Prosas de Mario del Valle
Jaime Sabines y W.S. Merwin en Nueva York, 1995
Caracol recordando la resaca…
Jaime Sabines
El epígrafe que he leído pertenece a la parte final del poema
“Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”, que muchos de sus lectores, sin duda,
conocen. Pero que metafóricamente es contrafuerte de la memoria de este texto.
He escrito sobre la obra de Jaime Sabines varios ensayos breves. Digo
varios, porque ya no recuerdo cuántos. Pero por voluntad poética propia, por
placer y por la grandeza natural de la poesía del poeta Sabines. Sé que unos
textos fueron buenos, y otros no tanto, sin duda.
Pero todos buscaban, de una u otra forma, alcanzar, desde su poesía,
la naturaleza humana, ese sitio que escapa de nuestra razón, pero que nos eleva
espiritualmente y además, nos deleita. A Jaime Sabines sólo le gusta ubicar la
literatura y la poesía en su lugar: “en el corazón del hombre.” Ese es el sitio a que me refiero.
Sin embargo, mi interés siempre fue adentrarme a su obra y compartir esos escollos
que trasuntan esa obra tan personal: sus declaraciones sin itinerarios,
llamas de besos y de tormentas, amor, dolor y muerte. La materia
universal de la cual se componen las obras de arte y el ser humano vive su vida.
Los poetas siempre son claros, nunca secretos u oscuros: su filtro es una hambrienta
luz de antiguas canciones; tal vez, y en el caso de Jaime, de nuevos y fascinantes paisajes
humanos sin fronteras... Y Sabines, poeta a la manera sencilla (no sé qué significa esto, realmente),
comparte con sus lectores sus versos y su poética. Sus metáforas y sus imágenes
son su vida vista como un golpe de caricias entre prosas nómadas y versos narcóticos.
Pero hoy no puedo y no quiero hacer un tractatus de una poesía tan refinada,
directa y única, como si fuese un asunto de academia, o para la sapiencia
e imaginación del erudito. Jaime Sabines se levantaría de su tumba, mentando
madres, encabronado, y con toda la razón de un poeta muerto que no muere,
diría que se mancillaría su obra, vista por “un tufo de literato.” Es obvio que su literatura simplificada
y hermosa, es la visión de las almas que se susurran el consuelo de los amantes enlazados o,
en la aridez de la muerte, el suspiro último que nos deja la vida.
Pero lo que yo quiero platicarles, hoy, aquí, en este importante Festival Internacional de Letras Jaime Sabines,
que organiza la Dirección de Publicaciones del Coneculta-Chiapas, es una breve anécdota,
que tiene que ver con un poeta llamado Jaime Sabines, y quien fue invitado a Nueva York,
en 1995, para leer su poesía.
Les comento: este asunto tiene un fondo. Yo soy poeta y editor: conocía a Jaime en 1967,
recién salido su libro Yuria, y a partir de entonces me hice su discípulo y amigo.
Años después, en el año de 1981, creaba yo una editorial de poesía y de arte
y, el primer libro que inauguró esa editorial, que se llama Ediciones Papeles Privados
fue Poemas sueltos, una edición de corto tiraje, libros numerados y firmados por Jaime Sabines.
Ese fue nuestra primera aventura editorial y el primer libro que publiqué de Jaime,
poeta, yo, su editor. Obviamente, la edición de Poemas sueltos se agotó en menos de seis meses.
Jaime Sabines tenía 10 años de no publicar ningún libro —y aunque su editor y amigo de
siempre, don Joaquín Díez-Canedo quien publicaba su poesía—, no había compilado ningún libro,
o algún grupo de poemas, y cuando lo hizo, me los dio para iniciar Papeles Privados.
Repito: sin vanagloria alguna, me consideré su discípulo, y fui amigo y editor,
en un encuentro no de clandestinidad sino de apertura, pues Sabines siempre fue un hombre franco,
iluminado y generoso que no se “andaba por las ramas”, quien apoyó la aventura
editorial de Papeles Privados que tiene ya más 30 años de editar a poetas de México y de otras partes del mundo.
En el año de 1993, después de editar tres libros más de la poesía, le propuse hacer una antología de sus poemas.
Pero con la salvedad de que fuese bilingüe. ¿Por qué? Jaime Sabines publicó su primer libro en 1950,
que tituló Horal. En esa época, la poesía norteamericana en boga denominada “beat”, motivaba a los jóvenes escritores
y poetas en general y también a los lectores a buscar nuevas vías de expresión artística,
no nada más en literatura sino en todas las artes. Las correspondencias son un fenómeno
natural de las épocas, sin importar las lenguas ni las distancias. El caso es que Jaime Sabines
escribe y concibe una poesía sin retórica, directa; una poesía abierta a todo tipo de lectores.
Sabemos que a Jaime poco le importaban las definiciones literarias y menos poéticas. Como los grandes poetas de todos los tiempos,
Jaime Sabines era un escritor solitario, ensimismado en sus proyectos y sus lecturas, pero que no escapaba de su tiempo;
quiero decir, de su circunstancia histórica. Hubo gente de mala fe que decían que Sabines era un poeta de poca cultura.
Esas opiniones eran erróneas. Jaime Sabines era Poeta –que se mantuvo fiel a la poesía toda su vida sin recurrir a otros géneros–;
y todas sus opiniones respecto de la literatura en general y de la poesía en particular, fueron pláticas
entre amigos, artistas y literatos, amigos que disfrutaban de sus opiniones y sus lecturas de poesía en voz alta,
de muchos poetas de diversas épocas y partes del mundo. La ostentación por aparecer como un poeta de
gran cultura, no le importaba. Jaime Sabines no teorizaba, ni pretendía hacer doctrinas ni crear métodos poéticos.
Existe en varios estudios sobre su obra, el interés y el gusto de su poesía por muchos escritores,
estudiosos y poetas de muchas partes del mundo. Están los escritores norteamericanos, que en los años de
Horal, tradujeron varios de sus poemas al inglés, identificándose con su estilo libre, lírico, apasionado,
que nunca fue solemne o conceptual. La vida y la poesía eran una: un aliento cotidiano e inmediato;
poesía que nos regala sus espléndidos minutos, en la riqueza o en la pobreza de la tierra que todos compartimos.
Jaime Sabines la vivía a diario, porque sus poemas eran como el rayo anunciador, o la lluvia que se hace a sí misma,
o cuando el viento sopla y la desgarradura de la montaña nos asombra, por su potencia natural.
Pero para regresar al proyecto de la antología poética bilingüe de Jaime Sabines,
y a ese Nueva York de 1995, les comento que cuando concretamos que haríamos la antología bilingüe de su poesía,
el poeta neoyorkino W.S. Merwin –quien fuera en su juventud discípulo del escritor inglés Robert Graves
y posteriormente mentor de los hijos del poeta, Merwin ya había traducido, por los años cincuenta y sesenta,
algunos poemas al inglés del poeta Sabines.
Con el interés de Jaime y su entusiasmo, le escribí y le propuse a W.S. Merwin editar un libro antológico
y bilingüe de la poesía de Jaime Sabines. La invitación le pareció loable y sin ninguna duda, Merwin
me respondió con otra carta aceptando tan grata tarea. Jaime, para ese entonces, ya había sufrido
una grave caída y muchas operaciones en su pierna izquierda; andaba en silla de ruedas,
su salud era precaria, pero no su espíritu y su entusiasmo por volver a ver ese Nueva York que había
conocido, años atrás, con su hermano Juan, quien fuera en vida uno de sus más íntimos amigos
–sino el que más- y gobernador de Chiapas. Un año tardó el poeta neoyorkino en verter a su lengua
natal la poesía de Jaime Sabines. Para titular el libro en inglés, Jaime y yo elaboramos un listado
conjuntamente con Merwin, de opciones y seleccionamos el que nos pareció más cercano al espíritu general
de su poesía y que fue: Pieces of Shadow, que en español quiere decir, más o menos, Fragmentos de sombra.
Con el manuscrito en inglés y la lectura y sugerencias de Jaime Sabines, y de W. S. Merwin, edité el libro.
El Instituto Cervantes y el Consulado de México en Nueva York apoyaron el proyecto,
y Merwin, que para entonces vivía (y vive todavía) en Hawai, viajó a Manhattan, mientras Jaime Sabines
viajaba también a esa espectacular ciudad, para leer juntos, en la Catedral San Juan el Divino,
una iglesia anglicana, de insospechada belleza neogótica —la más grande del mundo—, su poesía.
Se organizó una gran publicidad. La llegada de ambos poetas fue un acontecimiento pocas veces visto.
Jaime Sabines tuvo que aguantar entrevistas de distintos medios, periodistas y sesiones de fotografía,
y toda esa parafernalia, como le llamaba él, pero que en estos casos es fundamental.
El 24 de octubre, iniciado el otoño, con días espectacularmente bellos, el bullicio de la gente,
la elevada belleza de la arquitectura moderna de Nueva York, y la expectativa de dos grandes poetas leyendo
para un público de todas las razas, amantes de la poesía y de la literatura que llenó el recinto,
se inició el evento.
Jaime Sabines subió al hermoso púlpito de cantera labrado (debo comentarles que Jaime Sabines
no podía estar de pie mucho tiempo, así que en un bar cercano a la catedral,
conseguimos un banquillo alto, con respaldo y lo instalamos en el púlpito: cuando Jaime
lo vio se alegró más, ya que los bares no eran ajenos a él ni a los poetas). W.S. Merwin se instaló,
en el extremo derecho de la catedral, en el soberbio facistol de bronce de la iglesia,
y se inició la lectura de poesía, alternándose las voces de los poetas. Escuchábamos
un poema en español, leído magistralmente por Jaime Sabines, y otro en inglés, leído con arrobo y elegante dicción,
por el gran poeta norteamericano W.S Merwin.
La emotiva lectura, que fue aplaudida por más de 10 minutos, dejó al público
–rostros movedizos, sonrientes, enternecidos– con ganas de oír más poemas: de disfrutar más poesía
y de los poetas, sus autores.
Dentro de San Juan el Divino, más que noble recinto, se dispuso de una mesa amplia
y se iniciaron las largas colas para comprar y solicitar la firma de los autores.
Este rito-homenaje a los autores, duró más de 40 minutos, agotando a nuestros poetas.
Después hubo una cena y un brindis, y en esa reunión, allí mismo, se despidieron ambos poetas, con palabras
que no logramos escuchar, pero evidentemente cariñosas, y un cálido abrazo de hermanos.
Estuvimos en Manhattan una semana. Doña Josefina (Chepita), esposa de Jaime y Jaime;
Julio Sabines y su esposa Marisela; mi esposa, que coincidentemente también de se llama Maricela,
y claro, yo. En Manhattan comimos en los lugares más extraordinarios y visitamos sus famosas calles
y las maravillosas tiendas de todo tipo que ostenta esa privilegiada ciudad.
Para concluir este relato, quiero comentarles Jaime quería ver Nueva York desde las alturas,
así que hicimos un vuelo en helicóptero, y gozamos de esa enorme ciudad desde una cabina con aspas
ruidosas, mirando por un lado, el río Hudson de Walt Whitman y por el otro el East River de Gregory Corso,
que atraviesa el espectacular puente de Brooklyn.
Sé que Jaime regresó a la Ciudad de México con nuevos bríos, pese a su enfermedad;
y alentado por ese viaje y esa lectura, aceptó viajar a Quebec, a Rotterdam y a París para leer,
ante otros públicos amantes de la literatura y de los poetas, su poesía.
Nosotros, que fuimos sus compañeros en ese mágico viaje a Nueva York, en ese cosmos sin adjetivos,
recibimos los dones de su compañía de entonces, y nos legó los fragmentos de su luz de poeta,
que nos dejó el alma un poco más grande...
_____
Texto leído en Tuxtla Gutiérrez, y después en Chiapa de Corzo, Chiapas, en el Festival Internacional de Letras Jaime Sabines, en 2010.
“Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”, que muchos de sus lectores, sin duda,
conocen. Pero que metafóricamente es contrafuerte de la memoria de este texto.
He escrito sobre la obra de Jaime Sabines varios ensayos breves. Digo
varios, porque ya no recuerdo cuántos. Pero por voluntad poética propia, por
placer y por la grandeza natural de la poesía del poeta Sabines. Sé que unos
textos fueron buenos, y otros no tanto, sin duda.
Pero todos buscaban, de una u otra forma, alcanzar, desde su poesía,
la naturaleza humana, ese sitio que escapa de nuestra razón, pero que nos eleva
espiritualmente y además, nos deleita. A Jaime Sabines sólo le gusta ubicar la
literatura y la poesía en su lugar: “en el corazón del hombre.” Ese es el sitio a que me refiero.
Sin embargo, mi interés siempre fue adentrarme a su obra y compartir esos escollos
que trasuntan esa obra tan personal: sus declaraciones sin itinerarios,
llamas de besos y de tormentas, amor, dolor y muerte. La materia
universal de la cual se componen las obras de arte y el ser humano vive su vida.
Los poetas siempre son claros, nunca secretos u oscuros: su filtro es una hambrienta
luz de antiguas canciones; tal vez, y en el caso de Jaime, de nuevos y fascinantes paisajes
humanos sin fronteras... Y Sabines, poeta a la manera sencilla (no sé qué significa esto, realmente),
comparte con sus lectores sus versos y su poética. Sus metáforas y sus imágenes
son su vida vista como un golpe de caricias entre prosas nómadas y versos narcóticos.
Pero hoy no puedo y no quiero hacer un tractatus de una poesía tan refinada,
directa y única, como si fuese un asunto de academia, o para la sapiencia
e imaginación del erudito. Jaime Sabines se levantaría de su tumba, mentando
madres, encabronado, y con toda la razón de un poeta muerto que no muere,
diría que se mancillaría su obra, vista por “un tufo de literato.” Es obvio que su literatura simplificada
y hermosa, es la visión de las almas que se susurran el consuelo de los amantes enlazados o,
en la aridez de la muerte, el suspiro último que nos deja la vida.
Pero lo que yo quiero platicarles, hoy, aquí, en este importante Festival Internacional de Letras Jaime Sabines,
que organiza la Dirección de Publicaciones del Coneculta-Chiapas, es una breve anécdota,
que tiene que ver con un poeta llamado Jaime Sabines, y quien fue invitado a Nueva York,
en 1995, para leer su poesía.
Les comento: este asunto tiene un fondo. Yo soy poeta y editor: conocía a Jaime en 1967,
recién salido su libro Yuria, y a partir de entonces me hice su discípulo y amigo.
Años después, en el año de 1981, creaba yo una editorial de poesía y de arte
y, el primer libro que inauguró esa editorial, que se llama Ediciones Papeles Privados
fue Poemas sueltos, una edición de corto tiraje, libros numerados y firmados por Jaime Sabines.
Ese fue nuestra primera aventura editorial y el primer libro que publiqué de Jaime,
poeta, yo, su editor. Obviamente, la edición de Poemas sueltos se agotó en menos de seis meses.
Jaime Sabines tenía 10 años de no publicar ningún libro —y aunque su editor y amigo de
siempre, don Joaquín Díez-Canedo quien publicaba su poesía—, no había compilado ningún libro,
o algún grupo de poemas, y cuando lo hizo, me los dio para iniciar Papeles Privados.
Repito: sin vanagloria alguna, me consideré su discípulo, y fui amigo y editor,
en un encuentro no de clandestinidad sino de apertura, pues Sabines siempre fue un hombre franco,
iluminado y generoso que no se “andaba por las ramas”, quien apoyó la aventura
editorial de Papeles Privados que tiene ya más 30 años de editar a poetas de México y de otras partes del mundo.
En el año de 1993, después de editar tres libros más de la poesía, le propuse hacer una antología de sus poemas.
Pero con la salvedad de que fuese bilingüe. ¿Por qué? Jaime Sabines publicó su primer libro en 1950,
que tituló Horal. En esa época, la poesía norteamericana en boga denominada “beat”, motivaba a los jóvenes escritores
y poetas en general y también a los lectores a buscar nuevas vías de expresión artística,
no nada más en literatura sino en todas las artes. Las correspondencias son un fenómeno
natural de las épocas, sin importar las lenguas ni las distancias. El caso es que Jaime Sabines
escribe y concibe una poesía sin retórica, directa; una poesía abierta a todo tipo de lectores.
Sabemos que a Jaime poco le importaban las definiciones literarias y menos poéticas. Como los grandes poetas de todos los tiempos,
Jaime Sabines era un escritor solitario, ensimismado en sus proyectos y sus lecturas, pero que no escapaba de su tiempo;
quiero decir, de su circunstancia histórica. Hubo gente de mala fe que decían que Sabines era un poeta de poca cultura.
Esas opiniones eran erróneas. Jaime Sabines era Poeta –que se mantuvo fiel a la poesía toda su vida sin recurrir a otros géneros–;
y todas sus opiniones respecto de la literatura en general y de la poesía en particular, fueron pláticas
entre amigos, artistas y literatos, amigos que disfrutaban de sus opiniones y sus lecturas de poesía en voz alta,
de muchos poetas de diversas épocas y partes del mundo. La ostentación por aparecer como un poeta de
gran cultura, no le importaba. Jaime Sabines no teorizaba, ni pretendía hacer doctrinas ni crear métodos poéticos.
Existe en varios estudios sobre su obra, el interés y el gusto de su poesía por muchos escritores,
estudiosos y poetas de muchas partes del mundo. Están los escritores norteamericanos, que en los años de
Horal, tradujeron varios de sus poemas al inglés, identificándose con su estilo libre, lírico, apasionado,
que nunca fue solemne o conceptual. La vida y la poesía eran una: un aliento cotidiano e inmediato;
poesía que nos regala sus espléndidos minutos, en la riqueza o en la pobreza de la tierra que todos compartimos.
Jaime Sabines la vivía a diario, porque sus poemas eran como el rayo anunciador, o la lluvia que se hace a sí misma,
o cuando el viento sopla y la desgarradura de la montaña nos asombra, por su potencia natural.
Pero para regresar al proyecto de la antología poética bilingüe de Jaime Sabines,
y a ese Nueva York de 1995, les comento que cuando concretamos que haríamos la antología bilingüe de su poesía,
el poeta neoyorkino W.S. Merwin –quien fuera en su juventud discípulo del escritor inglés Robert Graves
y posteriormente mentor de los hijos del poeta, Merwin ya había traducido, por los años cincuenta y sesenta,
algunos poemas al inglés del poeta Sabines.
Con el interés de Jaime y su entusiasmo, le escribí y le propuse a W.S. Merwin editar un libro antológico
y bilingüe de la poesía de Jaime Sabines. La invitación le pareció loable y sin ninguna duda, Merwin
me respondió con otra carta aceptando tan grata tarea. Jaime, para ese entonces, ya había sufrido
una grave caída y muchas operaciones en su pierna izquierda; andaba en silla de ruedas,
su salud era precaria, pero no su espíritu y su entusiasmo por volver a ver ese Nueva York que había
conocido, años atrás, con su hermano Juan, quien fuera en vida uno de sus más íntimos amigos
–sino el que más- y gobernador de Chiapas. Un año tardó el poeta neoyorkino en verter a su lengua
natal la poesía de Jaime Sabines. Para titular el libro en inglés, Jaime y yo elaboramos un listado
conjuntamente con Merwin, de opciones y seleccionamos el que nos pareció más cercano al espíritu general
de su poesía y que fue: Pieces of Shadow, que en español quiere decir, más o menos, Fragmentos de sombra.
