones,
serpientes de consumación:
tembladerales.
Yo tenía el destino puesto en los mapas
y la mirada en la magnética aguja.
Por las noches suprimí leguas
para que el temple de mis hombres no menguara
por la fábula de la travesía.
En el fondo de mi abrigaba el privilegio
de tocar maravillosas tierras no pisadas jamás.
No ver convertidas las reales joyas
en huesos adornando las raíces marinas.
Los espectrales meteoros del trópico
como lenguas de luz entreabrían las sombras
más próximas, creando un vertical estupor.
Después de 60 temerarios días de
una geografía desconocida
como buen augurio voló el pájaro rabo de junto.
Ceremoniosas lianas y el pez verde de los esteros.
El Salve Regina se oía desde las proas a las popas.
*
Hechizado hombre de mar.
El saqueo no era tu propósito
sino la proclamación de una fe aprendida a sangre y fuego.
Otros son los errantes,
los náufragos,
los locos.
De las cadenas de la adversa fortuna estás libre.
Tu sueño circular, la mecánica de las estrellas,
la semilla de tus fantasías,
son nombres de grandes tierras.
En los siglos que se pliegan
y se despliegan se erige tu audacia.
Tu origen contempla las planicies de los océanos cósmicos
y a tu sombra se abren las puertas de la dorada Ofir.
El saqueo no era tu propósito
sino la proclamación de una fe aprendida a sangre y fuego.
Otros son los errantes,
los náufragos,
los locos.
De las cadenas de la adversa fortuna estás libre.
Tu sueño circular, la mecánica de las estrellas,
la semilla de tus fantasías,
son nombres de grandes tierras.
En los siglos que se pliegan
y se despliegan se erige tu audacia.
Tu origen contempla las planicies de los océanos cósmicos
y a tu sombra se abren las puertas de la dorada Ofir.
*
Abatidos los dioses de piedra,
los tutelares,
somos los nuevos dioses sudorosos.
Dioses-demonios,
tropel de patas y cascos que ensordecen.
Atravesamos los pantanos donde flotan
miríadas de insectos frenéticos.
Vestidos con hierro, los reflejos del sol
nos transformaban en dioses-espejos.
Y caballo y caballero era todo un cuerpo.
Invasión esperada. Victoria del asombro.
Ardid del destino para el estupor de estas tierras.
La realidad del centauro pesa aún
sobre los guerreros cansados.
los tutelares,
somos los nuevos dioses sudorosos.
Dioses-demonios,
tropel de patas y cascos que ensordecen.
Atravesamos los pantanos donde flotan
miríadas de insectos frenéticos.
Vestidos con hierro, los reflejos del sol
nos transformaban en dioses-espejos.
Y caballo y caballero era todo un cuerpo.
Invasión esperada. Victoria del asombro.
Ardid del destino para el estupor de estas tierras.
La realidad del centauro pesa aún
sobre los guerreros cansados.
*
El gran rey mordido por una flor colérica.
El gran rey mordido por la incertidumbre.
El gran rey mordido por los dioses.
El gran rey mordido por su propio destino,
dice en la tumba:
“Si mis ojos hubiesen visto ese lince en brama,
si mi ánimo titubeante hubiese visto más allá.
Más allá del misterioso cabalgar y los crueles adornos,
desde el alabastro de mis reinos, en la transparencia
del agua salvaje o en el hollín de inexplorada carne;
más allá de mi propia cordura,
en el ojo de seda que atempera los sueños brumosos,
o en el cráneo que aún clama bajo la porosa tierra...
No huí de los hombres ni de los dioses,
en el alma sentía un abismo sin retorno,
y en el cuerpo la piedra del pueblo.
Soñé mi sombra en el abandono de la resurrección.
Y esparcidas por el suelo las llaves de mi imperio.
Hoy mi pueblo apesta.
Llora su imagen.
Y yo en la muerte,
mi imposible promesa.”
El gran rey mordido por la incertidumbre.
El gran rey mordido por los dioses.
El gran rey mordido por su propio destino,
dice en la tumba:
“Si mis ojos hubiesen visto ese lince en brama,
si mi ánimo titubeante hubiese visto más allá.
Más allá del misterioso cabalgar y los crueles adornos,
desde el alabastro de mis reinos, en la transparencia
del agua salvaje o en el hollín de inexplorada carne;
más allá de mi propia cordura,
en el ojo de seda que atempera los sueños brumosos,
o en el cráneo que aún clama bajo la porosa tierra...
No huí de los hombres ni de los dioses,
en el alma sentía un abismo sin retorno,
y en el cuerpo la piedra del pueblo.
Soñé mi sombra en el abandono de la resurrección.
Y esparcidas por el suelo las llaves de mi imperio.
Hoy mi pueblo apesta.
Llora su imagen.
Y yo en la muerte,
mi imposible promesa.”
*
Donde duerme el tiempo
de ninguna manera rama florecida vi.
Y no es que mi lengua tuviese memoria propia.
Nuestros deseos son vehementes
y muchas veces mueren con el perfume de la imaginación.
Alcancé la cima.
Tuve hijos del forastero.
Mi lengua alumbraba todas las sombras,
y por mi espíritu los instrumentos
mejor tensados se oían.
Sentí el vértigo del miedo y lo vencí.
Mi corazón también fue cristal
del aire de las palmas.
Sabía el secreto de las edades
y su naturaleza cósmica.
Y en la iniciación en los santuarios
la raíz de los dioses y mi historia conjunta.
Descifré el ciclo de los soles como quien recuerda
un fragmento de sueño
y mucho después lo adivina.
Mi relación con el mito me marcaba
con un desmembramiento sin regreso.
Como las luciérnagas saben que al terminar la noche
la luz acaba
así me anudé a un cordón indisoluble
por incompresible fe
Furiosos estruendos aún se escuchaban
y los cascabeles en el polvo.
Me pregunto si será necesario expiar.
Vibra en el aire la palabra crimen.
Pero ¿yo?
¿Yo?
Que era “cacica e hija de grandes señores
y señora de pueblos y vasallos”
¿yo?
de ninguna manera rama florecida vi.
Y no es que mi lengua tuviese memoria propia.
Nuestros deseos son vehementes
y muchas veces mueren con el perfume de la imaginación.
Alcancé la cima.
Tuve hijos del forastero.
Mi lengua alumbraba todas las sombras,
y por mi espíritu los instrumentos
mejor tensados se oían.
Sentí el vértigo del miedo y lo vencí.
Mi corazón también fue cristal
del aire de las palmas.
Sabía el secreto de las edades
y su naturaleza cósmica.
Y en la iniciación en los santuarios
la raíz de los dioses y mi historia conjunta.
Descifré el ciclo de los soles como quien recuerda
un fragmento de sueño
y mucho después lo adivina.
Mi relación con el mito me marcaba
con un desmembramiento sin regreso.
Como las luciérnagas saben que al terminar la noche
la luz acaba
así me anudé a un cordón indisoluble
por incompresible fe
Furiosos estruendos aún se escuchaban
y los cascabeles en el polvo.
Me pregunto si será necesario expiar.
Vibra en el aire la palabra crimen.
Pero ¿yo?
¿Yo?
Que era “cacica e hija de grandes señores
y señora de pueblos y vasallos”
¿yo?
*
Señora trinitaria:
en la pedrería de la luz,
y entre las hojas del otoño
tiene tu imagen un olor a mar.
Con la noche en el rostro
caminas en este jardín de incendios
inmensa rosa que nos deslumbras
con tu ceremonial de paloma.
Señora,
cuando se pliegan y se despliegan
en el camino las rotundas miradas
y el alma escuece,
y los sentidos sufren la caída
y nadie cuida nuestros patios
y la soledad nos oculta en sus huecos
labrados de vacías calles;
señora de los ojos de jaguar,
ave de misterio, filiforme,
verdad para el náufrago,
brotas desde el agua de la nostalgia,
rosa de las rosas del ayate,
por mi mano tocada,
anuncio de nuestras luchas,
señora-guerrera,
paulatina y terrible,
en el abismo de los saqueos
sé la llama circular, la inminencia de una cercanía;
señora de las multiplicaciones
trasvasada en pedernal,
esclava de tu piedad,
atrapada inexorablemente,
unida a nosotros por hilos que te persiguen;
señora del azar y de los días contados,
que tu presencia sea nuestro pan
y en la tibia hora del amanecer
la semilla de un descanso piadoso;
señora de la sortija
nuestras lenguas heridas,
territorios donde caemos sin fin,
están de bruma salpicadas y de temblor;
oh señora de las canciones
que presides los colores: el rojo el blanco el verde;
que entreabres los labios de delicado perfume:
sé que blasfeman,
sé que odios desde profundas gargantas nos persiguen;
señora-peregrina en tu pedestal de cuernos
nos miras con tus insectos rodeada,
tu lugar es aire,
tu péndulo es tierra,
tu sombra balsa florida,
tu calidez lágrima,
estrella de los relámpagos y de los cohetes
señora de la fiesta,
señora de la madera que alienta los bosques,
yo camino en diminutos azules,
fiel; por tus vegetales anillos, enaltecido;
señora de las lanzas,
el cráter del volcán echa humo amarillo
para extender las estrellas de tu abrigo,
dinos de nosotros, señora enlazada,
señora trinitaria, prodigiosa de esferas,
tú conoces el mar, pues tú te mezclas,
en dónde el dolor duele,
qué herida nos devora como objetos quemados,
qué lepra como una flor desnuda nos transforma la carne,
y qué plumaje y racimo secreto nos legarás.
Señora de los rotos, no por la promesa del amor
ni por la promesa de la carne,
impasible y benigna,
el sopor de la tierra es indignidad.
Yo soy el último de tus peregrinos porque soy el primero.
Tu aparición de rebozo abovedado,
de furtivo pájaro,
de señora-niña de flores estampadas,
nos mitiga el sofocante escalofrío del abandono.
La mitad de mis peticiones
son los oros de tus párpados negros.
La mitad de mis pensamientos
son tu colmena de lluvia aún sin descifrar.
Estos magueyales son las estrellas de tu templo.
Esta maleza tu imperio.
Las rosas están en el suelo encendidas;
depón con tus pies de morera
el destierro que nos separaba
a nosotros de ti,
y que la velocidad de tu sustancia filtrada
sea para nosotros,
señora de las hierbas del pueblo,
estremecimiento al tocar tu mano doncella.
Señora de la revelación,
yo soy el último de tus hijos porque soy el primero.
en la pedrería de la luz,
y entre las hojas del otoño
tiene tu imagen un olor a mar.
Con la noche en el rostro
caminas en este jardín de incendios
inmensa rosa que nos deslumbras
con tu ceremonial de paloma.