Con el manuscrito en inglés y la lectura y sugerencias de Jaime Sabines, y de W. S. Merwin, edité el libro.
El Instituto Cervantes y el Consulado de México en Nueva York apoyaron el proyecto,
y Merwin, que para entonces vivía (y vive todavía) en Hawai, viajó a Manhattan, mientras Jaime Sabines
viajaba también a esa espectacular ciudad, para leer juntos, en la Catedral San Juan el Divino,
una iglesia anglicana, de insospechada belleza neogótica —la más grande del mundo—, su poesía.
Se organizó una gran publicidad. La llegada de ambos poetas fue un acontecimiento pocas veces visto.
Jaime Sabines tuvo que aguantar entrevistas de distintos medios, periodistas y sesiones de fotografía,
y toda esa parafernalia, como le llamaba él, pero que en estos casos es fundamental.
El 24 de octubre, iniciado el otoño, con días espectacularmente bellos, el bullicio de la gente,
la elevada belleza de la arquitectura moderna de Nueva York, y la expectativa de dos grandes poetas leyendo
para un público de todas las razas, amantes de la poesía y de la literatura que llenó el recinto,
se inició el evento.
Jaime Sabines subió al hermoso púlpito de cantera labrado (debo comentarles que Jaime Sabines
no podía estar de pie mucho tiempo, así que en un bar cercano a la catedral,
conseguimos un banquillo alto, con respaldo y lo instalamos en el púlpito: cuando Jaime
lo vio se alegró más, ya que los bares no eran ajenos a él ni a los poetas). W.S. Merwin se instaló,
en el extremo derecho de la catedral, en el soberbio facistol de bronce de la iglesia,
y se inició la lectura de poesía, alternándose las voces de los poetas. Escuchábamos
un poema en español, leído magistralmente por Jaime Sabines, y otro en inglés, leído con arrobo y elegante dicción,
por el gran poeta norteamericano W.S Merwin.
La emotiva lectura, que fue aplaudida por más de 10 minutos, dejó al público
–rostros movedizos, sonrientes, enternecidos– con ganas de oír más poemas: de disfrutar más poesía
y de los poetas, sus autores.
Dentro de San Juan el Divino, más que noble recinto, se dispuso de una mesa amplia
y se iniciaron las largas colas para comprar y solicitar la firma de los autores.
Este rito-homenaje a los autores, duró más de 40 minutos, agotando a nuestros poetas.
Después hubo una cena y un brindis, y en esa reunión, allí mismo, se despidieron ambos poetas, con palabras
que no logramos escuchar, pero evidentemente cariñosas, y un cálido abrazo de hermanos.
Estuvimos en Manhattan una semana. Doña Josefina (Chepita), esposa de Jaime y Jaime;
Julio Sabines y su esposa Marisela; mi esposa, que coincidentemente también de se llama Maricela,
y claro, yo. En Manhattan comimos en los lugares más extraordinarios y visitamos sus famosas calles
y las maravillosas tiendas de todo tipo que ostenta esa privilegiada ciudad.
Para concluir este relato, quiero comentarles Jaime quería ver Nueva York desde las alturas,
así que hicimos un vuelo en helicóptero, y gozamos de esa enorme ciudad desde una cabina con aspas
ruidosas, mirando por un lado, el río Hudson de Walt Whitman y por el otro el East River de Gregory Corso,
que atraviesa el espectacular puente de Brooklyn.
Sé que Jaime regresó a la Ciudad de México con nuevos bríos, pese a su enfermedad;
y alentado por ese viaje y esa lectura, aceptó viajar a Quebec, a Rotterdam y a París para leer,
ante otros públicos amantes de la literatura y de los poetas, su poesía.
Nosotros, que fuimos sus compañeros en ese mágico viaje a Nueva York, en ese cosmos sin adjetivos,
recibimos los dones de su compañía de entonces, y nos legó los fragmentos de su luz de poeta,
que nos dejó el alma un poco más grande...
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Texto leído en Tuxtla Gutiérrez, y después en Chiapa de Corzo, Chiapas, en el Festival Internacional de Letras Jaime Sabines, en 2010.
El arte de la luz y de la sombra en la poesía de Jaime Labastida
(Fragmento)
Cuando se formó el grupo La espiga amotinada la poesía en México
dio un nuevo giro. Nuestros grandes poetas del siglo XX ya habían publicado sus
obras más destacadas y los mayores aún creaban poesía que nos dejaría puertas
abiertas para mirar y admirar una larga tradición de poesía mexicana en lengua
española que venía desde la Colonia. El siglo XX se significó, particularmente,
por la formación de distintos grupos literarios, con diferentes consignas
estéticas e ideológicas, pero todos con un mismo propósito: crear obras
literarias de alta jerarquía. Las vanguardias mexicanas se dieron a través de todo el
siglo en distintas corrientes, en grupos que se unían
y se desunían, o como fue el caso, por ejemplo, del grupo de los
Contemporáneos, reunidos alrededor de la revista que llevaba ese nombre, hacían
esa publicación (1929-1935) y trabajaban en ella pero eran en realidad un “grupo
sin grupo”, como se llamaban a sí mismos: grandes artistas plásticos, poetas,
escritores y traductores que, como otros grupos de creadores e intelectuales no
establecieron programas ni manifiestos. No fue así el caso
particular del Estridentismo (1922-1927) o el Poeticismo (1946-1949),
quienes sí escribieron cuando menos un manifiesto sobre su
particular visión de la estética, de la literatura y de la vida, donde subyacía
un rechazo a los viejos modelos artísticos que partían del romanticismo y
proponían, desde distintos enfoques estéticos y críticos, una nueva visión del arte.
Juan Bañuelos, Eraclio Zepeda, Óscar Oliva, Jaime Augusto
Shelley y Jaime Labastida en el año de 1960 se reunieron y publicaron un libro
colectivo que se llamó La espiga amotinada; en el año de 1965
se reunieron nuevamente y publicaron Ocupación de la palabra, otro libro que los unía
pero al mismo tiempo los diferenciaba y los definía como creadores
individuales con un estilo personal. A diferencia de los grupos precedentes,
La espiga amotinada, nombre que el grupo de escritores adoptó para significarse,
tenía una propuesta singular: crear literatura comprometida, si no de consigna exclusivamente,
o de protesta definitoria marxista, sí con un mensaje moral y por lo tanto político.
Independientemente del carácter individual de cada autor, los poemas que estos
escritores creaban buscaban llegar a los grupos de intelectuales, a los
universitarios y politécnicos, a los estudiantes, a la comunidad en general,
pues sus temas estaban impregnados de solidaridad social y de denuncia social y
política. Vivían su experiencia político-social mexicana, ya que la tenían
frente a sus ojos y arraigada a su corazón de poetas, experiencias que
diseccionaban sobre la base de la inteligencia y de la cultura a que eran
adictos, y donde encontraban la realidad del hombre contemporáneo y al mismo
tiempo la actualidad de la falacia gubernamental mexicana que se convertía en un
incendio espiritual y una afrenta a ese cambio por un hombre mejor a que
propendía su poesía. Este fenómeno era una espiga que germinaba no solamente en
México sino en América Latina como la expresión social, por excelencia, de esos años.
Debemos recordar que estos poetas, estos intelectuales, habían
vivido su juventud con un amplio conocimiento de los problemas sociales que
aquejaban al mundo en general y particularmente a Latinoamérica y a México: la
huelga ferrocarrilera de 1959, la guerrilla en México, la penetración implacable
de las policías secretas norteamericanas en nuestros países (llámese la CIA,
entre otras), la persecución de los militantes del Partido Comunista Mexicano,
la negación de éste como representante de un grupo político adversario al
partido oficial, la formación de las células revolucionarias que incluía a los
llamados círculos de estudio del marxismo-leninismo (El
capital, la obra de Gyorgy Lukács, de Antonio Gramsci, Ernst Cassirer,
Louis Alhtusser, entre otros), de actualidad mundial en la historia del
pensamiento de izquierda que buscaba la revolución socialista; el fenómeno de
la guerra fría, las atroces y corruptas dictaduras militares latinoamericanas
que publicitaban en todo el orbe sus cobardes matanzas e indecentes torturas a
sus conciudadanos y, en México, los grupos perseguidos por el gobierno en el
poder, en los que se contaban los encarcelamientos de aquellos disidentes,
rebeldes por causas justas, como Genaro Vázquez Rojas, Rubén Jaramillo,
Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Lucio Cabañas, José Revueltas y otros.
***
Es sabido que muchos de estos líderes de la disidencia mexicana,
que se oponían al gobierno establecido entraban a la cárcel de Lecumberri
–—entre otras cárceles del país–— un día sí y otro también.
Otros habían sido asesinados por la llamada Brigada Blanca,
brazo demente del gobierno que operaba según órdenes “de arriba”
y de motu proprio, como “los espías anónimos de Fouché”, que menciona Jorge Luis Borges
en su reseña a Le roman policier de Roger Caillois. Las desapariciones y los asesinatos de
líderes y periodistas eran el pan de cada día. Pero los sucesivos gobiernos
represivos no opacaron la capacidad creadora y el talento de los muchos
mexicanos que buscaban un país justo y un gobierno de puertas abiertas, y así,
como los miembros de La espiga amotinada lo manifestaron en su obra poética y
literaria en general y en su activismo que exigía, entre otras reivindicaciones
sociales, la libre expresión y los derechos políticos. Otros grupos
más radicales o extremistas,
buscaron, por diferentes medios–—como la guerra de guerrillas declarada al gobierno mexicano–--
la creación de un nuevo gobierno con otra ideología en abierta oposición al establecido.
En 1996 aparece reunida su poesía bajo el título de Animal
de silencios, en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura
Económica. Y en esa misma compilación están incluidos sus primeros libros que
aparecieron en 1960 y en 1965: El descenso y La feroz alegría.
Posteriormente escribe y publica: A la intemperie, 1970; Obsesiones con un
tema obligado, 1975; De las cuatro estaciones, 1981 y Dominio de la
tarde, 1991. Seis libros y seis propuestas poéticas que están íntimamente
enlazadas por una misma intención: el incesante diálogo de la poesía con el
hombre. Pero cada una se sustenta por sí misma, y me atrevería a decir que va en
aumento su valor poético, reafirmado por la pasión literaria del poeta.
El título Animal de silencios, Labastida lo define en la nota introductoria al libro como el
espíritu silente que recorre al hombre desde sus primicias y que sólo se
metamorfosea en una criatura amada y amante por el orden siempre inesperado y
admirable de la palabra. Recordamos que Jaime Labastida tiene otra pasión: la
filosofía. Durante algunos años, muy joven, fue profesor titular de la materia
de filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional
Autónoma de México; en esa disciplina volcó un gran interés por el pensamiento
filosófico universal y entrelazó su vocación de poeta con éste. Silente es un
concepto que también nos allega a un misticismo cuyos principios se sustentan en
la capacidad de meditación, de raciocinio y de reflexión compartida: es, al
mismo tiempo, la potencia de la búsqueda de la profundidad del alma humana.
“El descenso”, que da título a su primer libro es un poema que se mueve entre la
protesta y el dolor humano, y en un choque de emociones, entre la impotencia y
la esperanza por un cambio hacia una vida digna, “el reino de la luz”, que todos
merecemos. Va del grito a la exaltación. Poema que baja al reino de las sombras
para alcanzar la luz. Este es un poema, como el propio escritor lo deja en
claro, “pletórico de imágenes”, “parra de raíces rotas” pero donde
“la palabra es un viento que (nos) alza”.
***
En 1970 publica A la intemperie. Poema compuesto de ocho secciones donde
la primera toma el título del libro. Es un libro breve, de varios entramados,
pero con enormes logros. La penúltima parte incluye un poema por demás significativo:
“Poema en tiempo de guerra”, subtitulado: “En la muerte del comandante Guevara”.
Y cierra con un poema titulado “Papel borrado”. El primer poema de A
la intemperie, es un hermoso texto perfectamente compuesto. No le falta nada
y nada le sobra en unos pocos versos. Es un poema memorable por su tema y
concisión. Y retomando el poema dedicado al Che Guevara, no dejamos de unirnos
al poeta en su admiración y su lamento por el Hombre, ese protagonista ya mítico
que luchó por la libertad y que dio su vida, con el noble propósito de dejar un
lugar en el mundo al Hombre mismo para levantarse sobre la opresión y la
miseria. Pero hay en este libro otras alusiones importantes: la tierra, es
decir, el campo, el sur de Emiliano Zapata, la música de Silvestre Revueltas, la
Ciudad de México, el escenario mortífero de Vietnam y también la muerte de los
cisnes de Chapultepec, sin dejar de mencionar La Habana: esa Cuba llena de
promesas y fracasos. Este libro no oculta el vacío: ni ese rechazo: no es
extravagancia literaria o poética. Es poesía y crítica y no subliminales
ceremonias que en lugar de exaltar, amenazan. Es un libro del autorretrato del
México de entonces y del México del ahora, porque no ha perdido su actualidad.
Pero veamos más allá con el viaje del poeta: es el mundo de hoy cuya identidad
es el aniquilamiento y cuya circunscripción una superficie estratégicamente
aturdida y engañada.
***
Los poemas subsecuentes de este libro nos llevan a múltiples espacios y tiempos.
Vemos entre ellos las divinas sombras de sor Juana Inés de la Cruz, de
Empédocles de Agrigento, filósofo, demócrata, mago, sabio –—cuya
muerte es un enigma, ya que se dice –—unos
así lo relatan como Bertoldt Brecht en su famoso poema–—,
que se quitó una sandalia y la dejó a un lado, para que lo entendieran sus
discípulos, y se lanzó al Etna; y otros dicen que murió en el
Peloponeso—; Pablo Neruda, Georgias, Platón, Darwin, Ho Chi-Minh, Engels,
Siqueiros, el hermoso homenaje a José Martí, el poema “La mortaja de jade” dedicado al poeta
Óscar Oliva, que es un homenaje a Diderot y ostenta el epígrafe: “…veía en una
gota de agua la historia del mundo”, lema incluido en el libro El
sueño de D´Alambert, libro fundamental del propio Denis Diderot. Estos
poemas, donde rezan citas al inicio de cada uno de los textos de los autores
mencionados, tienen un aire común: la crítica, y en ella se perfila el
poeta-filósofo Jaime Labastida, reflexivo, amante del conocimiento, del
individuo necesitado de los bienes elementales para vivir una existencia
honorable, sin regateos; el hombre que convive con el hombre con la plenitud de
su potencialidad, en una incesante actividad por protagonizar los altos valores
que se le han negado.
***
Como la música y en general las artes, el poema es intraducible
a una descripción de sus valores intrínsecos. Las palabras del narrador son
pobres. Es el ejemplo de un traductor a otra lengua, que hace versiones
más que traducciones. Al respecto existen muchos puntos de vista
y sin duda más de uno es válido. Este es el caso cuando un crítico o un
articulista habla de la poesía escrita en su propia lengua de cualquier
poeta: este es mi caso al escribir sobre la poesía de Jaime Labastida. Mi
intención al repasar la poesía de Labastida es el deleite, el placer y si es
posible, al reseñar sobre ella, transmitir al lector una invitación a la lectura
de una poesía que, por su alta propensión, es de gustoso aliento, ya que el
lector y el autor somos los protagonistas de sus obsesiones y de esa polvareda
que perturba la vida del hombre y, también, en otras palabras, de ese aliento
que corresponde a otra naturaleza donde el lector se identifica atento y
misterioso amigo de la sensibilidad del poeta que, en un acto paralelo, crea el
modelo prometeico que todo hombre sueña, y asume, en un acto histórico y real,
el destino azaroso de la vida misma. Cuando se habla de un poema, debemos
prepararnos a su absoluta dependencia, porque el poema
por sí mismo lo dice todo.
***
Interpretar a un poeta es caer en un abismo. El poeta, aunque
proclame una ideología, solamente es poeta. Es Nadie. Ha sido poseso por la
palabra, por el Verso. Y en su bolsillo tintinean las frases que nos quiere
decir; el poeta es, finalmente un desclasado. Su urgencia y su estímulo es
confundirse con la muchedumbre, de donde proviene: por eso no puede tener
nombre. Del dramaturgo sueco-alemán, Peter Weiss recuerda –—el poema está
dedicado al poeta Juan Bañuelos, su amigo y compañero de La espiga amotinada–— y
reproduce: “…no necesariamente ha de ser verdad lo que escriba. Soy un niño.” El
título del poema es bucólico: “A la sombra de un álamo”. Título, por demás,
verdaderamente el hermoso. Peter Weiss fue uno de los más importantes y
talentosos dramaturgos alemanes del siglo XX. Innovador y libre; es decir,
manejó el teatro realizando una combinatoria de estilos de la dramaturgia que
hasta la fecha son firmes escalones para la creación del teatro moderno. El
poema de Labastida es crudo; sin concesiones. Nos somete a su dialéctica y
termina en un thriller: en un asesinato. Es un hallazgo que une la poesía con la
prosa; hay un tema, y el desarrollo es un breve monólogo donde una historia
narra un suceso, y ese suceso es un poema. A su también compañero y amigo, Jaime
Augusto Shelley dedica el poema “Conversaciones con Siqueiros” que evidentemente
es un homenaje en el que leemos una serie de preguntas y respuestas del propio
poeta al gran pintor muralista, que en enero de 1974 había fallecido en
Cuernavaca, Morelos. Este poema está fechado justamente “Enero-mayo de 1974”. Y
entre los versos leemos el nombre del poeta chileno Pablo Neruda, ya que después
del atentado a León Trotsky, en 1941, en ese año David Alfaro Siqueiros se
exilia en Chile y tuvo contacto con el poeta de las Odas.
Con “Conversaciones con Siqueiros” de Jaime Labastida volvemos a
entender que la poesía no es política; con frecuencia es urgencia por compartir
preocupaciones, gozos, ausencias, dolores, injusticias, historia personal, lo
que hace la vida y lo que la destruye. Este canto de reconciliación y admiración
va más allá de tendencias socio-políticas: revela el amor a la creación y es,
asimismo, la celebración del hombre poseído por su tiempo, por el mundo y por el arte.
El libro Obsesiones con un tema obligado concluye con el poema “Hombre de ciudades, II”
cuyo epígrafe dice: “…el hombre es por naturaleza un animal político. Aristóteles”.
Se interpola el presente y el pasado. Desde Kenya y la muerte, hasta la prehistoria
de las cuevas de Altamira, cuyas sorprendentes y maravillosas pinturas han sido fuente
de inspiración y gozo de muchos pintores contemporáneos y espectadores. La
grandeza y la ruina de Venecia, las Islas Galápagos, Londres, Petrogrado. Es
claro el lema que refiere Labastida en este poema: el hombre es un ser social.
Y, además, es consciente de una memoria colectiva y de una intuición natural.
De ahí que el poema sea una gama de referencias cruzadas. Ciudades, personajes,
historias, modernidad y antigüedad: temas variopintos enlazados en el verso
para darle al poema una riqueza y una original cabal. Yo, como lector, creo que
es casi imposible definir o describirlo con plenitud y certeza un poema. Lo
único que me provoca escribir sobre él es su orden como lenguaje articulado, su
prospectiva lingüística, su liga por medio de imágenes, metonimias, etcétera: a
través de la escritura-creación y de la voz entendida como canto, y al poeta
como un rapsoda; como armazón de principios y de destinos donde se fundamenta
un sustrato que no es antagonista de la moral, de la política, de la historia y
de la propia invención del poeta. ¿Hay un juego con el lenguaje y sus múltiples
relaciones con las distintas materias de que echa mano el escritor? Claro que
hay un juego: el poeta es un nómada citadino por excelencia, como el flâneur
de Baudelaire (lo es el artista en general), y en los derroteros de su marcha va
encontrando, como el escultor que recoge de la calle objetos tirados u olvidados
y los compacta, los une y les da una forma plástica, así el poeta, con su bagaje
cultural y sensible, y con los valores del inconsciente, maneja la lengua y crea
el poema que está a disposición del lector avisado.
En el libro De las cuatro estaciones (1981), Jaime Labastida define una tierra incógnita cuyo
engranaje es el centro de la vida misma; de esa vida en la que el hombre
transita, ama, observa, define en sus silencios y sus dudas, vida pletórica de
preguntas y respuestas que el poeta se hace y que el mismo poeta responde y
analiza decidido a estar de acuerdo o en desacuerdo consigo mismo, pero
calladamente evocando la presencia de la musa, ese espectral ente metafísico,
guía certera y maga clandestina como aquella de la que se enamora Julio Cortázar.
“Orden” y “Aquí y ahora”, antes “Rescoldo”, poemas
pertenecientes a la sección I. Tientos, son justamente eso: tentativas y
encuentros, escepticismo y revelación de la provincia del poema, de las frases
con que se construye que deben expresar el final del “tiento”, de la
aproximación, de esa tangente que roza el círculo de la conciencia poética del
escritor. Tiento que interpreta las connotaciones del canto; certeza de la
existencia de una música tenue, de “flautas afinadas”, de “timbal… templado” que
vierten su líquido verbal en la esperanza. No así se eleva el poema “Sólo se
habla del tiempo”, la evocación que mira la finitud, la “hendedura fría de las
horas”, es decir, la cercanía ineludible del acabamiento. Este poema corresponde
a la sección II. Cólera de las horas, que incluye entre otros poemas “Ciudades desaparecidas”,
que nos recuerda nuevamente la finitud: el ciclo vida-muerte de las ciudades, los seres
todos, e incluso los pensamientos que solamente quedan como ráfagas de aquellos
que alguna vez transitaron esas piedras desgastadas entre la “cólera roja de las horas.”
“Víctimas recientes” es un poema con un tono distinto a los
anteriores, desde la memoria de la época prehispánica, la ciudad contemporánea y
la era industrial se regocijan en hacer del hombre verdugo y víctima. Se oye el
propio desmoronamiento de la vida. Y las flacas justificaciones que el hombre se
da a sí mismo, son referencias caóticas, estructuras vanas, la imagen de ese
transeúnte, “cantante en la estación agónica del Metro”, el destino de los
seres “triturados”, “masticados por la ciudad”, “escupidos como limones secos”,
“desechados en un tiesto de estiércol”, suma de la vida que no puede ocultarse
donde no hay salvación alguna para ese ser destruido que de alguna forma somos
todos. Este libro es uno de los más articulados desde el punto de vista
temático. Los personajes que por él transitan nos son familiares. El
tratamiento de los poemas siempre es sorprendente y su escenario una Babilonia
destinada a la finitud. Y la historia de la civilización es un teatro
tentacular, un recipiente proliferante. Las sombras de Aquiles y de Hécuba se
unen a las de Aníbal Africano; Eneas y Héctor –—“matador de hombres”–—, y
Cuauhtémoc y Agamenón: todos transitan en líneas paralelas de tiempo, en
diferentes tiempos, pero su gloria es inseparable de su extinción humana.
“Triunfa –—nos recuerda el poeta Labastida–— sólo la audacia, el árbol que
resiste en contra de la abstracta geometría”. “Fronteras” es un texto que nos
remite a la poesía de dos espléndidos escritores: Eliseo Diego, el cubano, gran
poeta, narrador y traductor, autor de En las oscuras manos del olvido, Poemas
al margen y del hermoso libro de traducciones de poetas de lengua inglesa:
Conversación con los difuntos, entre otros muchos, y Roque Dalton, el poeta salvadoreño,
revolucionario, escritor de denuncia sin cortapisas, autor de los libros,
Dos puñados de tierra, El turno del ofendido, Taberna y otros lugares
–—Premio Casa de las Américas, 1969, entre otros títulos. Poeta,
periodista, narrador, asesinado en San Salvador por sus propios compañeros de
militancia, acusado falsamente de ser miembro de la CIA y de trabajar para la
policía secreta cubana: acusación posteriormente desmentida.
***
El capítulo IV. Clamor desde lo hondo, de ese mismo
libro, lo componen tres poemas. Entre otros un poema dedicado a José Revueltas,
poema de varias voces, un coro argumental; y es también un diálogo de tonos y
ligaduras que se transforma por momentos en un monólogo. Surgen seres que el
destino arroja a la muerte y se interpola, en un lenguaje político, la urgencia
de un cambio social, y la presencia de un hombre cuyas ideas inflaman las mentes
de los hombres que han estado junto a él: Pepe Revueltas, el hombre
revolucionario, el hombre que a todas luces fue la gran Ilustración de unos
cuantos y hoy de muchos. El hijo y el padre, quienes a veces establecen, un
diálogo de sordos. El hijo invoca una confesión de orden privado y una abierta
admiración por quien luchaba por un porvenir fuertemente estructurado para
compartirlo, como si ese porvenir fueran bienes que todos pudieran alcanzar. Sin
embargo, nos cuenta otra voz el destino amargo de Pedro Bárcenas Huítzil, quien
al no encontrar trabajo “de treinta años de edad, se suicidó comiendo un pan con
raticida”. O la historia dramática del obrero Juan González a quien ya no le
alcanzaba la sangre que vendía para que comieran sus hijos, pues ya no tenía
más, y estaba a punto de morir. Surge otra voz: es la referencia a
El capital, a la dialéctica marxista, a la especulación ideológica “escrita en
el código genético”. Nuevamente el diálogo que conduce al monólogo. Un poema a
base de ensambles, un montaje, un homenaje y un profundo y amoroso saludo a
quien fuera, en su momento, maestro de nuestro poeta. En el texto vemos, con una
lente magnificada, la trágica descripción de un cuerpo –—el de José Revueltas--
que va a su acabamiento “… por eso eran cada vez más delgados tus brazos, más
intransitable tu voz que arrancaba verdaderamente pedazos de raíces y bronquios
averiados; y tu páncreas, tu hígado destrozado (como si fueras un pequeño
y moderno Prometeo, comido por el pico del alcohol, único buitre capaz de corroer
tus intestinos y herir cada una de las células de tu dañado organismo).” Este
poema es una especie de capítulo de la poesía moderna de denuncia, y termina
así: “…la medida y la lucha, la necesidad dolorosa del amor y del amparo. Mi
lengua ya fue de cal, tu cerebro ceniza, quiero decir residuo de combustión y llama inapagable.”
“Las cuatro estaciones” es un poema que modera el tono.
Nuevamente Jaime Labastida reflexiona sobre el pasado y el presente. A las
preguntas se suceden las afirmaciones; y el paisaje es el tiempo, la pasión, la
floración de la nostalgia, la transformación de una memoria que cada día acumula
luz y sombra. Es un poema donde “el rumor del tiempo” sublima el amor a la mujer
y la naturaleza de pronto aparece con sus bienes y sus males...
***
Dos poemas más cierran este ciclo de textos escritos en 1981:
“Mentira” y “Variación final”. Pudieran ser un solo poema dividido: otra vez nos
encontramos con el poeta que al definir, cancela. El primero inicia así: “Todo
cuanto hasta aquí fue escrito, mentira sorda”. Y el segundo concluye con unos
versos esperanzadores: “Aquí termina el canto, quiero decir, una vez más, la
vida empieza”. Los opuestos se encuentran; son esas líneas que lanzadas al
espacio, en un punto del infinito se tocan, parafraseando de memoria a
Saint-John Perse, en su discurso de recepción del Premio Nobel. Y como en una
ardua y feroz lucha, gana nuevamente la esperanza, que estuvo “al borde del peligro.”
En el año de 1991 Jaime Labastida publica Dominio de la tarde, título que se suma a esta compilación.
Dominio de la tarde, como los libros anteriores que hemos leído, es un volumen
breve; comparte esa brevedad poética que hace que el lector tenga el goce del
poema en un rápido acercamiento, ya que en pocos textos, uno se introduce al
mundo poético de Jaime Labastida, a su universo lingüístico, a sus
preocupaciones estéticas, políticas y sociales, a un humanismo que pone el dedo
en la llaga en el justo lugar, para mirar de frente sus puntos de vista sobre
la protesta social contra el orden tradicional y su obligado sometimiento.
Poesía para rescatar de la ignominia social a los oprimidos con la palabra
amiga, dulce, y a la vez amarga y violenta, de un bardo. La tolerancia que el
poeta, con gran orgullo de aventura propone entre los hombres: la humildad de
la resistencia que hay que tener para cruzar los infiernos cotidianos que el
ser atraviesa pesaroso, dolorosamente, pero que en la inagotable soledad del
diario vivir y morir, se eleva, con carácter y pasión, por el triunfo de la
vida: elección inamovible. Jaime Labastida también nos define a ese hombre que
con vulgar obcecación impone, desde el rebumbio del estrado y con el cetro de la
violencia —soberbio en su provocación—, la vida desolada y la cicatriz del
dolor. Frente a estos anómalos, el poeta pondera la existencia individual y
colectiva, sobre la base de las “reglas” de su alta ficción poética; para ello
crea puentes, tránsitos, caminos que tiende a través de su relato, sin reducir
lo esencial del ser: vivir y morir, sin voltear la cara.
***
“Viajes” es otro poema de esta misma sección que afronta la
paternidad. El agua tiene una referencia a la madre. Es de hecho la madre. Este
texto tiene un epígrafe de la poeta chilena Gabriela Mistral que ilumina al
poeta: “Recuerdo gestos de mi madre, y eran gestos de darme agua.” Y Jaime
Labastida se lo dedica a su hija Claudia. Es un poema de traslaciones, de
lugares, de distintas estancias, compacto y, sobre todo, de fidelidad al amor.
Sin embargo, los signos de la catástrofe de la vida, la lucha por la justicia,
la “noche silenciosa y densa” que prefigura la muerte, no están excluidas, pero
la ternura prevalece, incluso, sobre el dolor: “…y eras tú el agua, madre de
agua. Porque tus gestos eran gestos de agua.”
“Aproximaciones a la muerte de mi padre”, poema que plantea el
tema moral de la relación entre el hijo y el padre. La vida nuevamente arrastra
a la muerte. Es un texto donde la imagen del padre moribundo, como una
fotografía craquelada, midió el paso del tiempo, y sus huellas han quedado allí,
en un papel ya degradado, pero conservado todavía, pese a los años; y conservado
con devoción por la memoria de una vida en común, entre el padre y el hijo. Las
referencias a los poetas Manuel José Othón y Francisco de Quevedo son puntuales.
Y no es la referencia a la muerte absoluta lo que al poeta enardece y lastima
profundamente, sino esa lentitud con que poco a poco, la vida se va
extinguiendo, extinguiendo también la vida de los que alrededor asisten al
moribundo. La última estrofa del
poema nos revela lo que todos seremos y adonde llegaremos: “La lluvia nos unirá
sin duda un día. Hojas que arrastra el aire, seremos polvo y nada más que polvo,
un sol desnudo, material, de plomo, cenizas, huesos, piedras,
todo.”
Los poemas del final de este libro no están exentos del dolor ni
del amor, ni del paisaje ni de la esperanza. Tejen una urdimbre potente al
dictado de la palabra. Al poeta lo rodea un sino de muerte. Es el destino de
todo ser vivo. No en vano incluye el lema: “El dolor petrificó el umbral”, del
austriaco Georg Trakl al inicio del poema “Palabras para una hermana”, que
pudiera ser un poema muy personal, y quien no conozca la vida del poeta o algo
de la vida de él, solamente le quedará el texto, suficiente materia intelectual
de la historia que cuenta el poema, donde una bala zumba y autómata, recorre
cada una de las estrofas del poema.
El poema dedicado a la muerte de Efraín Huerta, quien fuera
además un reconocido periodista, nacido en Silao, Guanajuato en el año de 1914,
el mismo año del nacimiento de José Revueltas y de Octavio Paz. “Conversaciones
con Efraín”, va de la memoria a la risa. De la cultura a la antisolemnidad.
Efraín muere de cáncer en la tráquea; fue su amigo y Jaime Labastida lo
frecuentó por muchos años, y estableció con él una noble amistad que iba de la
literatura a la broma, de la crítica a la burla. Este poema es un bello
responso, de hecho un túmulo, y finalmente, un adiós al gran poeta guanajuatense
quien siempre nos sorprendía con su inteligencia rápida y su humor negro;
hombre de izquierda y siempre ajeno a los grupúsculos literarios.
“Límite”, “Horas”, “Amanecer”, “Sueños”: en este poema, se
intercalan el amor, el sueño y la historia. El poeta Labastida llega a Grecia,
hasta la “mansión” de Circe, seguido de “una piara de cerdos.”
... Rescato el bello y libre poema titulado “Dominio de la tarde” con
que concluye el libro (y de donde toma título el libro que estamos leyendo). Ese
poema nos permiten conocer a un poeta mexicano de grandes inspiraciones, limpio,
entregado al lenguaje y a la pasión por la poesía: un poeta que destaca por su
amplia cultura, que lejos de esquematismos, creó lo que yo llamo: el
poema-crónica, el poema-testimonio, el poema-debate, el poema-diálogo, el
poema-dolor, el poema-muerte, el poema-silente… Todos entrelazados, unos con
otros, y cada uno es réplica del otro, en muchos casos, y deja inquietantes
incógnitas en el lector.
Esta lectura de Animal de silencios de Jaime Labastida, que reúne seis libros
y más de treinta años de poesía, de ejercicios poéticos, de maestría poética,
me ha dado la visión integral del caminar junto a un escritor, un hombre de nuestro tiempo,
para quien la palabra es el sentido de su vida. Admiro su potencia intelectual, su
postura humana y me enorgullezco de ser su lector. Jaime Labastida, convencido
de que la poesía sí tiene una función en la cultura del hombre para el hombre
mismo, dice en el poema titulado –—casi al final de este libro–--
“La palabra se llama vida”:
Años de plomo, años de ceniza: desde el
cielo desciende, obscena, matemática,
desnuda, la lumbre de la muerte. Todo lo que en el
aire se despliega se convierte en nada.
Años de polvo, años de madera: desde el mar se
abre un abanico metálico de sangre. Veloz,
brillante, la muerte avanza contra la
casa que espera el signo cierto de la
muerte. Yo pronuncio una sola palabra y
pido que renazcan los años de diamante.
Jaime Labastida ha escrito, hasta hoy, nueve libros de poesía;
otros de ensayo y de crítica literaria e innumerables artículos periodísticos.
Hombre amante de la academia y doctor en filosofía. De ahí que generalmente se
hable de Jaime Labastida como un poeta-filósofo, porque lo es.
Los libros más recientes de poesía de Jaime Labastida son: Elogios
de la luz y de la sombra, 1999, La sal me sabría a polvo, 2009 y
En el centro del año, 2012. Estos libros son parte de ese corpus poetǐcus
que a lo largo de cincuenta años el poeta Labastida ha creado. Su creación
literaria siempre es original y nos permite detectar el lenguaje de la poesía
contemporánea, sus preocupaciones, sus propuestas y sus exploraciones. La pluma
de Jaime Labastida nos desvela los misterios que este arte encierra: ese camino
que el poeta recorre entre la luz y la sombra; yo considero, no una definición –—no me
atrevería–—, pero sí una ubicación personal, o una tentativa para ubicar la
poesía Labastida y la poesía moderna: es arte de las preguntas y las respuestas,
de las dudas y de las propuestas, y del amor.
__________
Este artículo se publicó en su totalidad, en el número 110 de la Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, el mes de abril de 2013.
dio un nuevo giro. Nuestros grandes poetas del siglo XX ya habían publicado sus
obras más destacadas y los mayores aún creaban poesía que nos dejaría puertas
abiertas para mirar y admirar una larga tradición de poesía mexicana en lengua
española que venía desde la Colonia. El siglo XX se significó, particularmente,
por la formación de distintos grupos literarios, con diferentes consignas
estéticas e ideológicas, pero todos con un mismo propósito: crear obras
literarias de alta jerarquía. Las vanguardias mexicanas se dieron a través de todo el
siglo en distintas corrientes, en grupos que se unían
y se desunían, o como fue el caso, por ejemplo, del grupo de los
Contemporáneos, reunidos alrededor de la revista que llevaba ese nombre, hacían
esa publicación (1929-1935) y trabajaban en ella pero eran en realidad un “grupo
sin grupo”, como se llamaban a sí mismos: grandes artistas plásticos, poetas,
escritores y traductores que, como otros grupos de creadores e intelectuales no
establecieron programas ni manifiestos. No fue así el caso
particular del Estridentismo (1922-1927) o el Poeticismo (1946-1949),
quienes sí escribieron cuando menos un manifiesto sobre su
particular visión de la estética, de la literatura y de la vida, donde subyacía
un rechazo a los viejos modelos artísticos que partían del romanticismo y
proponían, desde distintos enfoques estéticos y críticos, una nueva visión del arte.
Juan Bañuelos, Eraclio Zepeda, Óscar Oliva, Jaime Augusto
Shelley y Jaime Labastida en el año de 1960 se reunieron y publicaron un libro
colectivo que se llamó La espiga amotinada; en el año de 1965
se reunieron nuevamente y publicaron Ocupación de la palabra, otro libro que los unía
pero al mismo tiempo los diferenciaba y los definía como creadores
individuales con un estilo personal. A diferencia de los grupos precedentes,
La espiga amotinada, nombre que el grupo de escritores adoptó para significarse,
tenía una propuesta singular: crear literatura comprometida, si no de consigna exclusivamente,
o de protesta definitoria marxista, sí con un mensaje moral y por lo tanto político.
Independientemente del carácter individual de cada autor, los poemas que estos
escritores creaban buscaban llegar a los grupos de intelectuales, a los
universitarios y politécnicos, a los estudiantes, a la comunidad en general,
pues sus temas estaban impregnados de solidaridad social y de denuncia social y
política. Vivían su experiencia político-social mexicana, ya que la tenían
frente a sus ojos y arraigada a su corazón de poetas, experiencias que
diseccionaban sobre la base de la inteligencia y de la cultura a que eran
adictos, y donde encontraban la realidad del hombre contemporáneo y al mismo
tiempo la actualidad de la falacia gubernamental mexicana que se convertía en un
incendio espiritual y una afrenta a ese cambio por un hombre mejor a que
propendía su poesía. Este fenómeno era una espiga que germinaba no solamente en
México sino en América Latina como la expresión social, por excelencia, de esos años.