Señora,
cuando se pliegan y se despliegan
en el camino las rotundas miradas
y el alma escuece,
y los sentidos sufren la caída
y nadie cuida nuestros patios
y la soledad nos oculta en sus huecos
labrados de vacías calles;
señora de los ojos de jaguar,
ave de misterio, filiforme,
verdad para el náufrago,
brotas desde el agua de la nostalgia,
rosa de las rosas del ayate,
por mi mano tocada,
anuncio de nuestras luchas,
señora-guerrera,
paulatina y terrible,
en el abismo de los saqueos
sé la llama circular, la inminencia de una cercanía;
señora de las multiplicaciones
trasvasada en pedernal,
esclava de tu piedad,
atrapada inexorablemente,
unida a nosotros por hilos que te persiguen;
señora del azar y de los días contados,
que tu presencia sea nuestro pan
y en la tibia hora del amanecer
la semilla de un descanso piadoso;
señora de la sortija
nuestras lenguas heridas,
territorios donde caemos sin fin,
están de bruma salpicadas y de temblor;
oh señora de las canciones
que presides los colores: el rojo el blanco el verde;
que entreabres los labios de delicado perfume:
sé que blasfeman,
sé que odios desde profundas gargantas nos persiguen;
señora-peregrina en tu pedestal de cuernos
nos miras con tus insectos rodeada,
tu lugar es aire,
tu péndulo es tierra,
tu sombra balsa florida,
tu calidez lágrima,
estrella de los relámpagos y de los cohetes
señora de la fiesta,
señora de la madera que alienta los bosques,
yo camino en diminutos azules,
fiel; por tus vegetales anillos, enaltecido;
señora de las lanzas,
el cráter del volcán echa humo amarillo
para extender las estrellas de tu abrigo,
dinos de nosotros, señora enlazada,
señora trinitaria, prodigiosa de esferas,
tú conoces el mar, pues tú te mezclas,
en dónde el dolor duele,
qué herida nos devora como objetos quemados,
qué lepra como una flor desnuda nos transforma la carne,
y qué plumaje y racimo secreto nos legarás.
Señora de los rotos, no por la promesa del amor
ni por la promesa de la carne,
impasible y benigna,
el sopor de la tierra es indignidad.
Yo soy el último de tus peregrinos porque soy el primero.
Tu aparición de rebozo abovedado,
de furtivo pájaro,
de señora-niña de flores estampadas,
nos mitiga el sofocante escalofrío del abandono.
La mitad de mis peticiones
son los oros de tus párpados negros.
La mitad de mis pensamientos
son tu colmena de lluvia aún sin descifrar.
Estos magueyales son las estrellas de tu templo.
Esta maleza tu imperio.
Las rosas están en el suelo encendidas;
depón con tus pies de morera
el destierro que nos separaba
a nosotros de ti,
y que la velocidad de tu sustancia filtrada
sea para nosotros,
señora de las hierbas del pueblo,
estremecimiento al tocar tu mano doncella.
Señora de la revelación,
yo soy el último de tus hijos porque soy el primero.
*
Cambiar el país.
No sus ríos ni su sombra ni su cielo
ni sus flores secretas.
Tampoco su espíritu
que habla muchas lenguas
y dice muchos prodigios.
Cambiar el país.
Reconstruir sus inmensos eslabones perseguidos.
Ese carretero sabe conducir
los verdes potros iluminados.
Ese sucesor, y el otro y el otro,
saben sortear la cizaña en el pantano
para encender los candelabros del día.
Ese mensajero,
portador de siempre buenas nuevas,
nos abrirá las puertas de la noche,
pastora de sombras,
y echará a andar las hélices dulces
de las rosas del sueño.
Cambiar el país.
Reparar este aire sucio y fofo
con el impulso de la voluntad,
con el deseo de la llama herida.
Necesitamos al hombre de la esquina,
darle su cetro de monólogos
para una inspiración mayor.
Al que toca la flauta con el misterio
del pájaro colibrí.
Al estampador de abanicos.
Al yesero en el acto de levantar los techos.
Al que talla por puro placer la madera rústica.
Al gran constructor
que dispone en azoteas las bóvedas celestes.
Cambiar el país.
Las baldosas del sur
y el horizonte del norte.
Unir los mares del este y del oeste.
Escuchamos muchas voces.
Padecimos muchos miedos.
Pero hemos alimentado el coraje
y la noche con cantos.
Y por encima de lunas y misterios
hemos abierto las ventanas
y despejado la altura.
Este es el tamaño de nuestros deseos:
tenemos en la mano el relámpago,
en el corazón el alba.
¿Qué otra luz enciende mejor
que la naturaleza de la tierra?
No sus ríos ni su sombra ni su cielo
ni sus flores secretas.
Tampoco su espíritu
que habla muchas lenguas
y dice muchos prodigios.
Cambiar el país.
Reconstruir sus inmensos eslabones perseguidos.
Ese carretero sabe conducir
los verdes potros iluminados.
Ese sucesor, y el otro y el otro,
saben sortear la cizaña en el pantano
para encender los candelabros del día.
Ese mensajero,
portador de siempre buenas nuevas,
nos abrirá las puertas de la noche,
pastora de sombras,
y echará a andar las hélices dulces
de las rosas del sueño.
Cambiar el país.
Reparar este aire sucio y fofo
con el impulso de la voluntad,
con el deseo de la llama herida.
Necesitamos al hombre de la esquina,
darle su cetro de monólogos
para una inspiración mayor.
Al que toca la flauta con el misterio
del pájaro colibrí.
Al estampador de abanicos.
Al yesero en el acto de levantar los techos.
Al que talla por puro placer la madera rústica.
Al gran constructor
que dispone en azoteas las bóvedas celestes.
Cambiar el país.
Las baldosas del sur
y el horizonte del norte.
Unir los mares del este y del oeste.
Escuchamos muchas voces.
Padecimos muchos miedos.
Pero hemos alimentado el coraje
y la noche con cantos.
Y por encima de lunas y misterios
hemos abierto las ventanas
y despejado la altura.
Este es el tamaño de nuestros deseos:
tenemos en la mano el relámpago,
en el corazón el alba.
¿Qué otra luz enciende mejor
que la naturaleza de la tierra?
Poemas del libro Luz de plomo
Gráfica Uno, Giorgio Upiglio, Milán, Italia, 1995
Epígrafe
A Maricela
Dormía reclinado mi amor de plomo
entre flores de plomo y empecé a gritar.
Estaba solo junto al muerto y hacía frío.
Y colgaban las alas de plomo.
George Bacovia
Dormía reclinado mi amor de plomo
entre flores de plomo y empecé a gritar.
Estaba solo junto al muerto y hacía frío.
Y colgaban las alas de plomo.
George Bacovia
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Mundos en erosión.
políticas imperfectas,
sentimientos exangües.
¿Qué estrategia de metales,
de trompetas de triunfo
ejecutarán los músicos?
La tonada en ondas sumergida
del combatiente
-me responde el guardián,
que produce colosales victorias,
también las dulzuras de la paz,
pues quien lucha se reconcilia consigo mismo,
recupera su rostro, su sueño escrito,
pese a que sea origen de una nueva catástrofe.
políticas imperfectas,
sentimientos exangües.
¿Qué estrategia de metales,
de trompetas de triunfo
ejecutarán los músicos?
La tonada en ondas sumergida
del combatiente
-me responde el guardián,
que produce colosales victorias,
también las dulzuras de la paz,
pues quien lucha se reconcilia consigo mismo,
recupera su rostro, su sueño escrito,
pese a que sea origen de una nueva catástrofe.
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Todas las palabras son públicas
como todos los libros y todos los nombres,
como cualquier manantial al amanecer,
como el poderoso Hudson del poeta del altoparlante.
Todo lo de la tierra es nuestro,
no obstante es imposible describir su maravilla,
movimiento que no tiene fin.
Las palabras tocan un filo quebradizo,
se unen con espuma,
son sal de la mar,
luz de plomo,
vacilación y asombro,
nostalgia de una estación oblicua.
Todas las palabras son públicas.
Todos los poemas de todos los poetas
con sus sentencias,
con su lujo por la verdad.
Un poema es un pueblo.
Son las manos y los ojos del hombre.
Grandes ideas y nuevas revoluciones.
Líneas sobre la yerba y oscuras piedras.
Código para los misterios del alma
misterios del cuerpo.
El poema es un muro de palabras.
Un acto de pie,
el orgullo con el que cruzamos la calle,
una luna con botines rojos.
Un poema es una historia que se rebela:
arde como una primavera en el corazón.
Voces, plazas, anatomía
del cosmos, del sueño.
Un poema es un llamado a rebato
porque se hace de plomo,
de aire,
de nada.
como todos los libros y todos los nombres,
como cualquier manantial al amanecer,
como el poderoso Hudson del poeta del altoparlante.
Todo lo de la tierra es nuestro,
no obstante es imposible describir su maravilla,
movimiento que no tiene fin.
Las palabras tocan un filo quebradizo,
se unen con espuma,
son sal de la mar,
luz de plomo,
vacilación y asombro,
nostalgia de una estación oblicua.
Todas las palabras son públicas.
Todos los poemas de todos los poetas
con sus sentencias,
con su lujo por la verdad.
Un poema es un pueblo.
Son las manos y los ojos del hombre.
Grandes ideas y nuevas revoluciones.
Líneas sobre la yerba y oscuras piedras.
Código para los misterios del alma
misterios del cuerpo.
El poema es un muro de palabras.
Un acto de pie,
el orgullo con el que cruzamos la calle,
una luna con botines rojos.
Un poema es una historia que se rebela:
arde como una primavera en el corazón.
Voces, plazas, anatomía
del cosmos, del sueño.
Un poema es un llamado a rebato
porque se hace de plomo,
de aire,
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@
Un poeta parado de puntas
contempla desde la ventana
el enigma del mar.
La noche en su laberinto,
zodiaco de labios de plomo.
Aquí están
un espejo que anula a otro espejo,
un dédalo,
una cabeza entre sus propias manos,
un escenario de feria,
y el torbellino de humo del verano
para una poderosa alianza.
contempla desde la ventana
el enigma del mar.
La noche en su laberinto,
zodiaco de labios de plomo.
Aquí están
un espejo que anula a otro espejo,
un dédalo,
una cabeza entre sus propias manos,
un escenario de feria,
y el torbellino de humo del verano
para una poderosa alianza.
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Poema
irreductible
imposible sintetizar
cautiva los pensamientos
locos
la razón.
irreductible
imposible sintetizar
cautiva los pensamientos
locos
la razón.
@
Soy el médium que te transporta aquí.
Mi voz es plomo y arde.
Soy un flujo en el alfabeto
de tus resplandores y tus miedos.
Mi voz llega a tu lengua secreta
al través del meteoro y la fuga del acero.
Te preguntas, ¿cómo ese eslabón
amoroso, sílabas de otra memoria
transporta mis palabras,
las pone aquí,
las anuda con mis lazos,
las encomia desde mi ventana,
les da impaciencia y ciencia,
tiempo y espacio?
Mi voz es plomo y arde.
Soy un flujo en el alfabeto
de tus resplandores y tus miedos.
Mi voz llega a tu lengua secreta
al través del meteoro y la fuga del acero.
Te preguntas, ¿cómo ese eslabón
amoroso, sílabas de otra memoria
transporta mis palabras,
las pone aquí,
las anuda con mis lazos,
las encomia desde mi ventana,
les da impaciencia y ciencia,
tiempo y espacio?
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No te quiero convencer de nada.
Quien recuerda la sombra al mediodía,
las oscuras manos, los indefinidos ojos lo saben.
Bajaron a tientas los hombres.
En su incendio dejaron el fuego.
Calcio de amargas raíces.
Signos en la piel.
Las flores son de nostalgia.
Los jaguares de piedra.
No te quiero convencer de nada.
A los años póstumos
no les resta ni fatiga ni adulación
y en la invisible noche junta la tortuga y el fénix.
Las casas humean,
no de abundancia sino de sombra.
Se hunden como bocas trabadas
de hábitos azarosos.
¿La explicación?
Grietas,
huesos que espían,
la vida agotada.
Todo florece a nuestra espalda.
Sólo vemos la tormenta y la cólera del día,
y la paz y la serenidad en la tumba.
No te quiero convencer de nada.
Han abierto sus labios las edades.
Han procreado el caballo sideral,
la oruga de la noche,
la mano de plomo del hombre.
No sé por qué.
Pero también hay agujeros en los días
y en las palabras.
Uñas y detritus.
Puertas que a nadie aguardan.