Debemos recordar que estos poetas, estos intelectuales, habían
vivido su juventud con un amplio conocimiento de los problemas sociales que
aquejaban al mundo en general y particularmente a Latinoamérica y a México: la
huelga ferrocarrilera de 1959, la guerrilla en México, la penetración implacable
de las policías secretas norteamericanas en nuestros países (llámese la CIA,
entre otras), la persecución de los militantes del Partido Comunista Mexicano,
la negación de éste como representante de un grupo político adversario al
partido oficial, la formación de las células revolucionarias que incluía a los
llamados círculos de estudio del marxismo-leninismo (El
capital, la obra de Gyorgy Lukács, de Antonio Gramsci, Ernst Cassirer,
Louis Alhtusser, entre otros), de actualidad mundial en la historia del
pensamiento de izquierda que buscaba la revolución socialista; el fenómeno de
la guerra fría, las atroces y corruptas dictaduras militares latinoamericanas
que publicitaban en todo el orbe sus cobardes matanzas e indecentes torturas a
sus conciudadanos y, en México, los grupos perseguidos por el gobierno en el
poder, en los que se contaban los encarcelamientos de aquellos disidentes,
rebeldes por causas justas, como Genaro Vázquez Rojas, Rubén Jaramillo,
Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Lucio Cabañas, José Revueltas y otros.
***
Es sabido que muchos de estos líderes de la disidencia mexicana,
que se oponían al gobierno establecido entraban a la cárcel de Lecumberri
–—entre otras cárceles del país–— un día sí y otro también.
Otros habían sido asesinados por la llamada Brigada Blanca,
brazo demente del gobierno que operaba según órdenes “de arriba”
y de motu proprio, como “los espías anónimos de Fouché”, que menciona Jorge Luis Borges
en su reseña a Le roman policier de Roger Caillois. Las desapariciones y los asesinatos de
líderes y periodistas eran el pan de cada día. Pero los sucesivos gobiernos
represivos no opacaron la capacidad creadora y el talento de los muchos
mexicanos que buscaban un país justo y un gobierno de puertas abiertas, y así,
como los miembros de La espiga amotinada lo manifestaron en su obra poética y
literaria en general y en su activismo que exigía, entre otras reivindicaciones
sociales, la libre expresión y los derechos políticos. Otros grupos
más radicales o extremistas,
buscaron, por diferentes medios–—como la guerra de guerrillas declarada al gobierno mexicano–--
la creación de un nuevo gobierno con otra ideología en abierta oposición al establecido.
En 1996 aparece reunida su poesía bajo el título de Animal
de silencios, en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura
Económica. Y en esa misma compilación están incluidos sus primeros libros que
aparecieron en 1960 y en 1965: El descenso y La feroz alegría.
Posteriormente escribe y publica: A la intemperie, 1970; Obsesiones con un
tema obligado, 1975; De las cuatro estaciones, 1981 y Dominio de la
tarde, 1991. Seis libros y seis propuestas poéticas que están íntimamente
enlazadas por una misma intención: el incesante diálogo de la poesía con el
hombre. Pero cada una se sustenta por sí misma, y me atrevería a decir que va en
aumento su valor poético, reafirmado por la pasión literaria del poeta.
El título Animal de silencios, Labastida lo define en la nota introductoria al libro como el
espíritu silente que recorre al hombre desde sus primicias y que sólo se
metamorfosea en una criatura amada y amante por el orden siempre inesperado y
admirable de la palabra. Recordamos que Jaime Labastida tiene otra pasión: la
filosofía. Durante algunos años, muy joven, fue profesor titular de la materia
de filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional
Autónoma de México; en esa disciplina volcó un gran interés por el pensamiento
filosófico universal y entrelazó su vocación de poeta con éste. Silente es un
concepto que también nos allega a un misticismo cuyos principios se sustentan en
la capacidad de meditación, de raciocinio y de reflexión compartida: es, al
mismo tiempo, la potencia de la búsqueda de la profundidad del alma humana.
“El descenso”, que da título a su primer libro es un poema que se mueve entre la
protesta y el dolor humano, y en un choque de emociones, entre la impotencia y
la esperanza por un cambio hacia una vida digna, “el reino de la luz”, que todos
merecemos. Va del grito a la exaltación. Poema que baja al reino de las sombras
para alcanzar la luz. Este es un poema, como el propio escritor lo deja en
claro, “pletórico de imágenes”, “parra de raíces rotas” pero donde
“la palabra es un viento que (nos) alza”.
***
En 1970 publica A la intemperie. Poema compuesto de ocho secciones donde
la primera toma el título del libro. Es un libro breve, de varios entramados,
pero con enormes logros. La penúltima parte incluye un poema por demás significativo:
“Poema en tiempo de guerra”, subtitulado: “En la muerte del comandante Guevara”.
Y cierra con un poema titulado “Papel borrado”. El primer poema de A
la intemperie, es un hermoso texto perfectamente compuesto. No le falta nada
y nada le sobra en unos pocos versos. Es un poema memorable por su tema y
concisión. Y retomando el poema dedicado al Che Guevara, no dejamos de unirnos
al poeta en su admiración y su lamento por el Hombre, ese protagonista ya mítico
que luchó por la libertad y que dio su vida, con el noble propósito de dejar un
lugar en el mundo al Hombre mismo para levantarse sobre la opresión y la
miseria. Pero hay en este libro otras alusiones importantes: la tierra, es
decir, el campo, el sur de Emiliano Zapata, la música de Silvestre Revueltas, la
Ciudad de México, el escenario mortífero de Vietnam y también la muerte de los
cisnes de Chapultepec, sin dejar de mencionar La Habana: esa Cuba llena de
promesas y fracasos. Este libro no oculta el vacío: ni ese rechazo: no es
extravagancia literaria o poética. Es poesía y crítica y no subliminales
ceremonias que en lugar de exaltar, amenazan. Es un libro del autorretrato del
México de entonces y del México del ahora, porque no ha perdido su actualidad.
Pero veamos más allá con el viaje del poeta: es el mundo de hoy cuya identidad
es el aniquilamiento y cuya circunscripción una superficie estratégicamente
aturdida y engañada.
***
Los poemas subsecuentes de este libro nos llevan a múltiples espacios y tiempos.
Vemos entre ellos las divinas sombras de sor Juana Inés de la Cruz, de
Empédocles de Agrigento, filósofo, demócrata, mago, sabio –—cuya
muerte es un enigma, ya que se dice –—unos
así lo relatan como Bertoldt Brecht en su famoso poema–—,
que se quitó una sandalia y la dejó a un lado, para que lo entendieran sus
discípulos, y se lanzó al Etna; y otros dicen que murió en el
Peloponeso—; Pablo Neruda, Georgias, Platón, Darwin, Ho Chi-Minh, Engels,
Siqueiros, el hermoso homenaje a José Martí, el poema “La mortaja de jade” dedicado al poeta
Óscar Oliva, que es un homenaje a Diderot y ostenta el epígrafe: “…veía en una
gota de agua la historia del mundo”, lema incluido en el libro El
sueño de D´Alambert, libro fundamental del propio Denis Diderot. Estos
poemas, donde rezan citas al inicio de cada uno de los textos de los autores
mencionados, tienen un aire común: la crítica, y en ella se perfila el
poeta-filósofo Jaime Labastida, reflexivo, amante del conocimiento, del
individuo necesitado de los bienes elementales para vivir una existencia
honorable, sin regateos; el hombre que convive con el hombre con la plenitud de
su potencialidad, en una incesante actividad por protagonizar los altos valores
que se le han negado.
***
Como la música y en general las artes, el poema es intraducible
a una descripción de sus valores intrínsecos. Las palabras del narrador son
pobres. Es el ejemplo de un traductor a otra lengua, que hace versiones
más que traducciones. Al respecto existen muchos puntos de vista
y sin duda más de uno es válido. Este es el caso cuando un crítico o un
articulista habla de la poesía escrita en su propia lengua de cualquier
poeta: este es mi caso al escribir sobre la poesía de Jaime Labastida. Mi
intención al repasar la poesía de Labastida es el deleite, el placer y si es
posible, al reseñar sobre ella, transmitir al lector una invitación a la lectura
de una poesía que, por su alta propensión, es de gustoso aliento, ya que el
lector y el autor somos los protagonistas de sus obsesiones y de esa polvareda
que perturba la vida del hombre y, también, en otras palabras, de ese aliento
que corresponde a otra naturaleza donde el lector se identifica atento y
misterioso amigo de la sensibilidad del poeta que, en un acto paralelo, crea el
modelo prometeico que todo hombre sueña, y asume, en un acto histórico y real,
el destino azaroso de la vida misma. Cuando se habla de un poema, debemos
prepararnos a su absoluta dependencia, porque el poema
por sí mismo lo dice todo.
***
Interpretar a un poeta es caer en un abismo. El poeta, aunque
proclame una ideología, solamente es poeta. Es Nadie. Ha sido poseso por la
palabra, por el Verso. Y en su bolsillo tintinean las frases que nos quiere
decir; el poeta es, finalmente un desclasado. Su urgencia y su estímulo es
confundirse con la muchedumbre, de donde proviene: por eso no puede tener
nombre. Del dramaturgo sueco-alemán, Peter Weiss recuerda –—el poema está
dedicado al poeta Juan Bañuelos, su amigo y compañero de La espiga amotinada–— y
reproduce: “…no necesariamente ha de ser verdad lo que escriba. Soy un niño.” El
título del poema es bucólico: “A la sombra de un álamo”. Título, por demás,
verdaderamente el hermoso. Peter Weiss fue uno de los más importantes y
talentosos dramaturgos alemanes del siglo XX. Innovador y libre; es decir,
manejó el teatro realizando una combinatoria de estilos de la dramaturgia que
hasta la fecha son firmes escalones para la creación del teatro moderno. El
poema de Labastida es crudo; sin concesiones. Nos somete a su dialéctica y
termina en un thriller: en un asesinato. Es un hallazgo que une la poesía con la
prosa; hay un tema, y el desarrollo es un breve monólogo donde una historia
narra un suceso, y ese suceso es un poema. A su también compañero y amigo, Jaime
Augusto Shelley dedica el poema “Conversaciones con Siqueiros” que evidentemente
es un homenaje en el que leemos una serie de preguntas y respuestas del propio
poeta al gran pintor muralista, que en enero de 1974 había fallecido en
Cuernavaca, Morelos. Este poema está fechado justamente “Enero-mayo de 1974”. Y
entre los versos leemos el nombre del poeta chileno Pablo Neruda, ya que después
del atentado a León Trotsky, en 1941, en ese año David Alfaro Siqueiros se
exilia en Chile y tuvo contacto con el poeta de las Odas.
Con “Conversaciones con Siqueiros” de Jaime Labastida volvemos a
entender que la poesía no es política; con frecuencia es urgencia por compartir
preocupaciones, gozos, ausencias, dolores, injusticias, historia personal, lo
que hace la vida y lo que la destruye. Este canto de reconciliación y admiración
va más allá de tendencias socio-políticas: revela el amor a la creación y es,
asimismo, la celebración del hombre poseído por su tiempo, por el mundo y por el arte.
El libro Obsesiones con un tema obligado concluye con el poema “Hombre de ciudades, II”
cuyo epígrafe dice: “…el hombre es por naturaleza un animal político. Aristóteles”.
Se interpola el presente y el pasado. Desde Kenya y la muerte, hasta la prehistoria
de las cuevas de Altamira, cuyas sorprendentes y maravillosas pinturas han sido fuente
de inspiración y gozo de muchos pintores contemporáneos y espectadores. La
grandeza y la ruina de Venecia, las Islas Galápagos, Londres, Petrogrado. Es
claro el lema que refiere Labastida en este poema: el hombre es un ser social.
Y, además, es consciente de una memoria colectiva y de una intuición natural.
De ahí que el poema sea una gama de referencias cruzadas. Ciudades, personajes,
historias, modernidad y antigüedad: temas variopintos enlazados en el verso
para darle al poema una riqueza y una original cabal. Yo, como lector, creo que
es casi imposible definir o describirlo con plenitud y certeza un poema. Lo
único que me provoca escribir sobre él es su orden como lenguaje articulado, su
prospectiva lingüística, su liga por medio de imágenes, metonimias, etcétera: a
través de la escritura-creación y de la voz entendida como canto, y al poeta
como un rapsoda; como armazón de principios y de destinos donde se fundamenta
un sustrato que no es antagonista de la moral, de la política, de la historia y
de la propia invención del poeta. ¿Hay un juego con el lenguaje y sus múltiples
relaciones con las distintas materias de que echa mano el escritor? Claro que
hay un juego: el poeta es un nómada citadino por excelencia, como el flâneur
de Baudelaire (lo es el artista en general), y en los derroteros de su marcha va
encontrando, como el escultor que recoge de la calle objetos tirados u olvidados
y los compacta, los une y les da una forma plástica, así el poeta, con su bagaje
cultural y sensible, y con los valores del inconsciente, maneja la lengua y crea
el poema que está a disposición del lector avisado.
En el libro De las cuatro estaciones (1981), Jaime Labastida define una tierra incógnita cuyo
engranaje es el centro de la vida misma; de esa vida en la que el hombre
transita, ama, observa, define en sus silencios y sus dudas, vida pletórica de
preguntas y respuestas que el poeta se hace y que el mismo poeta responde y
analiza decidido a estar de acuerdo o en desacuerdo consigo mismo, pero
calladamente evocando la presencia de la musa, ese espectral ente metafísico,
guía certera y maga clandestina como aquella de la que se enamora Julio Cortázar.
“Orden” y “Aquí y ahora”, antes “Rescoldo”, poemas
pertenecientes a la sección I. Tientos, son justamente eso: tentativas y
encuentros, escepticismo y revelación de la provincia del poema, de las frases
con que se construye que deben expresar el final del “tiento”, de la
aproximación, de esa tangente que roza el círculo de la conciencia poética del
escritor. Tiento que interpreta las connotaciones del canto; certeza de la
existencia de una música tenue, de “flautas afinadas”, de “timbal… templado” que
vierten su líquido verbal en la esperanza. No así se eleva el poema “Sólo se
habla del tiempo”, la evocación que mira la finitud, la “hendedura fría de las
horas”, es decir, la cercanía ineludible del acabamiento. Este poema corresponde
a la sección II. Cólera de las horas, que incluye entre otros poemas “Ciudades desaparecidas”,
que nos recuerda nuevamente la finitud: el ciclo vida-muerte de las ciudades, los seres
todos, e incluso los pensamientos que solamente quedan como ráfagas de aquellos
que alguna vez transitaron esas piedras desgastadas entre la “cólera roja de las horas.”
“Víctimas recientes” es un poema con un tono distinto a los
anteriores, desde la memoria de la época prehispánica, la ciudad contemporánea y
la era industrial se regocijan en hacer del hombre verdugo y víctima. Se oye el
propio desmoronamiento de la vida. Y las flacas justificaciones que el hombre se
da a sí mismo, son referencias caóticas, estructuras vanas, la imagen de ese
transeúnte, “cantante en la estación agónica del Metro”, el destino de los
seres “triturados”, “masticados por la ciudad”, “escupidos como limones secos”,
“desechados en un tiesto de estiércol”, suma de la vida que no puede ocultarse
donde no hay salvación alguna para ese ser destruido que de alguna forma somos
todos. Este libro es uno de los más articulados desde el punto de vista
temático. Los personajes que por él transitan nos son familiares. El
tratamiento de los poemas siempre es sorprendente y su escenario una Babilonia
destinada a la finitud. Y la historia de la civilización es un teatro
tentacular, un recipiente proliferante. Las sombras de Aquiles y de Hécuba se
unen a las de Aníbal Africano; Eneas y Héctor –—“matador de hombres”–—, y
Cuauhtémoc y Agamenón: todos transitan en líneas paralelas de tiempo, en
diferentes tiempos, pero su gloria es inseparable de su extinción humana.
“Triunfa –—nos recuerda el poeta Labastida–— sólo la audacia, el árbol que
resiste en contra de la abstracta geometría”. “Fronteras” es un texto que nos
remite a la poesía de dos espléndidos escritores: Eliseo Diego, el cubano, gran
poeta, narrador y traductor, autor de En las oscuras manos del olvido, Poemas
al margen y del hermoso libro de traducciones de poetas de lengua inglesa:
Conversación con los difuntos, entre otros muchos, y Roque Dalton, el poeta salvadoreño,
revolucionario, escritor de denuncia sin cortapisas, autor de los libros,
Dos puñados de tierra, El turno del ofendido, Taberna y otros lugares
–—Premio Casa de las Américas, 1969, entre otros títulos. Poeta,
periodista, narrador, asesinado en San Salvador por sus propios compañeros de
militancia, acusado falsamente de ser miembro de la CIA y de trabajar para la
policía secreta cubana: acusación posteriormente desmentida.
***
El capítulo IV. Clamor desde lo hondo, de ese mismo
libro, lo componen tres poemas. Entre otros un poema dedicado a José Revueltas,
poema de varias voces, un coro argumental; y es también un diálogo de tonos y
ligaduras que se transforma por momentos en un monólogo. Surgen seres que el
destino arroja a la muerte y se interpola, en un lenguaje político, la urgencia
de un cambio social, y la presencia de un hombre cuyas ideas inflaman las mentes
de los hombres que han estado junto a él: Pepe Revueltas, el hombre
revolucionario, el hombre que a todas luces fue la gran Ilustración de unos
cuantos y hoy de muchos. El hijo y el padre, quienes a veces establecen, un
diálogo de sordos. El hijo invoca una confesión de orden privado y una abierta
admiración por quien luchaba por un porvenir fuertemente estructurado para
compartirlo, como si ese porvenir fueran bienes que todos pudieran alcanzar. Sin
embargo, nos cuenta otra voz el destino amargo de Pedro Bárcenas Huítzil, quien
al no encontrar trabajo “de treinta años de edad, se suicidó comiendo un pan con
raticida”. O la historia dramática del obrero Juan González a quien ya no le
alcanzaba la sangre que vendía para que comieran sus hijos, pues ya no tenía
más, y estaba a punto de morir. Surge otra voz: es la referencia a
El capital, a la dialéctica marxista, a la especulación ideológica “escrita en
el código genético”. Nuevamente el diálogo que conduce al monólogo. Un poema a
base de ensambles, un montaje, un homenaje y un profundo y amoroso saludo a
quien fuera, en su momento, maestro de nuestro poeta. En el texto vemos, con una
lente magnificada, la trágica descripción de un cuerpo –—el de José Revueltas--
que va a su acabamiento “… por eso eran cada vez más delgados tus brazos, más
intransitable tu voz que arrancaba verdaderamente pedazos de raíces y bronquios
averiados; y tu páncreas, tu hígado destrozado (como si fueras un pequeño
y moderno Prometeo, comido por el pico del alcohol, único buitre capaz de corroer
tus intestinos y herir cada una de las células de tu dañado organismo).” Este
poema es una especie de capítulo de la poesía moderna de denuncia, y termina
así: “…la medida y la lucha, la necesidad dolorosa del amor y del amparo. Mi
lengua ya fue de cal, tu cerebro ceniza, quiero decir residuo de combustión y llama inapagable.”
“Las cuatro estaciones” es un poema que modera el tono.
Nuevamente Jaime Labastida reflexiona sobre el pasado y el presente. A las
preguntas se suceden las afirmaciones; y el paisaje es el tiempo, la pasión, la
floración de la nostalgia, la transformación de una memoria que cada día acumula
luz y sombra. Es un poema donde “el rumor del tiempo” sublima el amor a la mujer
y la naturaleza de pronto aparece con sus bienes y sus males...
***
Dos poemas más cierran este ciclo de textos escritos en 1981:
“Mentira” y “Variación final”. Pudieran ser un solo poema dividido: otra vez nos
encontramos con el poeta que al definir, cancela. El primero inicia así: “Todo
cuanto hasta aquí fue escrito, mentira sorda”. Y el segundo concluye con unos
versos esperanzadores: “Aquí termina el canto, quiero decir, una vez más, la
vida empieza”. Los opuestos se encuentran; son esas líneas que lanzadas al
espacio, en un punto del infinito se tocan, parafraseando de memoria a
Saint-John Perse, en su discurso de recepción del Premio Nobel. Y como en una
ardua y feroz lucha, gana nuevamente la esperanza, que estuvo “al borde del peligro.”
En el año de 1991 Jaime Labastida publica Dominio de la tarde, título que se suma a esta compilación.
Dominio de la tarde, como los libros anteriores que hemos leído, es un volumen
breve; comparte esa brevedad poética que hace que el lector tenga el goce del
poema en un rápido acercamiento, ya que en pocos textos, uno se introduce al
mundo poético de Jaime Labastida, a su universo lingüístico, a sus
preocupaciones estéticas, políticas y sociales, a un humanismo que pone el dedo
en la llaga en el justo lugar, para mirar de frente sus puntos de vista sobre
la protesta social contra el orden tradicional y su obligado sometimiento.
Poesía para rescatar de la ignominia social a los oprimidos con la palabra
amiga, dulce, y a la vez amarga y violenta, de un bardo. La tolerancia que el
poeta, con gran orgullo de aventura propone entre los hombres: la humildad de
la resistencia que hay que tener para cruzar los infiernos cotidianos que el
ser atraviesa pesaroso, dolorosamente, pero que en la inagotable soledad del
diario vivir y morir, se eleva, con carácter y pasión, por el triunfo de la
vida: elección inamovible. Jaime Labastida también nos define a ese hombre que
con vulgar obcecación impone, desde el rebumbio del estrado y con el cetro de la
violencia —soberbio en su provocación—, la vida desolada y la cicatriz del
dolor. Frente a estos anómalos, el poeta pondera la existencia individual y
colectiva, sobre la base de las “reglas” de su alta ficción poética; para ello
crea puentes, tránsitos, caminos que tiende a través de su relato, sin reducir
lo esencial del ser: vivir y morir, sin voltear la cara.
***
“Viajes” es otro poema de esta misma sección que afronta la
paternidad. El agua tiene una referencia a la madre. Es de hecho la madre. Este
texto tiene un epígrafe de la poeta chilena Gabriela Mistral que ilumina al
poeta: “Recuerdo gestos de mi madre, y eran gestos de darme agua.” Y Jaime
Labastida se lo dedica a su hija Claudia. Es un poema de traslaciones, de
lugares, de distintas estancias, compacto y, sobre todo, de fidelidad al amor.
Sin embargo, los signos de la catástrofe de la vida, la lucha por la justicia,
la “noche silenciosa y densa” que prefigura la muerte, no están excluidas, pero
la ternura prevalece, incluso, sobre el dolor: “…y eras tú el agua, madre de
agua. Porque tus gestos eran gestos de agua.”
“Aproximaciones a la muerte de mi padre”, poema que plantea el
tema moral de la relación entre el hijo y el padre. La vida nuevamente arrastra
a la muerte. Es un texto donde la imagen del padre moribundo, como una
fotografía craquelada, midió el paso del tiempo, y sus huellas han quedado allí,
en un papel ya degradado, pero conservado todavía, pese a los años; y conservado
con devoción por la memoria de una vida en común, entre el padre y el hijo. Las
referencias a los poetas Manuel José Othón y Francisco de Quevedo son puntuales.
Y no es la referencia a la muerte absoluta lo que al poeta enardece y lastima
profundamente, sino esa lentitud con que poco a poco, la vida se va
extinguiendo, extinguiendo también la vida de los que alrededor asisten al
moribundo. La última estrofa del
poema nos revela lo que todos seremos y adonde llegaremos: “La lluvia nos unirá
sin duda un día. Hojas que arrastra el aire, seremos polvo y nada más que polvo,
un sol desnudo, material, de plomo, cenizas, huesos, piedras,
todo.”
Los poemas del final de este libro no están exentos del dolor ni
del amor, ni del paisaje ni de la esperanza. Tejen una urdimbre potente al
dictado de la palabra. Al poeta lo rodea un sino de muerte. Es el destino de
todo ser vivo. No en vano incluye el lema: “El dolor petrificó el umbral”, del
austriaco Georg Trakl al inicio del poema “Palabras para una hermana”, que
pudiera ser un poema muy personal, y quien no conozca la vida del poeta o algo
de la vida de él, solamente le quedará el texto, suficiente materia intelectual
de la historia que cuenta el poema, donde una bala zumba y autómata, recorre
cada una de las estrofas del poema.
El poema dedicado a la muerte de Efraín Huerta, quien fuera
además un reconocido periodista, nacido en Silao, Guanajuato en el año de 1914,
el mismo año del nacimiento de José Revueltas y de Octavio Paz. “Conversaciones
con Efraín”, va de la memoria a la risa. De la cultura a la antisolemnidad.
Efraín muere de cáncer en la tráquea; fue su amigo y Jaime Labastida lo
frecuentó por muchos años, y estableció con él una noble amistad que iba de la
literatura a la broma, de la crítica a la burla. Este poema es un bello
responso, de hecho un túmulo, y finalmente, un adiós al gran poeta guanajuatense
quien siempre nos sorprendía con su inteligencia rápida y su humor negro;
hombre de izquierda y siempre ajeno a los grupúsculos literarios.
“Límite”, “Horas”, “Amanecer”, “Sueños”: en este poema, se
intercalan el amor, el sueño y la historia. El poeta Labastida llega a Grecia,
hasta la “mansión” de Circe, seguido de “una piara de cerdos.”
... Rescato el bello y libre poema titulado “Dominio de la tarde” con
que concluye el libro (y de donde toma título el libro que estamos leyendo). Ese
poema nos permiten conocer a un poeta mexicano de grandes inspiraciones, limpio,
entregado al lenguaje y a la pasión por la poesía: un poeta que destaca por su
amplia cultura, que lejos de esquematismos, creó lo que yo llamo: el
poema-crónica, el poema-testimonio, el poema-debate, el poema-diálogo, el
poema-dolor, el poema-muerte, el poema-silente… Todos entrelazados, unos con
otros, y cada uno es réplica del otro, en muchos casos, y deja inquietantes
incógnitas en el lector.
Esta lectura de Animal de silencios de Jaime Labastida, que reúne seis libros
y más de treinta años de poesía, de ejercicios poéticos, de maestría poética,
me ha dado la visión integral del caminar junto a un escritor, un hombre de nuestro tiempo,
para quien la palabra es el sentido de su vida. Admiro su potencia intelectual, su
postura humana y me enorgullezco de ser su lector. Jaime Labastida, convencido
de que la poesía sí tiene una función en la cultura del hombre para el hombre
mismo, dice en el poema titulado –—casi al final de este libro–--
“La palabra se llama vida”:
Años de plomo, años de ceniza: desde el
cielo desciende, obscena, matemática,
desnuda, la lumbre de la muerte. Todo lo que en el
aire se despliega se convierte en nada.
Años de polvo, años de madera: desde el mar se
abre un abanico metálico de sangre. Veloz,
brillante, la muerte avanza contra la
casa que espera el signo cierto de la
muerte. Yo pronuncio una sola palabra y
pido que renazcan los años de diamante.
Jaime Labastida ha escrito, hasta hoy, nueve libros de poesía;
otros de ensayo y de crítica literaria e innumerables artículos periodísticos.
Hombre amante de la academia y doctor en filosofía. De ahí que generalmente se
hable de Jaime Labastida como un poeta-filósofo, porque lo es.
Los libros más recientes de poesía de Jaime Labastida son: Elogios
de la luz y de la sombra, 1999, La sal me sabría a polvo, 2009 y
En el centro del año, 2012. Estos libros son parte de ese corpus poetǐcus
que a lo largo de cincuenta años el poeta Labastida ha creado. Su creación
literaria siempre es original y nos permite detectar el lenguaje de la poesía
contemporánea, sus preocupaciones, sus propuestas y sus exploraciones. La pluma
de Jaime Labastida nos desvela los misterios que este arte encierra: ese camino
que el poeta recorre entre la luz y la sombra; yo considero, no una definición –—no me
atrevería–—, pero sí una ubicación personal, o una tentativa para ubicar la
poesía Labastida y la poesía moderna: es arte de las preguntas y las respuestas,
de las dudas y de las propuestas, y del amor.
__________
Este artículo se publicó en su totalidad, en el número 110 de la Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, el mes de abril de 2013.
El rostro es múltiple: el yo iluminado
Sobre la pintura de Guillermo Cevallos
Para entender una obra de arte no es necesario establecer un método filosófico o científico que apele
a la razón y nos dé elementos plausibles para explicarla. Una pintura, un grabado, un dibujo, una escultura
son lo que miramos; eso y nada más. Pero claro, ello no excluye que podamos hacer “literatura” o en un plano
más sencillo, “definir” por medio del lenguaje oral o escrito ese lienzo que está colgado en la pared o ese bloque de mármol
que está en el centro de una plaza, que es la representación de un hombre que simplemente mira,
para decirlo poéticamente, a lontananza.
Lo que sí podemos hacer es imaginar al pintor ante su obra, en este caso, al pintor Guillermo Cevallos,
cuya trayectoria artística data de muchos años y muchas exposiciones. Y esta de ahora, que se presenta
en la Galería El Carmen de Miguel Nájar, es su obra reciente: lo más actual que ha pintado Cevallos. ¿Qué ha
pintado Guillermo Cevallos en esta etapa? Rostros. Una multiplicidad de rostros que bien mirados
son autorretratos, o sospechamos que lo son. Pero hurgando en esas neblinas en las que
a veces nos subsumimos por ciertas o extrañas razones como espejos góticos de la pasión,
veo autorretratos no ortodoxos, porque van más allá de la figura representativa de un rostro, el suyo,
hasta captar una imagen que rescatara de sí misma ese otro rostro, en una especie de auto
análisis, en las que ese oficio de alma que lo impulsa a usar los colores y las formas para expresarse,
se descubre asiendo al dueño de ese rostro, un rostro distinto que anida en su interior
y que dice algo, y lo retrata. ¿Qué dice ese otro rostro, ese doble de oscura realidad? Que en una
habitación, grande, amplia, deambulan esos rostros sin cuerpo en busca de su identidad, que el pintor anhela abrazarlos.
Surge de pronto en una de esas telas una mujer sentada en un sillón (uno de los pocos personajes femeninos en estos cuadros),
con un vestido blanco de rayas azules y un perro en su regazo. Ella está en un tiempo pretérito,
rodeada de luz, en su propio umbral, esperando, en “el cuarto azul”. (Entrecomillo estas palabras ya que el lienzo así se titula).
Yo, en mi arbitrariedad de espectador, la identifico con el ser amado. Ella es contundente. Reina de sí misma.
Los títulos de esta obra reciente de Guillermo Cevallos están llenos de misterio, pero de un misterio
que la propia obra devela: El mago, Máscara, Conversación, El descanso; este último cuadro nos
recuerda que en general la obra de Cevallos es figurativa, y en esta tela vemos a una bailarina al lado
de su admirador que la interrumpe de sus difíciles y agotadoras rutinas. Cabeza roja, Cabeza azul, El príncipe:
con el porte de un caballero español que llega desde el estudio de Velázquez, y a los lados dos rostros,
apenas visibles, insinuados, entre veladuras, aguadas, gradaciones tenues de negro marfil bruñido.
El ministro, El mismo, Antifaz, Ventana. Este último cuadro duplica los personajes: divididos por un alféizar,
uno y otro se asoman a nosotros para vernos o para quizá decirnos algo… que ya olvidaron.
Logro identificar dos grupos de rostros y de personajes: los que prudentemente podemos llamar “máscaras”,
telas de gran formato, representadas por una gama muy amplia de colores carnavalescos,
crueles e irónicos, y los rostros, de gran formato y formato mediano, con medios cuerpos o con cuerpos
enteros que desvanecidos sus gestos, viven entre la luz y la sombra, en la pura evocación.
¿En algunos de esos rostros miramos el giro de un Francis Bacon reconvertido? Tal vez. Pero puede
un espectador poco avisado, malinterpretarlo. ¿Qué artista, llámese pintor, músico, novelista,
poeta, etcétera, no ha tomado prestado elementos de otros artistas contemporáneos o no,
porque le son útiles para crear su arte?
En esta obra reciente de Guillermo Cevallos notamos una innovación con respecto a su obra anterior:
es un pintor constante, no deja de ser obsesivo, encuentra en los viejos rostros el nuevo rostro que le apasiona.
La historia que nos cuenta a través de la regla sin excepciones es la coyuntura necesaria para que su
humor negro rompa el espejo de la sala y miremos, en los muros colgados los fragmentos esparcidos de esa máscara
con la cual recomienza el artista todos los días, a pintar su verdadero rostro.
___________
Texto sobre la pintura de Guillermo Cevallos con motivo de su exposición en la Galería El Carmen, en septiembre de 2012.
EL ARCA DE OTTO-RAÚL GONZÁLEZ
Los hermosos animales de Otto-Raúl González son una valiosa aportación a la tradición del género
fantástico que originó Esopo, “el inventor y el Homero de la fábula”, 600 años antes de Cristo,
y que con una larga historia propiciará en la Edad Media, la creación de los bestiarios, eso libros misteriosos de leyendas,
poemas y cuentos alegóricos que alcanzó un gran auge literario en distintas épocas.
Los pintores frecuentaron los bestiarios y crearon los libros miniados; es decir, ilustrados, que hoy y siempre,
han sido muy apreciados por el arte que alcanzan. Del poeta Fedro, macedonio que vivió entre 15 a. C. y 50 d. C.,
contemporáneo de Calígula y Claudio, son célebres sus apólogos satíricos contra los abusos de los hombres y su tiempo.
Esclavo y posteriormente augusti libertus, lleva de Grecia a Roma la fábula y con ella un nuevo modelo literario para la lengua latina.
El bestiario como género literario surge con el Physiologus de Teobaldo hacia el II y IV siglos de nuestra
era. Se ha creído que su fuente remota es el libro perdido del egipcio Bolos Mendes del siglo III o IV a. C.,
discípulo de Demócrito. Es esta obra una compilación de narraciones de origen alejandrino o sirio,
no se sabe con certeza, que refiere las características, diferencias y costumbres de los animales, reales o imaginarios,
y de las piedras. El Physiologus se tiene como el libro clásico de los bestiarios.
Contiene asuntos de diversa índole, matizados con la sátira, la alegoría mística, como la transformación
prodigiosa de Cristo en su faceta de ciervo, pero también con la crítica que propone la entereza moral.
Su riqueza prospera también por la asidua introspección psicológica y por el uso de la
metáfora deslumbradora. Con un paralelo simbólico entre el hombre y las bestias
brota la sabiduría popular y la sabia aseveración del Fisiólogo. Éste se escribió en lengua griega
y fue vertido al latín por muchas generaciones posteriores de traductores e intérpretes quienes durante mil años,
por lo menos, incrementaron la tradición de los bestiarios, hasta el siglo XII. Y el género,
a cada acometida, añadió al genio de su época nuevos libros, de acuerdo a gustos y modas, transformando a
los animales en símbolos, emblemas, signos, figuras, imágenes, alegorías, mitos
e ídolos y trasuntos de la más diversa materia, espiritual, física y moral del hombre.
Francés o italiano, no se sabe quién fue este Teobaldo, pero fuere quien
fuere, creó una perspectiva simbólica e imaginaria en sus descripciones de los
animales cuya fuente colectiva es universal. Destacó como revelación la psicología del hombre;
las profundas y misteriosas presencias de los hermosos animales, representándolos como alegorías
del inconsciente arcaico. Teobaldo no duda en representar al hombre en la figura del “onocentauro”.
Dice: “El onocentauro es biforme; en él está mezclado el asno con el cuerpo humano.
Muchísimos hombres son de este modo, biformes en sus costumbres, diciendo una cosa
y haciendo otra inmediatamente. Lo que dicen que por fuera hacen, no lo llegan a realizar interiormente.”
Esta obra del Medioevo fue profusamente imitada hasta el siglo XII en que los poetas
anglonormandos empiezan a componer versiones rimadas en francés. Después de ese
libro muchos famosos desconocidos compusieron bestiarios, obras que se han perdido en el tiempo.
Un bestiario personal, salido del hombre que ve paso a paso, las trampas y los deleites de la vida a través
de una metamorfosis, es lo que le sucedió a Lucio, el personaje de la novela El Asno de oro (Asinus aureus)
de Apuleyo, una metamorfosis de hombre en animal. Con un mágico ungüento Lucio es convertido en asno.
Y discurre por la vida a través de muchas experiencias, innumerables aventuras, del orden de la nigromancia,
los filtros y las hechicerías, del erotismo y la religión: todo ello ejercido desde el engaño convertido en fantasía de la vida.
Otra visión del Bestiario, de hecho el inicio de todo lo occidental, habita en la mitología griega y en su portentosa
literatura donde Hefestos forja, al rojo vivo, en las cavernas del inconsciente: la región favorita de
Freud. Ahí está el Minotauro de Creta; los centauros de la Edad de Bronce, el Cancerbero
y otros hombres-bestias y dioses-bestias quienes para satisfacer su lujuria, ejercer su poder
o proteger a sus elegidos se metamorfosean en seres cuyas dotes son los instintos, formas y actitudes animales,
con la inteligencia y la argucia humanas.
Los artistas chinos vieron en el dragón un ser benéfico y el hombre del medioevo lo
terrible: todo lo referente a lo infernal. Pero el animal era el mismo, no así sus atributos.
Eva fue sometida por la serpiente y san Jorge vence al dragón, que simboliza el demonio-dios-serpiente.
De las viejas culturas que florecieron en tierras mesoamericanas, el dios Quetzalcóatl
es una serpiente emplumada. Los autores orientales, antiguos y modernos, han hecho de los animales
parte de la animación del paisaje: ellos habitan los entornos, a veces son las sombras
insinuadas, los soplos ligeros, a través de pocas líneas, como en el haikú. Los
bestiarios son de la era arcaica. Altamira lo testifica, así como la cueva de Chauvet-Pont-d'Arc.
El pasado y el presente se tocan así como las percepciones y los presentimientos se dan por igual
en Oriente y Occidente: tocan las mismas fuerzas simbólicas que se oponen, se funden o se anulan
con distintos atributos.
Con el inglés John Gay y el francés Jean de La Fontaine, el siglo XVII, fue un siglo de gusto por la fábula.
La moraleja es profunda, y es jocosa. A la muerte de La Fontaine, Fenelón dice:
“Con él murieron los chistes llenos de malicia, las risas festivas y también las sabias musas.
Llorad vosotros que amáis la sencilla y desnuda naturaleza, la elegancia sin aprestos ni oropeles.
Es Anacreonte que nos divierte. Es Horacio libre de cuidados o inflamado que canta con la lira. Es
Terencio que en sus comedias pinta al vivo las costumbres y los caracteres de los hombres.