Quien recuerda la sombra al mediodía,
las oscuras manos, los indefinidos ojos lo saben.
Bajaron a tientas los hombres.
En su incendio dejaron el fuego.
Calcio de amargas raíces.
Signos en la piel.
Las flores son de nostalgia.
Los jaguares de piedra.
No te quiero convencer de nada.
A los años póstumos
no les resta ni fatiga ni adulación
y en la invisible noche junta la tortuga y el fénix.
Las casas humean,
no de abundancia sino de sombra.
Se hunden como bocas trabadas
de hábitos azarosos.
¿La explicación?
Grietas,
huesos que espían,
la vida agotada.
Todo florece a nuestra espalda.
Sólo vemos la tormenta y la cólera del día,
y la paz y la serenidad en la tumba.
No te quiero convencer de nada.
Han abierto sus labios las edades.
Han procreado el caballo sideral,
la oruga de la noche,
la mano de plomo del hombre.
No sé por qué.
Pero también hay agujeros en los días
y en las palabras.
Uñas y detritus.
Puertas que a nadie aguardan.
Poemas del libro Trópico
Ediciones Papeles Privados, México, D.F., 2007
Epígrafe
Cuando estoy frente al mar,
el tiempo es un ángel que esconde las horas
y ya no se recuerda lo que se va a olvidar.
Carlos Pellicer
el tiempo es un ángel que esconde las horas
y ya no se recuerda lo que se va a olvidar.
Carlos Pellicer
(Fragmentos)
I
Tierra corrompida por el cautivo verano.
Ocio marino que descubre el abandono.
Desesperación y arrobamiento. Difusa
Pedrería dejada allí, pulida por antigua
Borrasca con el don del olvido.
Mausoleo donde las aguas generan
Desvarío y exigen la cifra de una
Belleza oculta. Hechizo que posó
Su mano, y paciencia que gesta su veneno.
Esas son exhalaciones de pasión y cólera
Entre un hombre sombrío y una mujer
que camina en el puerto.
Pero los desencuentros dejan cicatrices,
Uñas, latas oxidadas que la ola arroja a las costas,
Un vestuario de deseos torturado por la sal,
El golpeteo eterno de una puerta que
Que no cierra y apenas se entreabre.
Más un oscuro propósito, reptil perezoso,
Látigo en su rajada armadura.
II
La tarde es una letra sin anfitrión,
Un guante sin mano. Y en lontananza una nube
Ríe entre las palmas en busca de la gracia de un dios.
Abstraída en la púrpura de un sol tardío,
A través vastos y turbulentos escenarios,
Ella pasa sin mirarlo, y sólo advierte
El aire de un cuchillo que rasga la opalescencia.
Un tiempo perdido entre un hombre sombrío
Y una mujer que camina en el puerto con millas de nostalgia
Lloradas y arrugadas en el bolso como un viejo papel.
Ellos tratan de encontrase, se buscan en el hervor de feroces
Plantas, en el grito del abismo, pero no pueden estar seguros
de lo que oyen, y se invocan sin cesar uno al otro.
Testigos son los pájaros dueños de las esporas y del follaje.
Entre tanto la estación exacerbada estruja las ramas
Que se disputan el indolente busto de una joven
Trazado con el lápiz de un niño:
Un mascarón de tajamar ojivendado en devaneos tumultuosos.
Ella siente la furia de la gente sometida,
Y en su caminar, el reñido duelo de las cosas olvidadas.
Pero en el centro del mundo su presencia es lámpara,
Enjambre de hierbas al boato,
Y junto a insectos en bullicio, la joya del naufragio
y del atardecer, el rescoldo.
IV
Absolución repentina, serenidad, teatro carnal. Opulencia.
Mientras ella con una falda ondeante
Que se le unta en los muslos, que se adhiera a su cuerpo
Como si el cuerpo fuera una bahía aceitosa,
baila un Fandanguillo apretada contra sí,
una música de aire y de guitarras,
Él, testigo de una batalla de hormigas y difuntos,
El hombre de intimidad sombría quiere
cometer un asesinato,
Asesinar todo. El aire, el fandanguillo, a la mujer.
Salvajemente, sin originalidad, alienado, y llevarla al faro,
- corazón de reptil, paroxismo -
Ahogarla, asir su mano sensual con su mano fatal.
¿Por cuánto tiempo habrá de existir ese deseo extremo?
No hay asilo para la demencia que causa una pasión
impostergable.
VI
Oro puro el crepúsculo. Grito torturado. Idolatría feroz,
Desasosiego de un clima inhóspito que crece en las venas.
Abatido de fantasías,
En ese atardecer líquido era presa, devorado por el secreto
olor del sexo.
Espía de sí mismo, en contacto con la tierra y el mar
Ella cobra la fuerza de una imagen
amordazada en su imaginación.
Y apostado en un recodo de la cala, atisba
Las firmes maneras de sus senos, sus piernas apretadas,
sus muslos largos hacia el vientre;
Pero sus deseos son el cuerpo total y el alma, y del cuerpo
Agobiarse en las ingles con una pasión de marinero hambriento,
Besar esos nichos húmedos con un ansia imperiosa.
Y del alma, oír como música de fondo el centelleo apenas
Perceptible cuando abre la boca y dice palabras anilladas
por vocales bulliciosas y blasfemas.
Ella luce en el cuello un amuleto: piedrecillas marinas,
Blancas conchas, negras campanas de una devoción impaciente,
la piedra morión que cura la melancolía,
Esquirlas de un volcán que anidó el paraíso.
Son asuntos de la suerte que ella venera,
y precipita en su vida.
Como fuente de incontables misterios para los demás.
Ella masca la hoja de cañamo, de ojos terribles,
en medio de la tierra, desnuda,
Y se asoma al madrigal de los grillos,
rehén ocasional del hierbazal.
Y en su caminar golpea cabizbajos ídolos disgregados
de civilizaciones balbucientes.
Y él entre la furia y el ruido de chicharras obscenas,
trastrueca toda firmeza,
Y en su monomanía eleva un salmo a la belleza momentánea.
VII
Cuántos pájaros llegan a la ventana.
Al atardecer parecen pájaros de oro.
Al anochecer pájaros de plata.
Al amanecer pájaros de cobre.
Un griterío de todos los metales:
El salmo del aire.
Así él se detiene sin secretos, un ser habitual.
Y los átomos en ligeros remolinos forman el espejo
Donde contempla a un hombre sombrío que atraviesa
El sol del verano sobre el arroyo resonante.
¿Acaso ella no sabe su desmedido sentir, o ambos, perdidos
En el trópico delirante están en el mismo sendero
cuyos extremos
Ninguna geometría rige y la mutua seducción
Es una sonata orquestada por el viento,
Un campanario fantasmal que repica en alta mar
O el grito insensato de un marino sedicioso?
Él no tiene ningún secreto. Sus ramificaciones nerviosas
Alimentan su deseo. Su interminable cacería,
su adoración de sibarita.
Y ella es una mujer que camina en el puerto
Con la gloria acumulada de la seducción animal.
¿Proclamar su angustia? Pero ¿a quién? O ¿cómo mellar
el filo luminoso de su afán?
No. Debe perseverar indomable porque su ansiedad
No es el simulacro de un amor inventado,
Sino la explosión de la carne: el fuego en la caverna,
La luz en lo profundo orgánico, una fiesta de furor y polen.
Tierra corrompida por el cautivo verano.
Ocio marino que descubre el abandono.
Desesperación y arrobamiento. Difusa
Pedrería dejada allí, pulida por antigua
Borrasca con el don del olvido.
Mausoleo donde las aguas generan
Desvarío y exigen la cifra de una
Belleza oculta. Hechizo que posó
Su mano, y paciencia que gesta su veneno.
Esas son exhalaciones de pasión y cólera
Entre un hombre sombrío y una mujer
que camina en el puerto.
Pero los desencuentros dejan cicatrices,
Uñas, latas oxidadas que la ola arroja a las costas,
Un vestuario de deseos torturado por la sal,
El golpeteo eterno de una puerta que
Que no cierra y apenas se entreabre.
Más un oscuro propósito, reptil perezoso,
Látigo en su rajada armadura.
II
La tarde es una letra sin anfitrión,
Un guante sin mano. Y en lontananza una nube
Ríe entre las palmas en busca de la gracia de un dios.
Abstraída en la púrpura de un sol tardío,
A través vastos y turbulentos escenarios,
Ella pasa sin mirarlo, y sólo advierte
El aire de un cuchillo que rasga la opalescencia.
Un tiempo perdido entre un hombre sombrío
Y una mujer que camina en el puerto con millas de nostalgia
Lloradas y arrugadas en el bolso como un viejo papel.
Ellos tratan de encontrase, se buscan en el hervor de feroces
Plantas, en el grito del abismo, pero no pueden estar seguros
de lo que oyen, y se invocan sin cesar uno al otro.
Testigos son los pájaros dueños de las esporas y del follaje.
Entre tanto la estación exacerbada estruja las ramas
Que se disputan el indolente busto de una joven
Trazado con el lápiz de un niño:
Un mascarón de tajamar ojivendado en devaneos tumultuosos.
Ella siente la furia de la gente sometida,
Y en su caminar, el reñido duelo de las cosas olvidadas.
Pero en el centro del mundo su presencia es lámpara,
Enjambre de hierbas al boato,
Y junto a insectos en bullicio, la joya del naufragio
y del atardecer, el rescoldo.
IV
Absolución repentina, serenidad, teatro carnal. Opulencia.
Mientras ella con una falda ondeante
Que se le unta en los muslos, que se adhiera a su cuerpo
Como si el cuerpo fuera una bahía aceitosa,
baila un Fandanguillo apretada contra sí,
una música de aire y de guitarras,
Él, testigo de una batalla de hormigas y difuntos,
El hombre de intimidad sombría quiere
cometer un asesinato,
Asesinar todo. El aire, el fandanguillo, a la mujer.
Salvajemente, sin originalidad, alienado, y llevarla al faro,
- corazón de reptil, paroxismo -
Ahogarla, asir su mano sensual con su mano fatal.
¿Por cuánto tiempo habrá de existir ese deseo extremo?
No hay asilo para la demencia que causa una pasión
impostergable.
VI
Oro puro el crepúsculo. Grito torturado. Idolatría feroz,
Desasosiego de un clima inhóspito que crece en las venas.
Abatido de fantasías,
En ese atardecer líquido era presa, devorado por el secreto
olor del sexo.
Espía de sí mismo, en contacto con la tierra y el mar
Ella cobra la fuerza de una imagen
amordazada en su imaginación.
Y apostado en un recodo de la cala, atisba
Las firmes maneras de sus senos, sus piernas apretadas,
sus muslos largos hacia el vientre;
Pero sus deseos son el cuerpo total y el alma, y del cuerpo
Agobiarse en las ingles con una pasión de marinero hambriento,
Besar esos nichos húmedos con un ansia imperiosa.
Y del alma, oír como música de fondo el centelleo apenas
Perceptible cuando abre la boca y dice palabras anilladas
por vocales bulliciosas y blasfemas.
Ella luce en el cuello un amuleto: piedrecillas marinas,
Blancas conchas, negras campanas de una devoción impaciente,
la piedra morión que cura la melancolía,
Esquirlas de un volcán que anidó el paraíso.
Son asuntos de la suerte que ella venera,
y precipita en su vida.
Como fuente de incontables misterios para los demás.
Ella masca la hoja de cañamo, de ojos terribles,
en medio de la tierra, desnuda,
Y se asoma al madrigal de los grillos,
rehén ocasional del hierbazal.
Y en su caminar golpea cabizbajos ídolos disgregados
de civilizaciones balbucientes.