Es Virgilio, cuya dulzura y elegancia respiran.” El ingenio y el genio del francés, con sus célebres Fábulas,
es cumbre de la literatura universal. Sus apólogos tocan ya la parte moderna de nuestra pérfida centuria;
nuestra sensibilidad de plomo y yeso está conformada.
Maestros en lengua española: Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego llegan a la tradición del fabulario
y de la sinefance; es decir, del asunto de la moral con el que se ejemplifican los hechos
y se desnuda la naturaleza humana. Sus obras son generosas en asuntos vistos a través de la fábula,
con visión psicológica y con la picardía conque pinta sus verdades el pueblo español; pero sobre todo,
por el genio con que genera una alta moral, obras perdurables. Estos célebres autores coetáneos del siglo XVIII,
merecen el prestigio conque se reconocen.
La metáfora escalofriante del siglo XX la escribe Kafka: es Gregorio Samsa. El personaje de su bestiario negro
es pegajoso; vierte los líquidos espesos y tumefactos de un insecto en proceso de pudrición.
Nadie como Kafka ha visto al hombre moderno con el sino estremecedor que relata en La metamorfosis,
creando algo tan perturbador y tan acremente desolador como ese proceso repugnante en que
Gregor se ve envuelto. Quien lo lee saca funestas conclusiones. Esta obra es cumbre de las profecías del siglo XX.
El cinematógrafo ha utilizado a los animales para sus animaciones y de ellos ha resaltado su salvaje manera de ser,
y la mayoría de las veces les ha dotado del odio humano y de deseos de barbarie y destrucción.
El animal-criatura cinematográfico Alien no es otra cosa que una bestia-humana. Su apariencia física
está salida, sin duda, del holandés Hieronymus Bosch, el Bosco, autor de los seres deformes
y monstruosos, hombres y mujeres pervertidos, entes siniestros, habitantes de un estrato dantesco
y, sin duda también, de la mente perturbada y perturbadora de Salvador Dalí, pintor
de bestiarios del “futuro”, genio de la imaginación gráfica y profundo psicólogo intuitivo de los instintos bestiales
con los que convive el hombre moderno. Y también las diferencias entre el hombre y el animal
son casi inadvertidas; ambos son seres asfixiantes que en su paulatina metamorfosis “viven” en un estado
de descomposición. Existe una imagen intercambiable entrambos: son su espejo
interior uno del otro; no existen los límites absolutos de uno y otro, y el alien se procrea en el hombre,
ya que el hombre mismo puede “fermentar” otro monstruo, que reproducirá las características de la fiera
que lo habita en su inconsciente. La sustancia de la bestia se pluraliza. La novela gótica,
la romántica y la ciencia-ficción crean los bestiarios con que se alimenta el cine, el nuevo arte que se inventó
en el siglo XIX, de donde surgen el vampiro y el hombre-lobo, representaciones de un destino aciago…
***
Todas estas disquisiciones, esta enumeración de obras maestras y de temas de los fabularios y de los bestiarios
en la literatura universal, no son otra cosa que puertos para llegar a la poesía de Otto-Raúl González
y explicarnos su afán zoológico. En la antigüedad se inauguraron siglos con obras que satisficieron la sensibilidad de otros públicos.
En el presente siglo notables escritores como el poeta polaco-francés Guillaume Apollinaire y en
el ámbito mexicano José Juan Tabalada y Juan José Arreola, insuperables maestros del género, crearon una
literatura excepcional, imaginativa y nerviosa, como de instinto animal. Y, sin duda también, como ingenio supremo,
El Libro seres imaginarios, de Jorge Luis Borges.
Bestiarios y “confabularios” son géneros óptimos para ir hacia las cosas más profundas y las más “naturales”;
Otto-Raúl González no escapa de su ancestral instinto. Poeta de alta talla como los mencionados, traza signos y
líneas consecuentes con la tradición del español moderno; la tradición de los
cronopios de Julio Cortázar, y del Manual de zoología fantástica de Jorge Luis Borges.
El Arca de Otto-Raúl contiene Los hermosos animales. Son símbolos vivos y prodigiosos que responden
con argumentos cruciales contra la estolidez de la imaginación. Su poética habla con la voz de esos seres maravillosos,
andan por la tierra, vuelan por el aire y nadan en el agua, como en la fantasía. La creación acepta
irrestrictamente todas las posibilidades de la forma viva y se da en abierta imaginación a todas las explicaciones.
Nada tan real como una parvada de aluxes o de pijijes en pleno descanso, o “el pez espada
(que) añora los salones de esgrima”, o el cruel destino de las ballenas grises rumbo a Baja California.
Por estos poemas, de abundancia zoomorfa, pasan hormigas, grillos, jaguares, gaviotas, varios gallos, hasta bisontes congelados;
búhos y cacatúas; caballos de diferente alzada, camaleones y camellos, los cisnes de Rubén Darío
y nueve mariposas monarca. Colibríes hay muchos. Un colibrí y un conejo, emisarios de Tláloc. Hay dioses y amores;
como también hay cuervos y gatos dibujados con las propias letras de la palabra. No falta por supuesto Basho,
ni Orfeo, ni Apolo, ni Rimbaud ni Verlaine; y está José Asunción Silva evocado y Xavier Villaurrutia
citado: la ópera entera de la fauna y de los poetas. Y a lo largo de este zoofantástico, está la manera clásica
ejecutada en el arte de componer sonetos de Otto-Raúl González: animal de difícil caza; pero en este bestiario,
es forma perseguida y encontrada.
Y el animal es pleno en sí mismo e imperturbable; allí está su prodigio, su misterio insondable, su naturaleza mística,
que admira y transforma Otto-Raúl González discurriendo entre asuntos muy serios de sí mismo,
de la sociedad y de la cultura; evocándolos; a los animales que duermen en él, desde los lejanos días
del origen; invocándolos y transformándolos en Los hermosos animales.
En literatura y en todas las artes en general este género ha conformado una rica iconografía y una alta poética
como la que representa esta obra de Otto-Raúl González quien desata todas las figuras animales y comparte
su psique poética y su sabiduría moral. Otto-Raúl González está investigando sus arquetipos, está rodeado de animales,
y estos son transferencias intelectuales y espirituales de su visión del mundo, puesta al servicio de la fantasía donde se
acentúa la realidad social, se exalta el júbilo y el buen humos que nos lleva a la risa, y se reflexiona sobre la vida a través
de la poesía de Los hermosos animales.
____________
Texto introductorio al libro Los hermosos animales, Ediciones Papeles Privados, México, D.F. 1999
Carlos Illescas, Poeta.
El 9 de mayo de 1918 nació Carlos Illescas en Guatemala, país que como México,
tiene un mismo pasado ancestral porque ambos surgieron de las mismas aguas y de las mismas
piedras que conformaron la raíz y la naturaleza de estas extraordinarias tierras nuestras.
El asunto de nuestras tierras es común así como su desarrollo histórico.
Pero antes de hacer alguna otra referencia sobre el oficio y la importancia de Carlos Illescas
—que es altísima— quiero asentar lo siguiente: don Carlos Illescas no solamente es un digno
representante de la rica tradición literaria y cultural guatemalteca, sino de América.
De toda la América que los poetas e intelectuales de este siglo han formado culturalmente
y han sido sus verdaderos relatores. Por ello es urgente que se le lea más. Que se reconozca el valor literario
de su obra y su función como divulgador y maestro de la cultura que Latinoamérica ha dado al mundo.
Que se difunda su obra sin cortapisas y se le homenajee públicamente —en más reconocimientos
que como el de hoy que promueve la UNAM en esta Feria Internacional del Libro en el Palacio de Minería—,
para que se sepa y de diga en voz alta, en voz altísima, el estrato estético e inspirado de su espléndida
poesía, la que personalmente coloco, por su alto lirismo, al lado de la de Pablo Neruda, Jorge Luis Borges,
Ernesto Cardenal, Jaime Sabines, Octavio Paz o del preclaro Rubén Bonifaz Nuño; entre otros grandes maestros
de la poesía de nuestro tiempo y gloria de América en el siglo XX.
Carlos Illescas es el creador de una original vena poética que podemos llamar, sin pretender encasillar
su talento y su libertad de creador, poesía del ingenio de la inteligencia y de la pasión amorosa.
En ambas vertientes establece su plataforma literaria a través de una aguda visión de la realidad del mundo;
y amalgama ambos órdenes, como dos motores paralelos, hélices de roble de viejo molino: el ingenio y la pasión,
porque es deber del poeta y en ello reside su profundidad y su fuerza, en saber medir los sucesos
y alternar la vida cotidiana, con su violencia y su vulgaridad, con la vida íntima en términos
de reflexión filosófica y meditación poética.
De ahí la altiva misión compendiadora y salvadora del poeta que nos da pie para celebrar
ese don universal que cultiva y promueve Carlos Illescas, un guatemalteco perdido en el enjambre tortuoso
y esplendente también, de la Ciudad de México. Creador que cree y forja, como el mítico Hefestos,
la palabra de la poesía en yunque de acero, dotación para la salvación de los huesos diarios
y para la delectación del espíritu.
Hombre de mayor generosidad y sencillez que nunca ha cometido el pecado de estar delirando
entre las estratosferas de la soberbia, en el absurdo de la vacuidad, y no se asemeja,
ni por un segundo, a los prepotentes de esa clase intelectual, moribunda y desesperada,
por su falta de autocrítica y juicio, llenando toneles con la basura de falsas "creaciones" estéticas
y sociales.
Por ello recordemos que Carlos Illescas se ha forma en letras clásicas y letras españolas
de todos los tiempos. Esto es importante saberlo. Sabe unir, sin quitar la esencia y el valor de cada concepto,
lo popular y lo clásico. Sabe del significado profundo de las culturas y fábulas indígenas,
amén de otras materias doctas y profanas, en las que él se especializa, ya que toda manifestación humana
es curiosidad y alimento del poeta, porque implican el conocimiento del hombre
que lleva a cuentas su primera y última verdad.
Carlos Illescas afirma que el arte es un asunto de los hombres. De todos los hombres, sí;
con cuya pureza y genio se fortalece y se recrea el lujo de la imaginación, porque el arte es condición no condicionada.
El maestro Carlos Illescas cumple con su palabra el milagro abarcador del habla.
Nos surte de vitalidad y vida frescas. Nos recuerda los males de la oprobiosa falta de honestidad
creadora y nos deja oír, en sus discursos, sobre el rencor y la mala voluntad del hombre mediano,
que nos arranca voluntades sencillas de alma. Con Carlos Illescas todavía podemos acceder y vislumbrar
el giro armonioso de un ángel y el dramático, escatológico y humillante “cómodo” de un hospital en el goteo de la muerte.
En su poesía todavía encontramos la lámpara que extravió Aladino en el zoco, o cuando menos una babucha,
si bien maltrecha, con uso legítimo aún de paso orgulloso. Y todas las argucias —legítimas--
que nos permiten estar al lado de una mujer luminosa cuya memoria no se ha perdido,
aunque luego en astillas sea reencontrada en las llagas del mar de los Sargazos, sobre la esperanza de playas
relamidas por la eterna lubricidad de la sal.
Eso nos da este poeta, nos lo regala, porque nos falta hoy en día.
En esta época de fragilidades y abismos nos da la poesía como un auto de fe en el hombre
y su destino a través de la palabra escrita y cantada, porque Carlos Illescas, recordémoslo, es un juglar.
Acepto esta mano que me extiende la poesía de Carlos Illescas y creo que la aceptamos todos,
ya que somos, o así me considero cuando menos yo, lego de su sabiduría y de su gracia.
Porque estamos ávidos de la sustancia del alma, agradecemos su deferencia para con nuestros
pobres pasos que quieren alcanzar la primera huella que el hombre dejó sobre la tierra
porque su poesía es un claro testimonio de ello: la ruta del hombre de la llama,
del verdadero poder que da la inteligencia y el conocimiento cómplices de la alegría,
hombre que entre los hombre detesta, por principio, la miseria de “los comedores de papas”,
aquellos que Van Gogh retrató en esa penumbra innoble y que el pintor mexicano Gilberto Aceves Navarro,
dejé plasmados en doce guaches extraordinarios a esos "comedores", homenajes al maestro holandés.
***
Haré muy brevemente un poco de historia. En 1944 Carlos Illescas llega a México desde Guatemala
formando parte de la misión diplomática de su país. En esos años era presidente de nuestro vecino país
del sur el honorable y culto presidente Juan José Arévalo Bermejo, cuya obra de cabecera era el libro
De lo eterno en el hombre del filósofo y humanista alemán Max Scheller.
Ello es importante porque vincula, de una manera precisa con la cultura y el pensamiento libre,
a Carlos Illescas, ya que Arévalo Bermejo, presidente constitucional de Guatemala fue elegido democráticamente
por el pueblo guatemalteco de ese entonces. Este notable político sustentaba la tesis “de la filosofía desde la presidencia”;
es decir, la cultura y el desarrollo de las artes y el pensamiento ejercido como una propuesta de avanzada
social, de amplias miras vindicativas, desde el poder político.
Y efectivamente, en Guatemala se hablaba, entre la gente común y corriente, en el campo
y en las zonas semiurbanas y urbanas, entre los funcionarios públicos, en las universidades
y escuelas públicas, sobre los filósofos y pensadores universales, desde la Antigüedad clásica hasta nuestra era.
No era nunca extraño, en ese entonces, de lujo espiritual y moral, oír mencionar a Sócrates y Platón o a Cervantes o a Quevedo
o a Nietzsche y a Hegel. Sin duda era algo verdaderamente insólito para un país de la América Central,
países por antonomasia, como el nuestro, atrasados y sin desarrollo en los campos de la economía, la industria,
la política y las reformas político-sociales, por los cercos impuestos y obligados, por los regímenes criminales
de la ambición imperialista que aún hoy prevalecen en nuestras tierras.
Guatemala era, naturalmente, admiración del mundo entero, y en Latinoamérica se erguía
como un país ejemplar, de libertades, de propuestas de universalidad y de concordia y por supuesto de alta cultura.
Pero el destino con nuestros países es cruel. En 1954, el primero de los “gorilatos” latinoamericanos se impone
con las armas y la muerte, y la democracia guatemalteca se ve suplantada por un régimen militar siniestro,
terminando con esa maravillosa utopía entre la política, la filosofía y la cultura, que hacen, cuando se hermanan,
al hombre libre.
Este suceso, de extraordinarias consecuencias se hizo frecuente y común en América Latina e impidió
la continuidad del desarrollo cultural de Guatemala que termina en el año de 1954, cuando está al frente de la presidencia
otro gran estadista y hombre de cultura: don Jacobo Árbenz, escritor e intelectual distinguido,
a quien no toleraron las tres devastadoras potencias: la oligarquía y los militares de ese maravilloso país
de Centro América, asesorados, impulsados y financiados por la apocalíptica transnacional
United Fruit propiedad de los hombres de negocios de los Estados Unidos, con el aval de ese gobierno capitalista
y ideología sustentada en la rapiña.
Entre otro de los “pecados” del presidente Jacobo Árbenz, fue que había puesto en práctica una
plataforma de disertación social, un foro de diálogo sobre los grandes problemas sociales de Guatemala,
donde por supuesto, se incluían de manera relevante los asuntos de las comunidades indígenas y de la sociedad en su totalidad.
Estamos hablando de asuntos actuales y cruciales que se debatieron sobre la base de la idea de un país americano
democrático y de avanzada. Ese experimento social se pospuso a través del escarmiento y la masacre instituida,
durante 40 años.
Es hasta hoy, en nuestros días, cuando a instancias de un esfuerzo enorme y concertado de la sociedad
guatemalteca que se restaura la democracia a manos del propio pueblo, por exigencia natural
y vigorosa y por la alta capacidad y la visión de gran estadista de su actual gobierno que encabeza
el presidente Arzú.
En esas circunstancias adversas México ganó, frente a la desdicha de Guatemala, a Carlos Illescas,
quien se asila y desarrolla una labor de gran importancia para las letras de nuestro país y la cultura en general.
El maestro Illescas ha sido un magnífico profesor, un notable periodista de la cultura; creador de varias series
radiofónicas para la Universidad Nacional Autónoma de México, y autor muchos de libros de poemas y cuentos.
Desde nuestro país ha enriquecido la ya vasta la tradición de la literatura latinoamericana y de lengua española
siendo hoy, honra y prestigio de su Guatemala natal, donde han nacido excepcionales escritores y artistas.
Bástenos mencionar, en este siglo, a Miguel Angel Asturias, Premio Nobel de Literatura.
A Enrique Gómez Carrillo, cuya vida real y vida literaria transcurren entre Guatemala y París,
a través la aventura de la inteligencia y de la fantasía. A Carlos Weil, a César Brañas, autor de una bella y sinfónica
elegía titulada Viento Negro; a Enrique Muñoz Meani; a Mario Monteforte Toledo, de la generación equivalente a
nuestros estridentistas; a Rafael Arévalo Martínez, autor de una fascinante novela sobre el poeta Porfirio Barba-Jacob titulada
El hombre que parecía caballo. No olvidamos al también excepcional poeta a Otto-Raúl González,
verdaderamente extraordinario, quien vive en México, entre nosotros al igual que Tito Monterroso,
grande prosista y espíritu dotado de un ingenio de alta velocidad, quien une la ironía y la mordacidad atemperadas
por la sorpresa, la finura y el talento narrativo. Y por razones de identificación universal
con todos estos grandes de Guatemala, menciono al último a Luis Cardoza y Aragón, quien vivió también
exilado en nuestro país y murió hace aproximadamente tres años, dejando una vasta e importante obra poética y crítica.
Escritor latinoamericano, surrealista y socialista comprometido; apasionado por la historia y por la historia del arte,
y templado en la convicción de la libertad del hombre. Luis Cardoza y Aragón, lo cuenta el maestro Illescas,
fue mentor, amigo y maestro de muchos mexicanos, latinoamericanos y europeos y, por supuesto, de una generación
de insignes guatemaltecos; escritor de estatura universal como la que ostenta Carlos Illescas.
Carlos Illescas se alza, con absoluto natural, como uno de nuestros grandes poetas de América Latina.
Clásico del siglo XX y de nuestra América mestiza. Autor de un verso templado, el cual somete
al crisol del más arduo y exigente rigor formal, sin olvidar el libre albedrío de su temperamento,
para que el lenguaje nunca pierda la emoción que exige el Arte Mayor de escribir poemas.
Cada texto poético de Carlos Illescas es un acto triunfal. Su poema es una estructura lingüística,
síntesis de un hablar personal. Esto es lo que los eruditos llaman estilo que no es otra cosa
que capacidad de “interlocución”. Porque un poema, como cualquier otra obra salida de las manos
del hombre de talento, lo que pretende es comunicar, expresar su yo personal y compartirlo con muchos,
con todos aquellos que todavía creen.
Carlos Illescas se llama a sí mismo discípulo de muchos maestros, vivos y muertos.
Pero él es en verdad es un autodidacta de mago y tiene en sus manos las llaves de la espontaneidad
y perfección de la llama de su don poético.
La pagana rutina de los tiempos se prepara para ganar su lugar en el tamiz de su imaginación,
incluida la llaga del subsuelo. Al poeta Illescas le duele la erosión de la injusticia y de los menguados
y fatuos estadios del espíritu. Por ello su poesía es crítica, desde el amor hasta el humor blanco y negro.
Cimiento desde la música de las palabras y paisaje que reivindica nuestro mundo agotado,
desde la celebración de la belleza universal del principio y del fin. Su reino es el de las necesarias libertades
sociales que hacemos los hombres y las mujeres, aun en la desgastada armonía de la convivencia en el bien.
Carlos Illescas es el poeta que a través de la mujer crea poemas “modiglianis” y prerrafaelistas
con hojas de guayaba y de plátano, dora a la luz del sol antillano desnudas esfinges aludidas
y alucinadas de verdad. Recordemos nuevamente que Carlos Illescas es un latinoamericano
que acusa claras fisonomías universales. Pero en el caso de la mujer, asunto que tratábamos, el poeta la retrata,
crea su espejo de oriflamas y cohetes multicolores porque el poeta la retrata, crea su espejo de oriflamas y cohetes
multicolores porque simplemente ama a la mujer y la ve a través del prisma del encantamiento. Versos que
son el cuerpo sensual y la recia carnalidad del erotismo, a la que hay que invocar a través de una oración de
promesas ciertas en un cosmos insólito, como es la mujer y sus misterios.
A las horas en que nos sacuden los desarreglos donde los hombres pasamos a veces las penumbras
y los ocasos sin mañana, su poema abre un diálogo entre los hombres, elocuente,
de matices muy personales pero por ello de largo alcance, donde no exactamente pensamos en la salvación
sino en la risa, en la burla que toca vida y muerte a deshoras y teje sus guirnaldas a las temblorosas
estatuas de los bosques que salen con sus túnicas albas y melancólicas a gemir por su Narciso ahogado.
El poeta tiene ochenta años de llenar el mundo de poemas, de versos de originales, valientes y pasionarios.
A los ochenta años, el poeta Carlos Illescas preserva la juventud y la mezcla con una palabra clave: Beatriz,
que reúne la perfección del nombre del amor, y quien se desdoble en Helena y se emparienta,
entre bestezuelas perdidas y fabulosas; en la prefigura la Eva de la costilla paradisíaca y la manzana escandalosa
como nos la deja ver Masaccio en sus frescos.
Carlos Illescas siempre es joven porque recobra un Edén al que le han cantado todos los poetas,
antiguos y modernos, y con el que soñamos todos los hombres, cuando a veces somos sensatos.
O cuando somos, a veces un poco menos locos y menos enfermos de sociedad.
Por ello exhorto en este momento que una editorial de prestigio, con un gran sistema de distribución
como el Fondo de Cultura Económica, por ejemplo, o Siglo XXI, u otra, con verdadera visión, que conjunte y edite
su obra poética, y nos dé, en un noble volumen, los trabajos y los días de uno de nuestros mayores poetas de este siglo
de lengua española, para riqueza y ejemplo de la tradición literaria de América Latina. Basta de minimizar el verdadero talento
y de editar obras oscuras, falaces, melifluas, inútiles; antologías de poetastros, seres menores, frente a esta enorme tentativa
de la pasión por la vocación humana y poética que ha creado Carlos Illestes durante 60 o más años. Los lectores de hoy
y del futuro, mediato e inmediato, lo agradecerán con creces.
***
Para finalizar, debo agradecer a Carlos Illescas haber depositado en mis manos de editor
su último libro titulado Tus ángeles. Tus ángeles es un “Arte de amar” y el “Arte poética” de Carlos Illescas,
a un mismo tiempo. Un homenaje al amor y a la mujer de carne y hueso pero también una culta y
degustada referencia al poeta Ovidio, y a Garcilaso trasunto de Nemoroso, y al amor dantesco de una Beatriz,
corpórea y escrupulosa, negligente y desdeñosa, pero de tan soñada, real como todo amor verdadero.
El tema de los ángeles en la poesía de Carlos Illescas es antiguo. Toda esta "angeología" huele a veces a
chamusquina, deja pisadas difuminadas y forma aires aderezados con voz de una Renata Tebaldi rediviva.
Por ello en todos estos textos reconocemos las huellas de las alas, plumas perdidas por aquí y por allá
pasan frente a nuestros ojos y nuestras narices, manos de ángeles disolutos y ebrios, lujuriosas y frontales.
En otros libros Carlos Illescas cita a varias categorías angélicas, por ello en tema en su obra no es nuevo.
Es nuevo el tratamiento y las nuevas personalidades que van apareciendo como si bajaran
de una nube de polvo de estalactitas luminosas. La delectación por el ángel es histórica, bíblica
y llega a ser terreno supremo del Medioevo y refinamiento del Renacimiento.
Sin embargo, Carlos Illescas nada tiene que ver con una moda “pachucona” y procaz, torpe y vacua:
Illescas está comprometido con la ubicuidad del hombre, con su estatura de ángel del mal y del bien,
dentro de su mundo tan real como literario. Y sopesado a través de su gusto por la cultura, del refinamiento
(que es fuego de la sensibilidad), nos da el dato inmediato y referencia de lo cotidiano sublimado;
nos jala las tarlatanas del corazón, nos estruja el seso y los ojos como ajos. Y para que no se nos escape
de las manos la verdad de los hechos, el poeta los moldea y los lleva a la categoría de la inminencia,
sobre las alas de sus Ángeles… Este hermoso libro, para sintetizar, es una teoría de los vestigios;
atalaya de una mística personal del apetito que vaga entre vapores espirituales y carnales en un supremo suspiro.
Tus ángeles se ubica en la recámara del juego de las emociones, pasa a la sala de la inteligencia y en un canto a puerta abierta,
sintetiza la altura entre las volutas que desprenden las virtudes eróticas de los amantes,
entre jugueteos de plumas y de llamas.
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Texto leído en la presentación del libro Tus ángeles, Ediciones Papeles Privados, México, D.F. 1997, en el Museo Mural Diego Rivera, el 14 de julio de 1998.
Elvia de Angelis: el tiempo de la brevedad
Sucede a menudo que algunos escritores produzcan una obra breve.
Los casos son muchos. Y los resultados son obras perdurables. Y sabemos también
que un auténtico escritor no necesita publicar un libro por año. Otros sí, y
también pueden ser grandes obras. No hay una regla que exija ser prolífico
o mesurado. Yo creo que la obra que hasta la fecha ha escrito Elvia de Angelis es una obra
que pondera la inteligencia y la mesura aunadas al talento.
Si vemos su trabajo con respecto de su traducción de La poesía completa de Cesare Pavese,
trabajo elaborado con el placer del literato, que le tomó alrededor de cinco años realizarlo,
nos percatamos de que es una labor monumental que aquilata a la traductora con el creador original de
esa soberbia obra que es la poesía de Pavese.
Traducir es crear. Es darle a la lengua del traductor una nueva riqueza, como es en este caso
la obra de Pavese trasvasada al español por la pluma de Elvia de Angelis.
Aquí vale la pena hacer hincapié en que la escritora es bilingüe; esa cualidad le da a su versión
de la obra del poeta piamontés plena coherencia, al superar sustancialmente el desafío
que es el verter poesía de una lengua a otra. Y a nosotros, sus lectores, la calidad y los parámetros
para adentrarnos en nuestra lengua, a ese gigante que es Cesare Pavese, con la absoluta seguridad
de que estamos, a través de una ventana fiel, mirando el mundo de un poeta italiano del siglo XX,
que celebra la ternura y el amor a través de su poesía lírica y narrativa.
Los libros de poesía de Elvia de Angelis no son más de diez. Si nos referimos a su primer libro
de poesía publicado: Nostalgia de la muerte, de 1982, el libro que compila sus Aforismos,
de 2012, y el ensayo en español La imagen humana, 2013, que incluye el libro de Cesare Pavese
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, libro bilingüe, compartimos los valores, los sentimientos y la pasión
de una escritora completa que, con una absoluta adhesión a la profesión literaria
y a la exaltación poética, aplica un compromiso fiel para crear por medio del arte de la palabra
escrita, su obra literaria.
La convicción creadora de Elvia de Angelis se sustrae a lo ideológico o a lo puramente afectivo
como cualidad unívoca de su escritura. Pero hay rastros de sinceridad profesada en su poesía
y ambos conceptos se suman a su desafío de poeta, con la mayor conciencia y humildad,
y sin ambivalencias, a través del fascinante mundo de la escritura como invención y visión,
y celebración del mundo y por ende, de la vida.
Temblor, delirio, son los ejes que generan su obra. Una obra abierta, con la única obsesión
por la armonía entretejida en el poema o en la prosa, y sobre todo por su afán por compartir su literatura
con el lector, con decoro, convencida de que su creación aborda el sentido físico y sensual de la vida
misma, su drama y la belleza que no disfraza su misterio.
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Apunte para un ensayo sobre la obra poética y de traducción de la escritora Elvia de Angelis.
Cita en Tumbes con Maqroll el Gaviero
… Aprender, sobre todo, a desconfiar de la memoria. Lo que creemos recordar es por completo ajeno
y diferente a lo que en verdad sucedió.
Álvaro Mutis
Las dos conferencias que Álvaro Mutis dictó en febrero del año de 1965 en la Casa del Lago,
hoy Casa del Lago “Juan José Arreola” de la UNAM, y que posteriormente publicó Jaime García Terrés
en la Revista de la Universidad de México en ese año, Mutis las incluyó posteriormente en el volumen titulado La muerte del estratega editado por el Fondo de Cultura Económica. Ambas son relevantes; pero la que tituló “La desesperanza” me parece de una materia más acuciosa que la otra, en cierta medida, como más adelante explicaré. La precede un epígrafe tomado de la novela La condición humana de André Malraux. En esa conferencia y también en la otra, titulada “¿Quién es Barnabooth?”, refiriéndose a Valery Larbaud, nos adentramos a las preocupaciones humanas y estéticas que más inquietaron al poeta durante toda su vida y a través las cuales nos da a conocer la connotación más profunda de su obra literaria, pistas que se difuminan como una tinta indeleble, en su poesía y en la prosa que escribiera años después donde encontramos rasgos, incluso, de aquella poesía inaugural del libro La balanza, de 1948, que inicia a Álvaro Mutis en la literatura a la edad de 25 años.
El poeta y también ensayista colombiano, Juan Gustavo Cobo Borda, en su libro dedicado al estudio de las figuras de Silva, Arciniegas, Mutis y García Márquez, Presidencia de la República de Colombia, 1997, nos ofrece un amplio mosaico, claro, pormenorizado de cada uno de estos grandes escritores colombianos. Ya con anterioridad, en la revista Eco primero, y en la poesía completa de Álvaro Mutis: Summa de Maqroll el Gaviero, Poesía 1948-1970, Barral Editores, 1973, incluyó ese excelente texto que sirvió como prólogo al libro mencionado, y que en su momento nos permitió tener una mayor cercanía con uno de los mayores poetas de Colombia del siglo XX.
En el libro que agrupa esos cuatro exhaustivos ensayos arriba citados, Juan Gustavo, en el caso específico del de Álvaro Mutis, teje un brillante texto dando a conocer las entretelas de la obra del poeta y nos proporciona referentes esenciales de las vicisitudes en las que se vio envuelto su personaje-espejo, alter ego o sosias: Maqroll el Gaviero, en su poesía y en su prosa, a la manera “clásica” de un Joseph Conrad, uno de sus más admirados y queridos autores.
Cobo Borda escribió, sin duda, el ensayo más relevante sobre la obra de Álvaro Mutis. (Sin menoscabo de otros espléndidos textos escritos por otros ensayistas relevantes). El mencionado ensayo, ordenado, pulcro, concluye, después de un poco más de cien páginas —analizando poemas, entrevistas, citas, novela tras novela, relatos, obras ubicadas en la época en la que fueron creadas— el trabajo del Álvaro Mutis. Y concluye con una entrevista reveladora del pensamiento y de la relación intelectual del poeta con el mundo, que Cobo Borda titula “Charlas con Álvaro Mutis”, y donde el escritor, generoso y honesto, nos revela sus gustos, sus influencias, sus lecturas, sus pasiones y preferencias literarias, sus manías estéticas e históricas, sus anhelos incumplidos, sus aberraciones, su postura, digamos política, o mejor, su postura como ser humano en un mundo deshumanizado. Habla de sus “fantasmas y demonios”, como el propio escritor refiere cuando menciona la música: “una segunda sangre que [me] circulara. No puedo vivir sin ella (…) sigo teniendo mis eternos, fidelísimos compositores: Bartok, Heandel, Mozart, Schubert, Schumann… ”.
Cobo Bordo nos ubica en las coordenadas poéticas que llevaron al poeta a crear, en 1953, a Maqroll el Gaviero. Aparece por primera vez en libro-poema Los elementos del desastre, y nos deje el mapa y las huellas de las andanzas de Maqroll, o como el mismo poeta refiere su: “desastrada errancia”, aunados a una incesante búsqueda de su ubicuidad espiritual y moral, sus vagabundeos, sus negocios turbios, huidas, luchas, muertes, charlas en la selva, invenciones, locura en el trópico caliente de Suramérica. Más una completa bibliografía del escritor, amén de una serie de referencias a escritores y poetas mexicanos como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, Jorge Ruiz Dueñas —a quien dedica su novela Un bel morir— a Ignacio Solares, su lector y amigo de siempre, entre otros más, y cita a más escritores de gran talento como el español Luis Buñuel, Pablo Neruda, Enrique Molina y a los colombianos Eduardo García Aguilar, y el amigo más querido de toda su vida: Gabriel García Márquez. No olvida a sus maestros más queridos, al poeta colombiano Eduardo Carranza y al alemán Ernesto Volkening (radicado en Colombia desde 1934) a quien dedica su primera novela: La nieve del Almirante, y a autores de muchas otras partes del mundo, que escribieron sobre el poeta ensayos, reseñas y artículos.
Álvaro Mutis escribió siete novelas, más narraciones y ensayos. Hizo varias antologías de sus obras, y en todos sus escritos, la figura del poeta nos revela su potencial como hombre de letras, que sin ser erudito, es, sin alardes y naturalmente por pasión y vocación, un gran conocedor de la literatura universal, del arte, de la historia y de los pueblos y hombres que cita. Esto nos llevan a relacionarlo con Saint-John Perse, el gran poeta y diplomático francés—a quien admiraba grandemente—, traducido al español por su paisano y amigo Jorge Zalamea, entre otros espléndidos traductores.
Probablemente sin este texto de Juan Gustavo, lúcido y documentado desde 1948 a 1997, algunos vacíos nos quedarían de la obra de Mutis —zonas por descubrir, pasajes que dejaríamos de lado o que serían desapercibidos sin intención—, del inolvidable poeta colombiano, que nunca dejó de serlo, pero que en México, los mexicanos lo hicimos nuestro, por tres razones fundamentales, creo yo, entre otras: se arraigó —huyendo de Bogotá— en la ciudad de México en 1956 hasta su muerte hace poco acaecida. Es decir, vivió entre nosotros casi 60 años. Se enamoró de Carmen Miracle Feliú y se casó con ella en 1966. Y casi toda su obra la escribió en nuestro país, donde hizo miles de lectores-admiradores y amigos, para quienes el poeta fue un hombre entrañable. En el primer supuesto, Álvaro Mutis llega a México para exiliarse, perseguido por una demanda de malversación de fondos por la empresa petrolera norteamericana ESSO (la famosa y nefasta Standard Oil), donde trabajaba en el departamento de relaciones públicas. Dineros que usó, con natural desparpajo y bonhomía, para apoyar a sus amigos artistas en Bogotá. Ya en México, por un acuerdo entre Colombia y México —una exigencia cruel y radical de las leyes internaciones entre naciones— es apresado y pasa 15 meses en el histórico “Palacio Negro” de Lecumberri. Los pormenores de esta historia, sus detalles, los personajes —más que folclóricos—, siniestros, avaros, truculentos, asesinos, locos, hombres con gracia y desgracia, con quienes obligadamente convive, seres no ficticios, están descritos por el poeta en su Diario de Lecumberri, que no pocas risas nos arranca y también dolor, y del cual han salido muchas ediciones. Es este un texto revelador del espíritu, la sagacidad intelectual y también de la alta sensibilidad de Álvaro Mutis que supo vivir con seres altamente “difíciles”. Pero algo realmente fundamental, como él mismo lo explicita: en Lecumberri se le revela su ser como prosista, su vocación de novelista, de relator. En su libro La muerte del estratega, FCE, 1988, está incluido este Diario, con otros textos, también reveladores del arte del escritor. Al respecto, sobre la narración que da título al libro, La muerte del estratega, Borges se expresó así: “… fue uno de los relatos más hermosos que he leído en mi vida”.
Maqroll el Gaviaro es un hombre sin destino, o con muchos destinos. Maqroll son muchos personajes cuyas travesías lo llevan a conocer a un sinnúmero de personajes que son sus interlocutores. Otras veces, por boca de Maqroll, Álvaro Mutis deja aparecer una serie de personajes que hicieron la historia: escritores, creadores de dinastías, duques, príncipes, curas, hombre de toda laya y estirpe; seres sin linaje arrastrando sus bártulos de playa en playa, atravesando “ríos lentos, lodosos … selvas enanas, desnudas zarzas, vastos esteros grises donde danzan las nubes de mosquitos en soñoliento zig-zag … gentes famélicas [en] una marea de la fiebre palúdica que lima y desmorona todo vigor, toda energía posible”. Seres que traspasan, con penurias y desesperanzados, la vida, de selva en selva “en el trópico infernal (…) donde la desesperanza logra la más pura, la más rica, la más absoluta expresión de su desolada materia.” Y hablando con soltura y con un vaso de cachaza en la mano, de la vida y de la muerte, de sus aventuras reales o ficticias, en una enfermiza desolación, no es una contradicción que de pronto Maqroll encuentra la muerte, y de pronto, un personaje con quien de pronto se topa le pregunte ¿no estaba usted ya muerto?
La conferencia mencionada líneas arriba, es reveladora de lo que va a ser la tesis más elocuente en las novelas de Álvaro Mutis: la desesperanza. La cita aludida incluye un largo párrafo de Pierre Drieu la Rochelle, traducido por el propio Mutis, que es un texto desolado, que carcome, hecho con palabras angustiadas que descubren las flaquezas humanas y los “desechos desfigurados” del hombre que jala un “zurrón de mendigo (…) un trozo de puñal y una moneda de oro de algún reino desdeñado por los exploradores”. Es el retrato contundente del acabamiento del ser, que nos trae a la memoria, además de las novelas sin transigencia y también abrumadoras de André Malraux, que son “la más inteligente, la más lúcida autopsia de la desesperanza” —dice el poeta—: la Saison en enfer de Rimbaud (Mutis la cita), y uno de los primeros libros del genio de Giovanni Papini: Hombre acabado. Y muchos escritores más que podrían añadirse a esta lista, autores que no dan tregua, como Emil M. Cioran o Fernando Pessoa, por ejemplo: se llenarían muchas páginas.