Y él entre la furia y el ruido de chicharras obscenas,
trastrueca toda firmeza,
Y en su monomanía eleva un salmo a la belleza momentánea.
VII
Cuántos pájaros llegan a la ventana.
Al atardecer parecen pájaros de oro.
Al anochecer pájaros de plata.
Al amanecer pájaros de cobre.
Un griterío de todos los metales:
El salmo del aire.
Así él se detiene sin secretos, un ser habitual.
Y los átomos en ligeros remolinos forman el espejo
Donde contempla a un hombre sombrío que atraviesa
El sol del verano sobre el arroyo resonante.
¿Acaso ella no sabe su desmedido sentir, o ambos, perdidos
En el trópico delirante están en el mismo sendero
cuyos extremos
Ninguna geometría rige y la mutua seducción
Es una sonata orquestada por el viento,
Un campanario fantasmal que repica en alta mar
O el grito insensato de un marino sedicioso?
Él no tiene ningún secreto. Sus ramificaciones nerviosas
Alimentan su deseo. Su interminable cacería,
su adoración de sibarita.
Y ella es una mujer que camina en el puerto
Con la gloria acumulada de la seducción animal.
¿Proclamar su angustia? Pero ¿a quién? O ¿cómo mellar
el filo luminoso de su afán?
No. Debe perseverar indomable porque su ansiedad
No es el simulacro de un amor inventado,
Sino la explosión de la carne: el fuego en la caverna,
La luz en lo profundo orgánico, una fiesta de furor y polen.
Poemas del libro El torso de una mandolina
Ediciones Papeles Privados, México, D.F., 2009
Epígrafes
Ahora, después de muchos años, sigo estudiando,
sigo teniendo maestros, escribo música, sueño
remotos países,
y a veces doy tamborazos en tinas de baño...
Silvestre Revueltas
Sin música la vida sería un error.
Friederich Nietzsche
sigo teniendo maestros, escribo música, sueño
remotos países,
y a veces doy tamborazos en tinas de baño...
Silvestre Revueltas
Sin música la vida sería un error.
Friederich Nietzsche
The Man I Love
El, que evidencia mi corazón,
que tiene en sus manos la fuerza
que me enciende, él es un marino que canta
la canción del nauta, aún atado a grilletes
canta la canción que me convida, ese
taumaturgo, porque él es mi hombre,
él me arrebola y sé que él me ama.
Quiero ser agua y que me beba. Quiero ser
lecho donde duerma. Quiero ser la estrella
de su aire tibio. Quiero ser la gacela de su
hambre. Quiero que me mire y me
sorprenda. Quiero ser un viento del Oriente
y que me aspire. Quiero espiar su retrato y
ver los gestos del hombre que amo. Es la
razón que me encandila y me consume. Él es
mi tiempo. Si es lunes, con risa de río. Si es
jueves, sin abrigo. Si viernes, vestido de
cortejo. Si viene solo, yo estoy sola. Yo estoy
sola siempre sin él. En mi cuerpo hallará un
amor diferente, una sinfonía para
embriagarnos en el foro de mi noche y de mi
día, él es el hombre que amo. Él es una
agitación de gigantes: el hombre que amo. Y
si me mira, sonrío y me ruborizan sus
anhelantes ojos negros. Sus manos desnudas,
sus brazos que son tenazas de fuego. El
hombre que amo es casa de la pasión y
mansión de los deseos.
que tiene en sus manos la fuerza
que me enciende, él es un marino que canta
la canción del nauta, aún atado a grilletes
canta la canción que me convida, ese
taumaturgo, porque él es mi hombre,
él me arrebola y sé que él me ama.
Quiero ser agua y que me beba. Quiero ser
lecho donde duerma. Quiero ser la estrella
de su aire tibio. Quiero ser la gacela de su
hambre. Quiero que me mire y me
sorprenda. Quiero ser un viento del Oriente
y que me aspire. Quiero espiar su retrato y
ver los gestos del hombre que amo. Es la
razón que me encandila y me consume. Él es
mi tiempo. Si es lunes, con risa de río. Si es
jueves, sin abrigo. Si viernes, vestido de
cortejo. Si viene solo, yo estoy sola. Yo estoy
sola siempre sin él. En mi cuerpo hallará un
amor diferente, una sinfonía para
embriagarnos en el foro de mi noche y de mi
día, él es el hombre que amo. Él es una
agitación de gigantes: el hombre que amo. Y
si me mira, sonrío y me ruborizan sus
anhelantes ojos negros. Sus manos desnudas,
sus brazos que son tenazas de fuego. El
hombre que amo es casa de la pasión y
mansión de los deseos.
Oigo llover
Entre los acantilados su belleza
está oculta. Es una belleza indolente
e interminable que con sus cantos
confunde a la lluvia.
Yo te dejo mis palabras para que las unas a tus cantos,
para que cuando aparezcan las guitarras
y los violoncelos te digan la hora en que tiro
mi pobre escalera de siete travesaños.
Ya las turbulencias secretas de la lluvia
recuerden tu canto y con una gran
sinfonía de todas las voces y colores
tú te eleves con tu laúd a cantar, bajo la mirada de las frías estrellas,
con tu coro de miles de pájaros de oro y de plata
y que sobre tu cabeza, como un divina aureola, anidan.
Oigo la lluvia, esa exquisita refinada
que para ti suspira. Une tu canto a sus
infinitas voces, y que tu aire tenga todos
los significados y los epítetos fijos y las
sílabas construyan el amor que cantas cuando oigo llover,
para que la gente sencilla que se esconde
porque no tiene más que árboles o fríos muros y escaparates
donde venden el pan que no compran,
y los perros amarillos que se asustan y aúllan bajo los nichos de las casas,
oigan la lluvia enlazada a tu voz y por hoy, al menos,
sean los seres más felices de la Tierra.
está oculta. Es una belleza indolente
e interminable que con sus cantos
confunde a la lluvia.
Yo te dejo mis palabras para que las unas a tus cantos,
para que cuando aparezcan las guitarras
y los violoncelos te digan la hora en que tiro
mi pobre escalera de siete travesaños.
Ya las turbulencias secretas de la lluvia
recuerden tu canto y con una gran
sinfonía de todas las voces y colores
tú te eleves con tu laúd a cantar, bajo la mirada de las frías estrellas,
con tu coro de miles de pájaros de oro y de plata
y que sobre tu cabeza, como un divina aureola, anidan.
Oigo la lluvia, esa exquisita refinada
que para ti suspira. Une tu canto a sus
infinitas voces, y que tu aire tenga todos
los significados y los epítetos fijos y las
sílabas construyan el amor que cantas cuando oigo llover,
para que la gente sencilla que se esconde
porque no tiene más que árboles o fríos muros y escaparates
donde venden el pan que no compran,
y los perros amarillos que se asustan y aúllan bajo los nichos de las casas,
oigan la lluvia enlazada a tu voz y por hoy, al menos,
sean los seres más felices de la Tierra.
Pennies from Heaven
Un rey nos retiene, nos alienta y nos guarda:
la juventud salvaje, juegos y dicha,
y llena de mil plegarias y mil entretejidos
caminos por recorrer. Son nuestros planes
de vida: amores fincados, poderío de caricias
y de besos. Pero los días han pasado. Y el
enmarañado presente nos espera en las calles,
en las grises oficinas, en tugurios de prole nefasta
a que el destino nos arrastra.
¿Y el milagro de aquellas plegarias, de la
dicha, de los anhelos? Parecería que un
ejército desesperado nos sometiera a su
odioso sino. No, amor mío, esta es nuestra
mesa, la azucena de las manos es fragante, el
olfato de nuestros cuerpos es lino y arrebato
y todavía recordamos nuestros rasgos de
niños piadosos: nada se ha perdido. Tú
vuelves y yo regreso también: amamos la
paloma, la estrella, la hoguera. Y yo estoy
loco por ti. Y cuando te enciendes
caen Pennies from Heaven, porque tú eres el
milagro. Y quién mejor que tú para bailar a su
ritmo, desenlazando la cabellera, negra
cascada eléctrica con tu vestido de raso de
plata y ceñido. Viste el mundo y saliste a él.
Ahora esa música es tuya, y a mí déjame los
Pennies from Heaven, maga y milagrosa, mía.
la juventud salvaje, juegos y dicha,
y llena de mil plegarias y mil entretejidos
caminos por recorrer. Son nuestros planes
de vida: amores fincados, poderío de caricias
y de besos. Pero los días han pasado. Y el
enmarañado presente nos espera en las calles,
en las grises oficinas, en tugurios de prole nefasta
a que el destino nos arrastra.
¿Y el milagro de aquellas plegarias, de la
dicha, de los anhelos? Parecería que un
ejército desesperado nos sometiera a su
odioso sino. No, amor mío, esta es nuestra
mesa, la azucena de las manos es fragante, el
olfato de nuestros cuerpos es lino y arrebato
y todavía recordamos nuestros rasgos de
niños piadosos: nada se ha perdido. Tú
vuelves y yo regreso también: amamos la
paloma, la estrella, la hoguera. Y yo estoy
loco por ti. Y cuando te enciendes
caen Pennies from Heaven, porque tú eres el
milagro. Y quién mejor que tú para bailar a su
ritmo, desenlazando la cabellera, negra
cascada eléctrica con tu vestido de raso de
plata y ceñido. Viste el mundo y saliste a él.
Ahora esa música es tuya, y a mí déjame los
Pennies from Heaven, maga y milagrosa, mía.
Casablanca
Con el paso del tiempo lo querido cambia.
Cambian los hombres y las ciudades, cambia
el mundo. No hay promesas que recordar,
porque hay olvido. Los amantes se separan o
se pierden con el paso del tiempo. Nuestra
alma es una provincia que preserva unos
cuantos recuerdos, si tenemos los ojos
abiertos. Casablanca fue un sueño. Uno se
resiste hasta cargar con los sueños. Fue el
sueño de una paraje enamorada y una guerra
nefasta, y una canción en el thriller de un
film y unos escenarios que recordaban una
ciudad árabe, un bar, el Rick´s , y el mar
Atlántico. Yo no había nacido pero desde
pequeño oí hablar de esa clásica película en
blanco y negro. Años más tarde la vi. Y
porque ya tenía el germen de otras memorias, hoy
escucho As Time Goes By y una lágrima
de perro cae sobre mi plato.
Me emociona que el hombre guarde una
memoria que no es la suya y una época que
no fue sino rescoldos de otros, que hoy
muertos, silbaban esa canción como el eco
de un amor imposible y de la libertad. Y
quizá todo fue el suspense de una película
de Hollywood, enamoramiento de celuloide
con el paso del tiempo, que aún amamos.
Cambian los hombres y las ciudades, cambia
el mundo. No hay promesas que recordar,
porque hay olvido. Los amantes se separan o
se pierden con el paso del tiempo. Nuestra
alma es una provincia que preserva unos
cuantos recuerdos, si tenemos los ojos
abiertos. Casablanca fue un sueño. Uno se
resiste hasta cargar con los sueños. Fue el
sueño de una paraje enamorada y una guerra
nefasta, y una canción en el thriller de un
film y unos escenarios que recordaban una
ciudad árabe, un bar, el Rick´s , y el mar
Atlántico. Yo no había nacido pero desde
pequeño oí hablar de esa clásica película en
blanco y negro. Años más tarde la vi. Y
porque ya tenía el germen de otras memorias, hoy
escucho As Time Goes By y una lágrima
de perro cae sobre mi plato.
Me emociona que el hombre guarde una
memoria que no es la suya y una época que
no fue sino rescoldos de otros, que hoy
muertos, silbaban esa canción como el eco
de un amor imposible y de la libertad. Y
quizá todo fue el suspense de una película
de Hollywood, enamoramiento de celuloide
con el paso del tiempo, que aún amamos.