Ahora bien. Cité esas conferencias de 1965 porque nos iluminan para entender muchos rincones que pudieran parecer oscuros en esas novelas y narraciones que no son libros de aventuras o cuentos para niños. Su poesía, en este sentido, pudiéramos decir que es más “clara”, porque en su discurso poético está esclarecido el verdadero pensamiento y sentimiento de Álvaro Mutis sobre la vida y su vida, que es asunto compartido con todos nosotros. Y la saga de Maqroll el Gaviero no deja de ser una relación de hechos subsumidos en la desolación, la pereza, el exhibicionismo de la flaqueza y la renuncia. ¿Por qué renuncia? Se renuncia a la vida y se vive, aunque no haya propósito. No sabemos si es un castigo de los dioses o una naturelle survivance. Esa es la clave de fondo que los personajes de la obra de Álvaro Mutis, en voz del mismo escritor o de su doble: Maqroll el Gaviero, nos dejan.
Sin embargo, estoy de acuerdo con el ensayo de Juan Gustavo Cobo Borda en que ciertos pasajes, escenas, parlamentos, diálogos de los personajes, de ese ciclo de novelas, están sin concluir: nos dejan en un estado de tensión y ansiedad, en una especie de vacío, en una nebulosa, porque no sabemos qué sucedió, cuál fue la conclusión o el resultado de esas ideas que en boca de cientos de personajes que transitan ese trópico picante, misterioso, gangrenado, las más de las veces aterrador, las narraciones de Álvaro Mutis se difuminan, y hay fragmentos que solamente el autor o un lector inventivo, puede concluir o entender, o como es el caso de Juan Gustavo: evidenciar sin menoscabo.
Nunca hubo épocas fáciles. Y hoy continúan las guerras y el dolor humanos. Deseos y odio por el poder y por el oro. Alguien se pone los andrajos del derviche y otros la toga bordada. Es un disfraz: andan por la calle; son Caín en busca de Abel. Ese es el verdadero ténébreuse affair de la historia del mundo y de las obras de Álvaro Mutis. Veamos cómo en su escritura toma sentido esta idea, y como, con su poesía, sus novelas, relatos y en sus ensayos, adquiere dimensión concreta y literaria, la desesperanza en nuestro demencial mundo, porque, como dice Ezra Pound, el poeta es la antena de la especie, y Álvaro Mutis fue un alerta receptor.
Con esta obra, si bien la leemos y “miramos”, soportando el trópico que surge lentamente, violento y aniquilador, Álvaro Mutis se eleva a las cimas del arte de la escritura en lengua española, y en la América Hispánica abre el compás y traza los pasos de Maqroll el Gaviero, que nadie sabe si vive aún o está noblemente muerto.
Bajo la noche de Tumbes
-A los 85 años del poeta-
Por lo que eres ahora para mí.
Por lo que serás en el desorden de la muerte.
Por eso te guardo a mi lado
como la sombra de una ilusoria esperanza.
Álvaro Mutis
Pasada la media noche, el Gaviero atraviesa ciénagas.
Por el lado del mangle, una ráfaga de viento levanta palmas caídas
y otros hierbajos que dejan al descubierto al majestuoso caimán
en su exilio de muerte.
Chapotean pequeños peces, las nutrias tiemblan al oír pasos,
y perros concheros husmean agazapados con su enjambre de fauces.
Su única explicación a esta soledad, se dice Maqroll,
es la mala racha de Tumbes, porque aquí hubo todo
y ahora todo está acabado: nadie mitigó sus excesos.
Fue el paraíso alguna vez, ya hace mucho, y el hombre…
Es el hombre, muchacha, el hombre que una vez que se iluminó,
se dejó en sus largos pensamientos atrapar por las madejas del ocio
y el odio ritual que no es otra cosa que el hastío y el miedo a la muerte.
Hasta aquí he llegado hoy.
Y el sueño, aquel vencido de otros años, hoy ha ganado.
Pero antes tengo que decirte la verdad, muchacha de pelo suelto,
de ojos negros, de muslos torneados con el ceremonial de la juventud,
implorantes y seductores: fue el hombre que sobre la sacra presencia
del trópico buscó la calavera y el amuleto desventurado y falso,
alardeando con el chasquido del machete y la pólvora prostituta del crimen.
No sé qué hago hoy aquí, dulce muchacha, tal vez estoy dormido
y te he soñado bajo la noche de Tumbes
—abraza a mí, pendiente de mí, amada por mí--
al borde de la caleta, entre ceibas y el perfume que nos da la noche generosa.
Pero todo se acabó.
Mi fascinación fue sólo un deseo y mi astuto pasado no pudo vencer el sueño.
Y muero en Tumbes con su mala racha, que alguna vez fue suntuosa.
Álvaro Mutis nació el 25 de agosto de 1923 en Bogotá, Colombia y el 22 de septiembre de 2013 murió en la Ciudad de México, a los 90 años.
… Aprender, sobre todo, a desconfiar de la memoria. Lo que creemos recordar es por completo ajeno
y diferente a lo que en verdad sucedió.
Álvaro Mutis
Las dos conferencias que Álvaro Mutis dictó en febrero del año de 1965 en la Casa del Lago,
hoy Casa del Lago “Juan José Arreola” de la UNAM, y que posteriormente publicó Jaime García Terrés
en la Revista de la Universidad de México en ese año, Mutis las incluyó posteriormente en el volumen titulado La muerte del estratega editado por el Fondo de Cultura Económica. Ambas son relevantes; pero la que tituló “La desesperanza” me parece de una materia más acuciosa que la otra, en cierta medida, como más adelante explicaré. La precede un epígrafe tomado de la novela La condición humana de André Malraux. En esa conferencia y también en la otra, titulada “¿Quién es Barnabooth?”, refiriéndose a Valery Larbaud, nos adentramos a las preocupaciones humanas y estéticas que más inquietaron al poeta durante toda su vida y a través las cuales nos da a conocer la connotación más profunda de su obra literaria, pistas que se difuminan como una tinta indeleble, en su poesía y en la prosa que escribiera años después donde encontramos rasgos, incluso, de aquella poesía inaugural del libro La balanza, de 1948, que inicia a Álvaro Mutis en la literatura a la edad de 25 años.
El poeta y también ensayista colombiano, Juan Gustavo Cobo Borda, en su libro dedicado al estudio de las figuras de Silva, Arciniegas, Mutis y García Márquez, Presidencia de la República de Colombia, 1997, nos ofrece un amplio mosaico, claro, pormenorizado de cada uno de estos grandes escritores colombianos. Ya con anterioridad, en la revista Eco primero, y en la poesía completa de Álvaro Mutis: Summa de Maqroll el Gaviero, Poesía 1948-1970, Barral Editores, 1973, incluyó ese excelente texto que sirvió como prólogo al libro mencionado, y que en su momento nos permitió tener una mayor cercanía con uno de los mayores poetas de Colombia del siglo XX.
En el libro que agrupa esos cuatro exhaustivos ensayos arriba citados, Juan Gustavo, en el caso específico del de Álvaro Mutis, teje un brillante texto dando a conocer las entretelas de la obra del poeta y nos proporciona referentes esenciales de las vicisitudes en las que se vio envuelto su personaje-espejo, alter ego o sosias: Maqroll el Gaviero, en su poesía y en su prosa, a la manera “clásica” de un Joseph Conrad, uno de sus más admirados y queridos autores.
Cobo Borda escribió, sin duda, el ensayo más relevante sobre la obra de Álvaro Mutis. (Sin menoscabo de otros espléndidos textos escritos por otros ensayistas relevantes). El mencionado ensayo, ordenado, pulcro, concluye, después de un poco más de cien páginas —analizando poemas, entrevistas, citas, novela tras novela, relatos, obras ubicadas en la época en la que fueron creadas— el trabajo del Álvaro Mutis. Y concluye con una entrevista reveladora del pensamiento y de la relación intelectual del poeta con el mundo, que Cobo Borda titula “Charlas con Álvaro Mutis”, y donde el escritor, generoso y honesto, nos revela sus gustos, sus influencias, sus lecturas, sus pasiones y preferencias literarias, sus manías estéticas e históricas, sus anhelos incumplidos, sus aberraciones, su postura, digamos política, o mejor, su postura como ser humano en un mundo deshumanizado. Habla de sus “fantasmas y demonios”, como el propio escritor refiere cuando menciona la música: “una segunda sangre que [me] circulara. No puedo vivir sin ella (…) sigo teniendo mis eternos, fidelísimos compositores: Bartok, Heandel, Mozart, Schubert, Schumann… ”.
Cobo Bordo nos ubica en las coordenadas poéticas que llevaron al poeta a crear, en 1953, a Maqroll el Gaviero. Aparece por primera vez en libro-poema Los elementos del desastre, y nos deje el mapa y las huellas de las andanzas de Maqroll, o como el mismo poeta refiere su: “desastrada errancia”, aunados a una incesante búsqueda de su ubicuidad espiritual y moral, sus vagabundeos, sus negocios turbios, huidas, luchas, muertes, charlas en la selva, invenciones, locura en el trópico caliente de Suramérica. Más una completa bibliografía del escritor, amén de una serie de referencias a escritores y poetas mexicanos como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, Jorge Ruiz Dueñas —a quien dedica su novela Un bel morir— a Ignacio Solares, su lector y amigo de siempre, entre otros más, y cita a más escritores de gran talento como el español Luis Buñuel, Pablo Neruda, Enrique Molina y a los colombianos Eduardo García Aguilar, y el amigo más querido de toda su vida: Gabriel García Márquez. No olvida a sus maestros más queridos, al poeta colombiano Eduardo Carranza y al alemán Ernesto Volkening (radicado en Colombia desde 1934) a quien dedica su primera novela: La nieve del Almirante, y a autores de muchas otras partes del mundo, que escribieron sobre el poeta ensayos, reseñas y artículos.
Álvaro Mutis escribió siete novelas, más narraciones y ensayos. Hizo varias antologías de sus obras, y en todos sus escritos, la figura del poeta nos revela su potencial como hombre de letras, que sin ser erudito, es, sin alardes y naturalmente por pasión y vocación, un gran conocedor de la literatura universal, del arte, de la historia y de los pueblos y hombres que cita. Esto nos llevan a relacionarlo con Saint-John Perse, el gran poeta y diplomático francés—a quien admiraba grandemente—, traducido al español por su paisano y amigo Jorge Zalamea, entre otros espléndidos traductores.
Probablemente sin este texto de Juan Gustavo, lúcido y documentado desde 1948 a 1997, algunos vacíos nos quedarían de la obra de Mutis —zonas por descubrir, pasajes que dejaríamos de lado o que serían desapercibidos sin intención—, del inolvidable poeta colombiano, que nunca dejó de serlo, pero que en México, los mexicanos lo hicimos nuestro, por tres razones fundamentales, creo yo, entre otras: se arraigó —huyendo de Bogotá— en la ciudad de México en 1956 hasta su muerte hace poco acaecida. Es decir, vivió entre nosotros casi 60 años. Se enamoró de Carmen Miracle Feliú y se casó con ella en 1966. Y casi toda su obra la escribió en nuestro país, donde hizo miles de lectores-admiradores y amigos, para quienes el poeta fue un hombre entrañable. En el primer supuesto, Álvaro Mutis llega a México para exiliarse, perseguido por una demanda de malversación de fondos por la empresa petrolera norteamericana ESSO (la famosa y nefasta Standard Oil), donde trabajaba en el departamento de relaciones públicas. Dineros que usó, con natural desparpajo y bonhomía, para apoyar a sus amigos artistas en Bogotá. Ya en México, por un acuerdo entre Colombia y México —una exigencia cruel y radical de las leyes internaciones entre naciones— es apresado y pasa 15 meses en el histórico “Palacio Negro” de Lecumberri. Los pormenores de esta historia, sus detalles, los personajes —más que folclóricos—, siniestros, avaros, truculentos, asesinos, locos, hombres con gracia y desgracia, con quienes obligadamente convive, seres no ficticios, están descritos por el poeta en su Diario de Lecumberri, que no pocas risas nos arranca y también dolor, y del cual han salido muchas ediciones. Es este un texto revelador del espíritu, la sagacidad intelectual y también de la alta sensibilidad de Álvaro Mutis que supo vivir con seres altamente “difíciles”. Pero algo realmente fundamental, como él mismo lo explicita: en Lecumberri se le revela su ser como prosista, su vocación de novelista, de relator. En su libro La muerte del estratega, FCE, 1988, está incluido este Diario, con otros textos, también reveladores del arte del escritor. Al respecto, sobre la narración que da título al libro, La muerte del estratega, Borges se expresó así: “… fue uno de los relatos más hermosos que he leído en mi vida”.
Maqroll el Gaviaro es un hombre sin destino, o con muchos destinos. Maqroll son muchos personajes cuyas travesías lo llevan a conocer a un sinnúmero de personajes que son sus interlocutores. Otras veces, por boca de Maqroll, Álvaro Mutis deja aparecer una serie de personajes que hicieron la historia: escritores, creadores de dinastías, duques, príncipes, curas, hombre de toda laya y estirpe; seres sin linaje arrastrando sus bártulos de playa en playa, atravesando “ríos lentos, lodosos … selvas enanas, desnudas zarzas, vastos esteros grises donde danzan las nubes de mosquitos en soñoliento zig-zag … gentes famélicas [en] una marea de la fiebre palúdica que lima y desmorona todo vigor, toda energía posible”. Seres que traspasan, con penurias y desesperanzados, la vida, de selva en selva “en el trópico infernal (…) donde la desesperanza logra la más pura, la más rica, la más absoluta expresión de su desolada materia.” Y hablando con soltura y con un vaso de cachaza en la mano, de la vida y de la muerte, de sus aventuras reales o ficticias, en una enfermiza desolación, no es una contradicción que de pronto Maqroll encuentra la muerte, y de pronto, un personaje con quien de pronto se topa le pregunte ¿no estaba usted ya muerto?
La conferencia mencionada líneas arriba, es reveladora de lo que va a ser la tesis más elocuente en las novelas de Álvaro Mutis: la desesperanza. La cita aludida incluye un largo párrafo de Pierre Drieu la Rochelle, traducido por el propio Mutis, que es un texto desolado, que carcome, hecho con palabras angustiadas que descubren las flaquezas humanas y los “desechos desfigurados” del hombre que jala un “zurrón de mendigo (…) un trozo de puñal y una moneda de oro de algún reino desdeñado por los exploradores”. Es el retrato contundente del acabamiento del ser, que nos trae a la memoria, además de las novelas sin transigencia y también abrumadoras de André Malraux, que son “la más inteligente, la más lúcida autopsia de la desesperanza” —dice el poeta—: la Saison en enfer de Rimbaud (Mutis la cita), y uno de los primeros libros del genio de Giovanni Papini: Hombre acabado. Y muchos escritores más que podrían añadirse a esta lista, autores que no dan tregua, como Emil M. Cioran o Fernando Pessoa, por ejemplo: se llenarían muchas páginas.
Ahora bien. Cité esas conferencias de 1965 porque nos iluminan para entender muchos rincones que pudieran parecer oscuros en esas novelas y narraciones que no son libros de aventuras o cuentos para niños. Su poesía, en este sentido, pudiéramos decir que es más “clara”, porque en su discurso poético está esclarecido el verdadero pensamiento y sentimiento de Álvaro Mutis sobre la vida y su vida, que es asunto compartido con todos nosotros. Y la saga de Maqroll el Gaviero no deja de ser una relación de hechos subsumidos en la desolación, la pereza, el exhibicionismo de la flaqueza y la renuncia. ¿Por qué renuncia? Se renuncia a la vida y se vive, aunque no haya propósito. No sabemos si es un castigo de los dioses o una naturelle survivance. Esa es la clave de fondo que los personajes de la obra de Álvaro Mutis, en voz del mismo escritor o de su doble: Maqroll el Gaviero, nos dejan.
Sin embargo, estoy de acuerdo con el ensayo de Juan Gustavo Cobo Borda en que ciertos pasajes, escenas, parlamentos, diálogos de los personajes, de ese ciclo de novelas, están sin concluir: nos dejan en un estado de tensión y ansiedad, en una especie de vacío, en una nebulosa, porque no sabemos qué sucedió, cuál fue la conclusión o el resultado de esas ideas que en boca de cientos de personajes que transitan ese trópico picante, misterioso, gangrenado, las más de las veces aterrador, las narraciones de Álvaro Mutis se difuminan, y hay fragmentos que solamente el autor o un lector inventivo, puede concluir o entender, o como es el caso de Juan Gustavo: evidenciar sin menoscabo.
Nunca hubo épocas fáciles. Y hoy continúan las guerras y el dolor humanos. Deseos y odio por el poder y por el oro. Alguien se pone los andrajos del derviche y otros la toga bordada. Es un disfraz: andan por la calle; son Caín en busca de Abel. Ese es el verdadero ténébreuse affair de la historia del mundo y de las obras de Álvaro Mutis. Veamos cómo en su escritura toma sentido esta idea, y como, con su poesía, sus novelas, relatos y en sus ensayos, adquiere dimensión concreta y literaria, la desesperanza en nuestro demencial mundo, porque, como dice Ezra Pound, el poeta es la antena de la especie, y Álvaro Mutis fue un alerta receptor.
Con esta obra, si bien la leemos y “miramos”, soportando el trópico que surge lentamente, violento y aniquilador, Álvaro Mutis se eleva a las cimas del arte de la escritura en lengua española, y en la América Hispánica abre el compás y traza los pasos de Maqroll el Gaviero, que nadie sabe si vive aún o está noblemente muerto.
Bajo la noche de Tumbes
-A los 85 años del poeta-
Por lo que eres ahora para mí.
Por lo que serás en el desorden de la muerte.
Por eso te guardo a mi lado
como la sombra de una ilusoria esperanza.
Álvaro Mutis
Pasada la media noche, el Gaviero atraviesa ciénagas.
Por el lado del mangle, una ráfaga de viento levanta palmas caídas
y otros hierbajos que dejan al descubierto al majestuoso caimán
en su exilio de muerte.
Chapotean pequeños peces, las nutrias tiemblan al oír pasos,
y perros concheros husmean agazapados con su enjambre de fauces.
Su única explicación a esta soledad, se dice Maqroll,
es la mala racha de Tumbes, porque aquí hubo todo
y ahora todo está acabado: nadie mitigó sus excesos.
Fue el paraíso alguna vez, ya hace mucho, y el hombre…
Es el hombre, muchacha, el hombre que una vez que se iluminó,
se dejó en sus largos pensamientos atrapar por las madejas del ocio
y el odio ritual que no es otra cosa que el hastío y el miedo a la muerte.
Hasta aquí he llegado hoy.
Y el sueño, aquel vencido de otros años, hoy ha ganado.
Pero antes tengo que decirte la verdad, muchacha de pelo suelto,
de ojos negros, de muslos torneados con el ceremonial de la juventud,
implorantes y seductores: fue el hombre que sobre la sacra presencia
del trópico buscó la calavera y el amuleto desventurado y falso,
alardeando con el chasquido del machete y la pólvora prostituta del crimen.
No sé qué hago hoy aquí, dulce muchacha, tal vez estoy dormido
y te he soñado bajo la noche de Tumbes
—abraza a mí, pendiente de mí, amada por mí--
al borde de la caleta, entre ceibas y el perfume que nos da la noche generosa.
Pero todo se acabó.
Mi fascinación fue sólo un deseo y mi astuto pasado no pudo vencer el sueño.
Y muero en Tumbes con su mala racha, que alguna vez fue suntuosa.
Álvaro Mutis nació el 25 de agosto de 1923 en Bogotá, Colombia y el 22 de septiembre de 2013 murió en la Ciudad de México, a los 90 años.