Lágrimas negras
(A Miguel Matamoros, in memoriam)
No se agotarán mis lágrimas. Llenarán mi
vieja ánfora, y derramada, formarán un
estero de negra sal, un río de crueles y
confusas aguas, un pozo donde la cuerda jala
la desolación. “Tú me has dejado en el
abandono”. Te has ido bailando la rumba de
tu extravío. Mi loco frenesí no
tiene convocados. Y con tu partida, todos los
remedios son vacuos y anotados en papelitos,
llenan montañas. Derramaste sobre
mi corazón un amargo licor de hechicería y en
éxtasis seguiste cantando y bailando
enloquecidamente. Hoy guardo en cántaros
rotos mis poemas: canciones de trova y la
matemática de tus perfectas caderas.
¡Oh loca y maléfica! He abandonado mi guitarra
sin cuerdas en el almacén de mis solitarias
noches. Y lloro, y vago arrastrando mi pena
entre las negras espumas que arroja el mar.
Para mi magia guardo tu peine de carey y
los rojos lazos con que atabas tu cabello,
negra hilada de lujuria de divina seda. Me
dicen los viejos trovadores que cantas mis
lágrimas negras ante un público henchido de
resabios. Yo busco, entre los cantores a
Daniel, “El Jefe”, para que me cante esa
antigua romanza, ese son, en una plaza habanera.
vieja ánfora, y derramada, formarán un
estero de negra sal, un río de crueles y
confusas aguas, un pozo donde la cuerda jala
la desolación. “Tú me has dejado en el
abandono”. Te has ido bailando la rumba de
tu extravío. Mi loco frenesí no
tiene convocados. Y con tu partida, todos los
remedios son vacuos y anotados en papelitos,
llenan montañas. Derramaste sobre
mi corazón un amargo licor de hechicería y en
éxtasis seguiste cantando y bailando
enloquecidamente. Hoy guardo en cántaros
rotos mis poemas: canciones de trova y la
matemática de tus perfectas caderas.
¡Oh loca y maléfica! He abandonado mi guitarra
sin cuerdas en el almacén de mis solitarias
noches. Y lloro, y vago arrastrando mi pena
entre las negras espumas que arroja el mar.
Para mi magia guardo tu peine de carey y
los rojos lazos con que atabas tu cabello,
negra hilada de lujuria de divina seda. Me
dicen los viejos trovadores que cantas mis
lágrimas negras ante un público henchido de
resabios. Yo busco, entre los cantores a
Daniel, “El Jefe”, para que me cante esa
antigua romanza, ese son, en una plaza habanera.
Una noche en la Ópera
Todo el mundo admira y ama a la mujer
coqueta, la excepción es su marido.
Voltaire
Con qué deleite podemos reírnos de las cosas
serias. ¿Todo es la vida es seriedad,
solemnidad, sufrimiento, apatía? Nos reímos
porque en el espejo todos somos iguales a un
mico loco. La Ópera me regocija con los
sufrimientos y absurdos que de pronto surgen
en escena. (Y la música y el canto). Pero
Groucho, Chico y Harpo crean la obra maestra
de la hilaridad. Satirizan Il Trovatore creando
un caos, gags de desacatos. Pero el tenor ama
a la soprano y hay amor en el humor. Reír,
echarse carcajadas cura las dolencias del
cuerpo y del alma. Nos da felicidad, aunque
sea por unos minutos. La vida puede ser un
chascarrillo. Somos el mimo que sale a la calle
a decir Nada, ese es “el sentido de la vida”. La
insensatez necesita subirse a un foro, meter en
un minúsculo camarote un gran baúl, más
doce personas, “y también dos huevos duros”,
o cenar de espaldas con la dama invitada.
Harpo, el mudo, canta Pagliacci frente un
espejo. Y Chico firma un contrato de cláusulas
extraviadas como un pescado. Los
acontecimientos no tienen orden; la vida es un
chiste y que sólo la muerte, que puede ser una
bufonada, nos saca de él.
coqueta, la excepción es su marido.
Voltaire
Con qué deleite podemos reírnos de las cosas
serias. ¿Todo es la vida es seriedad,
solemnidad, sufrimiento, apatía? Nos reímos
porque en el espejo todos somos iguales a un
mico loco. La Ópera me regocija con los
sufrimientos y absurdos que de pronto surgen
en escena. (Y la música y el canto). Pero
Groucho, Chico y Harpo crean la obra maestra
de la hilaridad. Satirizan Il Trovatore creando
un caos, gags de desacatos. Pero el tenor ama
a la soprano y hay amor en el humor. Reír,
echarse carcajadas cura las dolencias del
cuerpo y del alma. Nos da felicidad, aunque
sea por unos minutos. La vida puede ser un
chascarrillo. Somos el mimo que sale a la calle
a decir Nada, ese es “el sentido de la vida”. La
insensatez necesita subirse a un foro, meter en
un minúsculo camarote un gran baúl, más
doce personas, “y también dos huevos duros”,
o cenar de espaldas con la dama invitada.
Harpo, el mudo, canta Pagliacci frente un
espejo. Y Chico firma un contrato de cláusulas
extraviadas como un pescado. Los
acontecimientos no tienen orden; la vida es un
chiste y que sólo la muerte, que puede ser una
bufonada, nos saca de él.
Algo flota sobre el agua
A Elsa Aguirre
Fue belleza disputada. Y queriendo
arrancarla de su tallo, sangre rosa y plata
corrió por el río. Ella fue el pentagrama de
una canción que canto a solas, por el
sendero de las blancas azaleas. Hubo
necesariamente muertos: siempre hay
tormenta en el amor. El río hizo flotar a
aquella que trocó en flor. Pero su pureza
está en la más alta peña. Me nombro el
jinete enamorado sobre los pantanos. Ella
deja huir su perfume en las noches de estío
como si vagara con un espejo de luna en la
mano. Su hermosura fue incontinente, su
carne canela, su cabellera un mezquita de
profunda oración. Cuando camina
espontáneos trinos se oyen como si sus pasos
llevarán alas de golondrinas y de esos
eternos ruiseñores que en su canto, lloraron.
Hoy se ha reclinado sobre un sauce y es de
noche en el campo. Su cuerpo hace tertulia
con las luces de fuego de las estrellas. Pero
algo me dice que ella agita el palomar,
porque está tocada con hojas de naranjo. Yo
seguiré oyéndola cantar "Flor de azalea” con
jarana y arpa, al lado del río; y como hombre
imprudente y nostálgico no tendré más
remedio nadar hacia el remolino del deseo y
morir o amarla apasionadamente.
arrancarla de su tallo, sangre rosa y plata
corrió por el río. Ella fue el pentagrama de
una canción que canto a solas, por el
sendero de las blancas azaleas. Hubo
necesariamente muertos: siempre hay
tormenta en el amor. El río hizo flotar a
aquella que trocó en flor. Pero su pureza
está en la más alta peña. Me nombro el
jinete enamorado sobre los pantanos. Ella
deja huir su perfume en las noches de estío
como si vagara con un espejo de luna en la
mano. Su hermosura fue incontinente, su
carne canela, su cabellera un mezquita de
profunda oración. Cuando camina
espontáneos trinos se oyen como si sus pasos
llevarán alas de golondrinas y de esos
eternos ruiseñores que en su canto, lloraron.
Hoy se ha reclinado sobre un sauce y es de
noche en el campo. Su cuerpo hace tertulia
con las luces de fuego de las estrellas. Pero
algo me dice que ella agita el palomar,
porque está tocada con hojas de naranjo. Yo
seguiré oyéndola cantar "Flor de azalea” con
jarana y arpa, al lado del río; y como hombre
imprudente y nostálgico no tendré más
remedio nadar hacia el remolino del deseo y
morir o amarla apasionadamente.
Poemas del libro Los oscuros mapas del amor
Ediciones Papeles Privados, México, D.F., 2014
Epígrafe
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With learned Italian things
And the proud stones of Greece, Poets´imaginings And memories of love, Memories of the words of women, All those things whereof Man makes a superhuman Mirror-resembling dream. |
Con la aprendida sabiduría de Italia
Y las soberbias piedras de Grecia, Imaginaciones de poeta, Recuerdos de amor, Recuerdos de palabras de mujer, Todas esas cosas con las que El hombre crea un sobrehumano Sueño semejante a un espejo. |
William Butler Yeats
Pórtico
Te dedico todos mis poemas.
Cada palabra es una golondrina,
y cada página un racimo.
Arriba y abajo están el cielo y la tierra:
eres su primavera.
Mis poemas son mi marquesina encantada.
Y aunque para el mundo son innecesarios,
son mi pulso, el aire de mi boca:
frases que se derraman como deltas de un río.
Si valen o no, poco importa.
Yo te los dedico, simples y sin artificios
y prodigiosos cuando nada callan.
Cada palabra es una golondrina,
y cada página un racimo.
Arriba y abajo están el cielo y la tierra:
eres su primavera.
Mis poemas son mi marquesina encantada.
Y aunque para el mundo son innecesarios,
son mi pulso, el aire de mi boca:
frases que se derraman como deltas de un río.
Si valen o no, poco importa.
Yo te los dedico, simples y sin artificios
y prodigiosos cuando nada callan.
Envío
Toda palabra es un conjuro.
Y el espíritu al que se llama, aparece.
Novalis
Libro mío, de origen incierto, ofrecido a sus manos,
canta a la amada, ve con tus armonios y tus músicos medievales,
o mejor, y tal vez por los tiempos que corren
--suena como un profundo y sofocado jazz.
Pasa despacio, no provoques escándalos,
que no se escuche el ruido de la puerta,
ni el chirriar del carro que jalan las estrellas.
Y como presente obséquiale una flor,
la Flor Azul de Novalis que el cauteloso felino no pisa,
flor simple y escondida entre la belleza de lo increado,
para que ella renuncie a otros cantores,
y cante secreta sólo para mí
y absorta y rápida se tienda a mi lado,
loca de embelesos, bajo el sol escarlata.
Veremos entonces a las harpías malograr sus hechizos
y los locos motores de inyección inmovilizar sus absurdas palancas.
Callo. Pasa lector en silencio porque ella duerme
bajo el árbol del tiempo y en su sueño ilumine
la Isla de Esperanza, hasta el fin de los tiempos.
Y el espíritu al que se llama, aparece.
Novalis
Libro mío, de origen incierto, ofrecido a sus manos,
canta a la amada, ve con tus armonios y tus músicos medievales,
o mejor, y tal vez por los tiempos que corren
--suena como un profundo y sofocado jazz.
Pasa despacio, no provoques escándalos,
que no se escuche el ruido de la puerta,
ni el chirriar del carro que jalan las estrellas.
Y como presente obséquiale una flor,
la Flor Azul de Novalis que el cauteloso felino no pisa,
flor simple y escondida entre la belleza de lo increado,
para que ella renuncie a otros cantores,
y cante secreta sólo para mí
y absorta y rápida se tienda a mi lado,
loca de embelesos, bajo el sol escarlata.
Veremos entonces a las harpías malograr sus hechizos
y los locos motores de inyección inmovilizar sus absurdas palancas.
Callo. Pasa lector en silencio porque ella duerme
bajo el árbol del tiempo y en su sueño ilumine
la Isla de Esperanza, hasta el fin de los tiempos.
Vanidad
Estuve a punto de romper estas palabras escritas
con lápiz sobre una vieja hoja de papel.
Después, cuando las volví a leer,
en el silencio donde la gente pobre se junta,
en los andenes de trenes olvidados
por el rumbo de Buenavista,
vi su pobreza y quise olvidarlas.
Pero ciego de vanidad las guardé conmigo.
Estuve a punto de romper estas palabras escritas
con lápiz sobre una vieja hoja de papel.
Después, cuando las volví a leer,
en el silencio donde la gente pobre se junta,
en los andenes de trenes olvidados
por el rumbo de Buenavista,
vi su pobreza y quise olvidarlas.
Pero ciego de vanidad las guardé conmigo.
La serpiente roja del estío*
Pero ¿la poesía es rumor de gente,
el tremolar de frases que se dicen los enamorados,
los que intercambian cartas con flores aplastadas y polvorientas,
encintadas en viejos cofres?
Hay jardines desmemoriados.
Hay aplausos de locos y payasos.
Hay nómadas que caminan en las calles.
Sus mujeres les dicen buenos días
o adiós con un beso herido
y llevan sombreros amarillos
y ríen como nimbos celestes.
¿Eso es la poesía?
Seres vivos y dramáticos
pululan en la serpiente roja del estío.
Por eso leí a los grandes poetas.
Y ahí estaba la poesía.
Pero también la encontré una tarde,
en los pétalos estrujados por los dedos
de una mujer sin recuerdos,
que llevaba de la mano
a un hombre encorvado.
Era la poesía.
Dejo mis palabras a su propia erosión.
A su propia suerte.
Mis fruslerías y los desahogos
de un hombre que quiso explicarse
porqué escribía cartas a deshoras
y versos que destruía.
Estas palabras me reclaman
pero antes no las pude escribir
porque nada es más difícil que decir la verdad.
*Rubén Bonifaz Nuño
|
Frases de un diario apócrifo
¿Cuál es el hombre de la mañana y cuál el de las tinieblas?
René Char
No llevo ningún diario.
Escribo poco, trazo imágenes petrificadas,
y de tanto en tanto, secretas vehemencias.
Y entre frases desordenadas
busco los sonidos de las cosas transparentes.
Es preciso reconocer que soy distraído,
que debería estar preparado.
Pero no hay misterio.
El otoño nos precede
y la eternidad se desliza en los muros
como una sombra en el silencio.
En la orilla opuesta
la vida es una carretilla vacía empujada por muertos.
Hoy todo viene a decirme adiós.
A enseñarme su cara de victoria,
sus plumas inmortales.
Todo es impaciente y destinado.
Y llego al carnaval del año sin máscara y sin contraseña
al pie de un montón de piedras,
y en ese transcurrir advierto que yo soy el que se cae
y soy también quien se levanta.
Solamente los versos que hice para ti brillan de nuevo.
¡Vivir sin disimulo las emociones!
René Char
No llevo ningún diario.
Escribo poco, trazo imágenes petrificadas,
y de tanto en tanto, secretas vehemencias.
Y entre frases desordenadas
busco los sonidos de las cosas transparentes.
Es preciso reconocer que soy distraído,
que debería estar preparado.
Pero no hay misterio.
El otoño nos precede
y la eternidad se desliza en los muros
como una sombra en el silencio.
En la orilla opuesta
la vida es una carretilla vacía empujada por muertos.
Hoy todo viene a decirme adiós.
A enseñarme su cara de victoria,
sus plumas inmortales.
Todo es impaciente y destinado.
Y llego al carnaval del año sin máscara y sin contraseña
al pie de un montón de piedras,
y en ese transcurrir advierto que yo soy el que se cae
y soy también quien se levanta.
Solamente los versos que hice para ti brillan de nuevo.
¡Vivir sin disimulo las emociones!
Los esclavos
… nada más entero que el grito mineral
y la frialdad espléndida de sus estancas galerías insomnes.
Ernesto de la Peña
Quieren salir y no pueden,
quieren soltarse
romper sus cadenas
liberarse,
gesticulan,
se contorsionan,
luchan.
Quieren desprenderse,
dejar la dura piedra
pero no pueden.
Miguel Ángel les ha regalado
la eternidad.
-Monteverde Vecchio, Roma, 2009
y la frialdad espléndida de sus estancas galerías insomnes.
Ernesto de la Peña
Quieren salir y no pueden,
quieren soltarse
romper sus cadenas
liberarse,
gesticulan,
se contorsionan,
luchan.
Quieren desprenderse,
dejar la dura piedra
pero no pueden.
Miguel Ángel les ha regalado
la eternidad.
-Monteverde Vecchio, Roma, 2009
En el café
Con un gesto de iluminado
habla de lo bien que van los negocios;
pero su mirada es una transacción de cambio,
y en su última y sarcástica frase
cae una delatora gota de agua de pezuña
sobre el café. —El hombre se sonríe.
Porque sus virtudes son vicios
que saca de la caja de los trucos
el muñeco de sal de su alma.
Habla de dinero: habla de traición.
habla de lo bien que van los negocios;
pero su mirada es una transacción de cambio,
y en su última y sarcástica frase
cae una delatora gota de agua de pezuña
sobre el café. —El hombre se sonríe.
Porque sus virtudes son vicios
que saca de la caja de los trucos
el muñeco de sal de su alma.
Habla de dinero: habla de traición.
No se detiene
Marcha triunfal, con cara de inocentón.
¿Ni siquiera en sus ratos de ocio se ha puesto a pensar en su desdicha?
¿Ni siquiera en sus ratos de ocio se ha puesto a pensar en su desdicha?
Telefonema
Todo cae, dice el Maestro Ho. Todo cae,
tú mismo ya vagas entre las ruinas del mañana.
Henri Michaux
Supliqué a mis silencios que me dieran un diagnóstico:
para ello leí “¿Dónde estará la Guillermina?”.
Y no tuve respuesta ni dictamen de las utópicas Sibilas.
Después… el tiempo, siempre el tiempo,
con su saco de arañas, me asedió.
Yo me preguntaba ¿qué será de mí? ¿Y ella, dónde estará?
Recuerdo días en que nos mirábamos como queriendo tocarnos,
pero viajábamos hacia puntos equidistantes, en una Noche transfigurada.
Hoy las fases de la luna rigen los colores del León
que ruge en el sigilo en mi cuarto.
Si la verdad es profana habla por sus propios labios.
¿Dónde está el alma en el cuerpo?
Yo sólo tengo vestigios, inciertas señales y pistas falsas.
Y a menudo desafío mi imperfección.
Mi corazón es un navío de Tinieblas.
“Ella aparecerá a tu lado con sus jeans remendados con hilo verde
y mirando por la ventana las grandes puertas salvajes”.
Después de un rato hundí mis manos en mi carne para sentir la vida.
Sólo sentí huesos y cartílagos desperdigados entre la tierra.
Pero después de todo este ir y venir de palabras,
de este fraseo que no oculta pesares, historias y deseos
sólo quería decirte desde que inicié este discurso
por la caseta del teléfono,
que del viento de febrero a la fecha, imprudentes plantas voraces
se disputan mi esqueleto…
tú mismo ya vagas entre las ruinas del mañana.
Henri Michaux
Supliqué a mis silencios que me dieran un diagnóstico:
para ello leí “¿Dónde estará la Guillermina?”.
Y no tuve respuesta ni dictamen de las utópicas Sibilas.
Después… el tiempo, siempre el tiempo,
con su saco de arañas, me asedió.
Yo me preguntaba ¿qué será de mí? ¿Y ella, dónde estará?
Recuerdo días en que nos mirábamos como queriendo tocarnos,
pero viajábamos hacia puntos equidistantes, en una Noche transfigurada.
Hoy las fases de la luna rigen los colores del León
que ruge en el sigilo en mi cuarto.
Si la verdad es profana habla por sus propios labios.
¿Dónde está el alma en el cuerpo?
Yo sólo tengo vestigios, inciertas señales y pistas falsas.
Y a menudo desafío mi imperfección.
Mi corazón es un navío de Tinieblas.
“Ella aparecerá a tu lado con sus jeans remendados con hilo verde
y mirando por la ventana las grandes puertas salvajes”.
Después de un rato hundí mis manos en mi carne para sentir la vida.
Sólo sentí huesos y cartílagos desperdigados entre la tierra.
Pero después de todo este ir y venir de palabras,
de este fraseo que no oculta pesares, historias y deseos
sólo quería decirte desde que inicié este discurso
por la caseta del teléfono,
que del viento de febrero a la fecha, imprudentes plantas voraces
se disputan mi esqueleto…
Naturaleza muerta
Completamente azul y despeinado
El corazón y la cabeza entre las nubes
Heme sin mejilla y sin mirada
Con un rayo de luna en el bolsillo.
Jorge Eduardo Eielson
Contaba las palabras.
No eran suyas y no eran para convencernos.
Las juntaba porque era su profesión.
Donde iba, allí las recogía,
las buscaba detrás de las puertas, junto a los pequeños insectos,
y en grandes jarrones las enterraba.
Soñaba algún día en cosecharlas.
Y todas aquellas que sobraban las zurcía
en cualquier parte de su cuerpo.
Añadía peso a su cuerpo.
Pero la verdad es que eran plumas.
Palabras-plumas y volaban.
Por eso caían en el suelo, en los platos,
y dentro de los vasos eran agua con alas.
Un día, cuando realizaba su trabajo habitual
cayó una palabra sobre su mano y vio que era pequeña
y la guardó en su bolsa y se acostó a dormir.
Cuando quiso levantarse no pudo.
Tenía la sensación de que pesaba demasiado,
y buscó en su bolsillo aquella pequeña palabra,
y la encontró grande y sujetaba su cuerpo,
lo anclaba, era de mármol, era de plomo,
pesaba, y rodeado de palabras-plumas
jalaba ese cuerpo dormido
que estaba detrás de las puertas,
junto a pequeños insectos,
con palabras remendadas en su negro saco,
al lado de un jarrón con flores.
El corazón y la cabeza entre las nubes
Heme sin mejilla y sin mirada
Con un rayo de luna en el bolsillo.
Jorge Eduardo Eielson
Contaba las palabras.
No eran suyas y no eran para convencernos.
Las juntaba porque era su profesión.
Donde iba, allí las recogía,
las buscaba detrás de las puertas, junto a los pequeños insectos,
y en grandes jarrones las enterraba.
Soñaba algún día en cosecharlas.
Y todas aquellas que sobraban las zurcía
en cualquier parte de su cuerpo.
Añadía peso a su cuerpo.
Pero la verdad es que eran plumas.
Palabras-plumas y volaban.
Por eso caían en el suelo, en los platos,
y dentro de los vasos eran agua con alas.
Un día, cuando realizaba su trabajo habitual
cayó una palabra sobre su mano y vio que era pequeña
y la guardó en su bolsa y se acostó a dormir.
Cuando quiso levantarse no pudo.
Tenía la sensación de que pesaba demasiado,
y buscó en su bolsillo aquella pequeña palabra,
y la encontró grande y sujetaba su cuerpo,
lo anclaba, era de mármol, era de plomo,
pesaba, y rodeado de palabras-plumas
jalaba ese cuerpo dormido
que estaba detrás de las puertas,
junto a pequeños insectos,
con palabras remendadas en su negro saco,
al lado de un jarrón con flores.
El viejo
A Ricardo Díazmuñoz
Cuando dejes mis palmares y mi sierra,
peregrina del semblante encantador,
no te olvides, no te olvides de mi tierra...
no te olvides, no te olvides de mi amor.
Ricardo Palmerín
Lo recuerdo una tarde. Lo vi caminar. Y algo le decía a un peón.
Mi voz le decía algo también, una palabra, y el viento otra. Y él las oía.
Después lo vi sentado sobre un risco, cerca de los piñales,
y sé por qué pensé en el mar. Titán en su grandeza.
Por doquiera, en la guerra de revolución
o en la guerra de los cristeros, oí que cantaba.
Él cantaba con su bella voz de barítono
y nosotros gozábamos sus canciones y le aplaudíamos.
Cantaba como si el drama de las guerras,
de la muerte y de la vida fueran una sola y misma cosa
y a él ya poco le importara, porque él cantaba canciones de amor.
No puedo menos que recordar su risa amplia y clara.
Era la fiel madurez de un hombre iluminado y generoso.
Nunca le pregunté si había matado, y aún sigo sin saberlo.
Quizá sí mato o no mató a ningún hombre,
era la lucha, las guerras.
Hoy está abandonado a su propia suerte.
En un triste hospital.
Se hizo viejo pero él sigue siendo fuerte en mí,
porque sus palabras claras eran poderosas.
En subterráneos silencios se oyen sones en Paso del Toro,
guarachas, “El toro Zacamandú” y otras jaranas.
Hay quienes lloran su pérdida.
pero nada se ha perdido, aún cuando ya nadie recuerde
a aquellos vivos que amamos.
Mi abuelo debe estar en su casa desgastada de cielo,
rasgando del azul de la noche sus piedras preciosas,
y cantando “Peregrina”.
peregrina del semblante encantador,
no te olvides, no te olvides de mi tierra...
no te olvides, no te olvides de mi amor.
Ricardo Palmerín
Lo recuerdo una tarde. Lo vi caminar. Y algo le decía a un peón.
Mi voz le decía algo también, una palabra, y el viento otra. Y él las oía.
Después lo vi sentado sobre un risco, cerca de los piñales,
y sé por qué pensé en el mar. Titán en su grandeza.
Por doquiera, en la guerra de revolución
o en la guerra de los cristeros, oí que cantaba.
Él cantaba con su bella voz de barítono
y nosotros gozábamos sus canciones y le aplaudíamos.
Cantaba como si el drama de las guerras,
de la muerte y de la vida fueran una sola y misma cosa
y a él ya poco le importara, porque él cantaba canciones de amor.
No puedo menos que recordar su risa amplia y clara.
Era la fiel madurez de un hombre iluminado y generoso.
Nunca le pregunté si había matado, y aún sigo sin saberlo.
Quizá sí mato o no mató a ningún hombre,
era la lucha, las guerras.
Hoy está abandonado a su propia suerte.
En un triste hospital.
Se hizo viejo pero él sigue siendo fuerte en mí,
porque sus palabras claras eran poderosas.
En subterráneos silencios se oyen sones en Paso del Toro,
guarachas, “El toro Zacamandú” y otras jaranas.
Hay quienes lloran su pérdida.
pero nada se ha perdido, aún cuando ya nadie recuerde
a aquellos vivos que amamos.
Mi abuelo debe estar en su casa desgastada de cielo,
rasgando del azul de la noche sus piedras preciosas,
y cantando “Peregrina”.
Adepto
... Augusto no era un caminante, sino un paseante de la vida."Esperaré a que pase un perro -dijo- y tomaré la dirección que él tome."
Miguel de Unamuno
Queridos hermanos, perros callejeros, os amo.
Yo soy vuestro fan.
Y aunque no entiendo vuestra filosofía
me adhiero, pues no entender es exactamente
un argumento para vivir callejando y libre.
Amo estar sarnoso. Con mil pulgas muy mías. Ir a cualquier lado.
Hacer el amor en la calle, sin pena y generalmente con gloria.
Sí, me dan de palos. Se ríen de mí: pues soy un perro callejero.
Amo morder fruta podrida, comer larvas de lo que fuera carne.
Le gruño a la noche y aúllo a la nada con una melancolía indescifrable.
¿A dónde van, hermanos de cuatro patas cuando rápido caminan
por las calle, por los terrenos baldíos, por los sitios perdidos
donde los pobres viven como perros callejeros?
Me adhiero. Soy solidario con ustedes respetables
perros callejeros, especie en extinción, seres abandonados
sin dioses y sin destino. Os amo nada más. Ya Elvia
me lo había advertido: “mira qué belleza: cuando ves
un perro callejero siempre sabe a dónde va”.
Amados perros callejos soy vuestro seguidor.
Vuestro discípulo.
Yo soy vuestro fan.
Y aunque no entiendo vuestra filosofía
me adhiero, pues no entender es exactamente
un argumento para vivir callejando y libre.
Amo estar sarnoso. Con mil pulgas muy mías. Ir a cualquier lado.
Hacer el amor en la calle, sin pena y generalmente con gloria.
Sí, me dan de palos. Se ríen de mí: pues soy un perro callejero.
Amo morder fruta podrida, comer larvas de lo que fuera carne.
Le gruño a la noche y aúllo a la nada con una melancolía indescifrable.
¿A dónde van, hermanos de cuatro patas cuando rápido caminan
por las calle, por los terrenos baldíos, por los sitios perdidos
donde los pobres viven como perros callejeros?
Me adhiero. Soy solidario con ustedes respetables
perros callejeros, especie en extinción, seres abandonados
sin dioses y sin destino. Os amo nada más. Ya Elvia
me lo había advertido: “mira qué belleza: cuando ves
un perro callejero siempre sabe a dónde va”.
Amados perros callejos soy vuestro seguidor.
Vuestro discípulo.
Un continente
… nada he dicho
me respondes muda
es de nuevo el paraíso.
J. G. Cobo Borda
Juan Gustavo Cobo Borda
borda el cuerpo amado con letras rituales desconocido
girando en espiral junto al “animal que duerme en cada uno.”
Por eso la indescifrable piel se llena de hechizos
y lo que llamamos amor —ese conjuro--
es tan sólo una brasa al amanecer en plena lozanía
y por la tarde silencio cabizbajo.
De allí que en la mujer aparezca de noche un continente desconocido
al lado de su almohada, y entre besos y dudas escatológicas
y tierras de incógnitas fisuras, en la alta Fiebre,
como un mechón rojo pintado por Tiépolo,
una mano dulce y sin remordimientos se estira hasta los portales de la luna,
que dormita en su indolencia de plata y abismo.
Juan Gustavo rasga de un tirón las sábanas que cubren la propiedad prohibida,
y la pasión, ese adorable ardor matinal de la mujer,
acude con un rizo letárgico y luego deja caer la hermosura de la cabellera
sobre el rosto que mira El animal que duerme en cada uno.
Son las noches y los días que viven la eterna juventud del Cuerpo erótico,
los trasiegos y las bondades de ese anfitrión divino que es el amor,
y que camina en las playas del deseo tarareando, con Juan Gustavo,
dulcemente, la antigua tonada de Antônio Carlos Jobim: Garota de Ipanema.
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Tres poetas surrealistas
1967. En ese año iba con Alex al zoológico
de Chapultepec a ver a las divinas bestias.
Y plácidos en ese gran bosque
fumábamos torbellinos de inspiración
entre árboles vertiginosos y centenarios ahuehuetes
y leíamos a los poetas surrealistas.
Entonces aparecía una jaula
y adentro de la jaula un gorila.
Estaba solo y era único porque era un dios.
¿Quién se atrevió a encerrar a un dios, a un huracán,
que no podía vencer los innobles barrotes de acero
que le impedían vagar, salir al bosque, tirarse al día,
mirar la mañana, comer su hierba?
Alex y yo lo sabíamos y llorábamos con él.
Lo visitábamos cada ocho o diez días
para llorar solidariamente e injuriar la amarga vida.
Y fumábamos más marihuana, alucinados,
y locos de furia, admirando ese gran dios
de negro pelaje y de ojos muy tristes,
exhibido como una bestia extraña
en un cuarto hostil, sucio y estrecho,
como un asesino en una prisión.
Y ese soberbio, inmenso, gran gorila,
estaba enjaulado y solo, sin hembra, y lloraba
y mi corazón con él temblaba y también lloraba
y Alex lloraba y hacíamos un trío de llantos sordos
y miradas trémulas sin consuelo
y odiábamos la vida y el mundo nos odiaba.
Y de pronto Alex me miraba: ¿yo era el gorila?
Y yo miraba a Alex: ¿Alex era el gorila?
Estábamos enjaulados por unos bribones
y yo lloraba desconsoladoramente
y Alex me consolaba como a un gorila enjaulado.
La escena semejaba la de un par de malhechores,
de borrachos dementes corriendo por el mundo.
Pero al gorila lo llevábamos en el alma.
Un ser soberbio, tremendo.
Después de muchos años
y de otros crímenes perpetrados por la ralea
de cazadores de seres luminosos,
ignorantes de su condición de dioses,
alguien puede decir que esta historia no fue cierta.
Sí lo fue.
La historia de tres poetas surrealistas llorando en una jaula.
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Civilización
Mañana harás que se levanten nuevos patíbulos.
Gilbert Lely
Nos volvemos los hombres de humo
“los hombres huecos embutidos de serrín”.
Aspiramos ese delicioso smog
que arrojan las cloacas de la ciudad,
las fabricas escondidas en las campiñas,
y la tierra seca que corre sobre los
cercenados bosque que fueron.
Y así, una raza tras otra, de poderosas
y nobles bestias muere
ahogada en desiertos artificiales para que la
industria beneficie a… los hombres.
Ingenuo el que crea esta basura.
No, no somos esas justas criaturas
que la Naturaleza dotó
de ojos, piernas, oídos, inteligencia,
corazón y manos y pies:
cuerpos precisos para ir y venir
por todo el planeta.
Somos una especie de bestia ensordecida,
enjaulada en los detritus que ha supurado.
Escoria condenada por sus propias acciones.
Somos los verdugos, los inquisidores,
los que abren las puertas de la muerte,
el Caronte que tarde o temprano descubre
que es un ser amargo, siniestro.
¿Quién habla de pasión,
de altas emociones, de ser campanas de vida,
de ser semejantes a los Ángeles
—“el primer soplo de Dios”—,
de compararnos con la realeza del lobo, el oso,
el ciervo lunar y sus indescriptibles bellezas?
Nos han tomado pocos siglos
para destruir todo lo que nos rodea.
Somos cómplices de los imperios,
expertos en los disfraces y los arreglos espurios.
Pero este engendro se justifica: “es por
las mejoras sociales, las mejoras urbanas,
las mejoras turísticas,
las mejoras por el bienestar colectivo”.
¿Y las guerras. Sí, por qué no?
Son para limpiar el cesto de basura,
desechar lo pútrido de la mácula.
Y agregan los hombres de bien: ¡y para acabar con el mal!
¿Dónde está la fiebre torrencial
de la forma resplandeciente, unívoca, voluptuosa,
los secretos del viento?, ¿quién los escucha?
¿Quién sabe lo que dicen los ríos,
lo que las bahías guardan en sus espejos,
la dulzura de la flor, qué esconde de noble y de puro?
Hoy todo debe tener una
función, un uso, practicidad, y si el precio es más alto, mejor.
¿Dónde está la constelación
de la mujer desnuda que duerme admirable y ardiente
sobre un puñado de hojas tiernas?
Está en un sucio bar que llamea, y como mirada
tiene el frío de un puñal.
Parpadeo. ¡Pero basta!
He visto, he visto
correr conejos, topos, ardillas, el tigre y el león, hacia ninguna parte,
por el ojo de la cerradura los cañaverales agotados,
huir senos de mujer,
temblar hombres confundidos.
Y una tribu sin piernas, con las vísceras al aire, armada de corbatas y fusiles,
cautiva por la muerte pasar con el acero de un cuchillo.
Pocos han medido el tamaño del corazón de la vida
mientras el mundo se transforma
en un bote de basura.
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Los oscuros mapas del amor
La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque
aún no ha tocado el suelo.
Dylan Thomas
Ha sido una búsqueda muy larga.
Siglos y sangre. El amor escondido.
Pétreos muros. Rojas sendas vaciadas en cubiles.
Si con esta experiencia mi amor
me diera acogida,
sabré que mi ánimo no fue fútil.
Pero no existen los caminos francos.
Los oscuros mapas del amor
trazan sendas extrañas.
¿Dónde está la huella del amor?
Desbrozando la espuma
que arroja la eternidad
sobre el filo de la noche,
volcar la nitidez de las palabras:
la multitud padece el ministerio de la impericia.
Y es hora de llamar a quien ya transitó
los amargos caminos,
porque él dejó caer sus lágrimas
sobre los prados,
sembrando estrellas y piedras,
con sombrero y chaquetón de lana cruda,
en su ensombrecido tiempo.
Planisferios con su geometría inmutada
y arúspices en sus batones blancos
pongo encima del tablón de la vida
para encontrar a ese subterráneo
hombre de la máscara, bailando el baile del viejito,
pues conoce en su alucinación la ruta
que engarza nuestra senda,
con sus proféticas mechas blancas y sus horquillas,
lejos de la putrefacción,
el puñal y los sollozos.
Le pido, con amor, que sea mi guía.
Me dedico a la búsqueda del hálito de la vida:
fuego de mil llamas.
Mientras, la luz que se columpia
como una niña de ocho años
—que eres tú
y que no deja de gritar su alegría
con la voz de un cometa.
Si no estás en esta sintaxis donde
la eternidad extiende sus brazos
y besa la tierra púrpura de la gruta de la maga,
di que no,
si los oscuros mapas del amor hallan salida,
vaga por sobre las altas hierbas,
y di que
sí.
Nada tendrá vínculos ni historia
ni las palabras su escudo de fraseo espiral,
si no es por el cuidado del fuego, que,
llenando de sabias sentencias la voz del amante
en el centro del corazón,
tocará con suave tacto nuestras manos
dejando un ancla florecida.
Recuerda:
todo poema es una historia contada por un poeta.
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Poemas del libro Los poetas no duermen
Una vida larga, siempre corta será,
demasiado corta para añadirle algo.
Wisława Szymbrorska
Una vida larga, siempre corta será,
demasiado corta para añadirle algo.
Wisława Szymbrorska
Rosa entre los cisnes
Y yo pienso que Rosa
no ha visto nunca el mar...
Enrique González Martínez
La vida son puertas con cisnes.
Ventanas que en los viejos tiempos agua contuvieron.
Tal vez porque los viejos poetas no entienden
esos peinados de colores que hoy llevan las chicas por la calle,
mostrando su cuerpo sin sombras, su belleza y su altivez.
Y Dios está ausente, trabaja en sus asuntos celestiales.
Sabemos que sus turbios ángeles que no son otra cosa
que aves migratorias que llegaron a un mundo equivocado.
Los hombres suplicamos a la diosa Nada
para que de su teta vierta leche o agua en las mañanas.
Y temblamos u olvidamos que un ciego necesita brillar en su oscuro paisaje.
Y a mí me atrapan crepúsculos derramados que me señalan
otra tarde que no es esta, de colores que no existen.
Por ello afirmo con usted, que Rosa nunca vio el mar.
Quizá así fue mejor.
Su imaginación era tan grade como el mar.
Y escuchaba una música que decía muchas cosas
poniendo un caracol en su oído.
Rosa cantaba en las mañanas con su caracol porque recordaba el mar,
ese dios ausente y misterioso de su vida que sólo podía ver entre dos puertas,
esas dos puertas que nunca nadie va a volver a abrir.
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Rosa entre los cisnes
Y yo pienso que Rosa
no ha visto nunca el mar...
Enrique González Martínez
La vida son puertas con cisnes.
Ventanas que en los viejos tiempos agua contuvieron.
Tal vez porque los viejos poetas no entienden
esos peinados de colores que hoy llevan las chicas por la calle,
mostrando su cuerpo sin sombras, su belleza y su altivez.
Y Dios está ausente, trabaja en sus asuntos celestiales.
Sabemos que sus turbios ángeles que no son otra cosa
que aves migratorias que llegaron a un mundo equivocado.
Los hombres suplicamos a la diosa Nada
para que de su teta vierta leche o agua en las mañanas.
Y temblamos u olvidamos que un ciego necesita brillar en su oscuro paisaje.
Y a mí me atrapan crepúsculos derramados que me señalan
otra tarde que no es esta, de colores que no existen.
Por ello afirmo con usted, que Rosa nunca vio el mar.
Quizá así fue mejor.
Su imaginación era tan grade como el mar.
Y escuchaba una música que decía muchas cosas
poniendo un caracol en su oído.
Rosa cantaba en las mañanas con su caracol porque recordaba el mar,
ese dios ausente y misterioso de su vida que sólo podía ver entre dos puertas,
esas dos puertas que nunca nadie va a volver a abrir.
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Bajo la noche de Bojayá
Por lo que eres ahora para mí.
Por lo que serás en el desorden de la muerte.
Por eso te guardo a mi lado
como la sombra de una ilusoria esperanza.
Álvaro Mutis
Pasada la media noche, el Gaviero atraviesa ciénagas.
Por el lado del mangle, una ráfaga de viento levanta palmas caídas y otros hierbajos
que dejan al descubierto al majestuoso cocodrilo en su exilio de muerte;
chapotean pequeños caimanes, las nutrias tiemblan al oír pasos y perros concheros husmean
agazapados en su hondo enjambre de fauces.
Su única explicación a esta soledad, se dice Maqroll, es la mala racha de Tumbes,
porque aquí hubo todo y ahora está acabado: nadie mitigó sus excesos.
Fue el paraíso alguna vez, ya hace mucho, y el hombre…
Es el hombre, muchacha, el hombre que una vez que se iluminó,
se dejó en sus largos pensamientos atrapar por las madejas del ocio y el odio ritual
que no es otra cosa que el hastío y el miedo a la muerte.
Hasta aquí he llegado hoy.
Y el sueño, aquel vencido de otros años, hoy ha ganado.
Pero antes tengo que decirte la verdad, muchacha de pelo suelto,
de ojos negros, de muslos torneados con el ceremonial de la juventud,
implorantes y seductores: fue el hombre que sobre la sacra presencia del trópico
buscó la calavera y el amuleto desventurado y falso,
alardeando con el chasquido del machete y la pólvora prostituta del crimen.
No sé qué hago hoy aquí, dulce muchacha, tal vez estoy dormido y te he soñado bajo la noche de Bojayá
—abrazada a mí, pendiente de mí, amada por mí--
al borde de la caleta, entre ceibas y el perfume que nos da la noche generosa a todos seres.
Pero todo se acabó.
Mi fascinación fue suntuosa y mi astuto pasado no pudo vencer el sueño,
y muero en Bojayá con su mala racha, que alguna vez fue suntuosa.
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El regreso
—¿Qué piensa usted, maestro, de la Ilíada?
¿Qué qué pienso? Terminé por leerla 30 veces.
Pero ya no me interesa nada lo que tanto me enamoraba: es pura inicua y violencia.
Son las hazañas de una bola de matones.
Antes me fascinaban, ahora me parecen repugnantes.
Ricardo Garibay
Odiseo ha regresado.
Aprendió de los malos tiempos a sobrevivir.
Llegó a Ítaca secretamente, y sólo Argos, su fiel perro, viejo y sarnoso
lo reconoció —alta fidelidad— para al instante morir a sus pies.
Ya está en casa del viejo porquerizo Eumeo, leal empleado y buen hombre,
y los pretendientes de Penélope —jóvenes lanzas— esperan la llegada de un viejo
que ha ganado una guerra ya mítica, y que merece morir.
Odiseo no hace nada, sólo duerme, ronca como una foca,
bebe vino ad libitum y de lejos mira a las jóvenes adláteres de Penélope
y juguetea con los ojos y con la imaginación; pero Odiseo está cansado.
Está cansado de ser Odiseo. De su historia. De sus viajes. Del mar.
De Troya, “la sagrada Ilión”, y de todos los héroes de esa gesta que apestaban
a añoso carnero, a carroña, y eran unos rufianes.
Menelao, un ser vulgar a quien sólo le interesaba el saqueo, el vino, las prostitutas
y la venganza, y su hermano Agamenón, rey de los atridas, cuyo interés
era poseer esas ricas tierras pues para él la guerra era el supremo negocio
y ésta se urdió para despojar a los troyanos de todas sus riquezas
y de sus bellas mujeres.
Cuando le preguntaban de Helena, sólo decía:
“sé que era una hermosa meretriz, pero en realidad nunca hablé con ella”,
y volteaba el rostro.
Un día, ya harto, decidió a matar a los pretendientes de Penélope,
y sacando fuerza de lo imposible, con la ayuda de su hijo Telémaco
y de su anciano padre, Laertes, mató, uno a uno,
con su fenomenal arco cuya tensión sólo él podía lograr,
a los desgraciados hijos de la aristocracia itacense
quienes deseaban sus posesiones y a su mujer. Pero el destino va más allá.
No da tegua, no da recompensas.
Profetizó Tiresias: “Odiseo no morirá tranquilo”.
En efecto, muere en su tierra atravesado por una lanza reforzada
con el espinazo de una pastinaca que le arrojó su hijo Telégono,
quien confundió Ítaca con Córcira (hoy Corfú), dice el mito,
y quien llegaba a través de las blancas olas cabalgando
sobre el lomo de un delfín.
Telégono mata a su padre, hijo nacido de su relación con la maga Circe.
Odiseo ya no padecerá más la vejez, ni tensará su formidable arco,
ni matará, ni celará a Penélope de quien, a la verdad,
siempre dudó de su fidelidad.
Su ingenio estará al lado de las exánimes sombras de esos guerreros
corroídos por la oscuridad, sus compañeros, cuerpos sin sustancia,
que usurpaban poseídos de furor, y borrachos fornicaban y mataban,
pero que también, míticos y valerosos, dejaban sus armas y sus vidas en el polvo.
A Ítaca ha regresado Odiseo para morir.
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Los hermosos animales de Otto-Raúl
Yo estuve enamorado de su misterio…
Otto-Raúl González
Yo estuve enamorado de su misterio…
Otto-Raúl González
Los hombres, entre charlas y despachos urden cosas serias y mortíferas.
Y la vida en su extrema herejía nos devora recordándonos que un dios hace crecer un árbol y otro dios lo derriba. Y en la duración universal gatos, perros, osos, peces, caballos, lagartos, elefantes, erizos, moscas, arañas y demás alimañas, danzamos. La hierba crece, el bosque exhala luciérnagas, reposa soberana la abeja reina y grita el búho en noches impacientes. En esa salvaje mansedumbre canta el ruiseñor de Keats y un perico alardea con los versos de Milton. Pero en las cimas del tiempo, Otto-Raúl González, el mismo, no otro, poeta guatemalteco, orgulloso Poeta del planeta, declara que la naturaleza es un diamante y el rosal silvestre su testigo, y sabe a ciencia cierta que sin Los hermosos animales una inmensa belleza se aleja lentamente de nosotros, porque en este extraño lugar que llamamos Tierra, también pastan hombres, alegres y amargos, buenos como el mono, bravos como el león, dulces como el colibrí, y aquellos que enloquecidos de poder y de violencia desprecian a los hermosos animales que mueren por certeras escopetas y de coraje. Y sabemos, Otto-Raúl, como dijo Marguerite Yourcenar, que <una de las glorias de la civilización sería el haber mejorado la suerte de los animales.> _______________________________________________________________________________________________________ |
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